Los sacerdotes sufren cansancio, soledad e incomprensión social
La Conferencia Episcopal analiza la situación del clero en nuestro país y los obstáculos a los que se enfrenta para llevar a cabo su ministerio
Aunque se sigue utilizando la expresión «vivir como un cura» para referirse a alguien con una calidad de vida excepcional, la realidad es que esta fórmula, que podía tener sentido en el pasado, ha envejecido mal. Una simple búsqueda en Google devuelve unos cuantos titulares que así lo atestiguan. «Vivir como un cura ya no es lo que era», se repite varias veces. Uno de los factores que afectan es el descenso de vocaciones, que ha provocado que haya menos sacerdotes para acompañar a las comunidades y que su carga de trabajo sea, por tanto, mucho más alta. Solo un dato: en 2010 había 19.892 sacerdotes para atender 22.851 parroquias; en 2020 son un total de 16.568 para 22.988. Tampoco tienen en la actualidad el reconocimiento social de otros tiempos, sobre todo por la secularización y la indiferencia hacia Dios y lo religioso. Los escándalos de abusos sexuales en el seno de la Iglesia, además, han afectado a su imagen y generado prejuicios.
En este contexto, la Comisión para el Clero y los Seminarios de la Conferencia Episcopal Española (CEE) abordó esta semana en sus jornadas anuales para delegados esta situación. Antonio Ávila, sacerdote, psicólogo y profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA), expuso cómo están a nivel anímico, aunque reconoce, en conversación con Alfa y Omega, que los datos son limitados. Sus apreciaciones se asientan sobre el trato con otros sacerdotes y con encuentros con ellos en Madrid para abordar el tema del cansancio. Fueron los mismos curas los que estaban interesados. Para profundizar en el conocimiento, es partidario de realizar una encuesta al clero como la de 1971.
En su opinión hay tres aspectos que inciden en el cansancio y en el burnout o síndrome del trabajador quemado en los presbíteros, que hay que afrontar para mejorar la situación. Habla de las características psicológicas propias de cada sacerdote, de si es más o menos resiliente, por ejemplo; de las relaciones de amistad, «que son frágiles» de manera generalizada, y de aspectos de tipo institucional. Sobre este último asunto, «de mucha envergadura», añade: «Tenemos una serie de problemas no resueltos. Cada vez somos menos y nos estamos convirtiendo en curas que van diciendo Misas de pueblo en pueblo y eso no hay cuerpo que lo aguante. Hay que pensar qué cambios institucionales hacen falta para no quemar a la gente», asevera.
Otras dificultades que refiere son la incomprensión social y los prejuicios, la resistencia a los cambios eclesiales, o el escape hacia la espiritualidad que no se encarna en la realidad o hacia las acciones de tipo social y caritativo de forma exclusiva. También hace hincapié en la soledad, que debe ser cuidada y afrontada. «Cuando esto no se hace surgen compensaciones con el poder, el clericalismo, el tener, el activismo…», concluye Ávila, que, a pesar de que la situación no parece la ideal o la deseable, recuerda que «las crisis son momentos de crecimiento y decantación, no se deben ver con ojos negativos». Y agrega sobre el tema de la falta de vocaciones: «Igual Dios nos está diciendo algo».
Obstáculos y oportunidades
También huye de la mirada negativa el rector del Teologado de Ávila y profesor de la UPSA, Gaspar Hernández Peludo, que intervino en las citadas jornadas. Él planteó los condicionamientos, es decir, los obstáculos para ejercer el ministerio sacerdotal, pero, a la vez, propuso las condiciones de posibilidad para la renovación, las oportunidades.
En entrevista con Alfa y Omega señala tres grandes problemas a nivel general. La crisis de Dios en la sociedad que, en su opinión, se manifiesta «en la secularización, en una recuperación de lo religioso de forma sincretista y en el fundamentalismo y fanatismo». Otra es la crisis de la Iglesia, que es percibida desde fuera por los escándalos y desde dentro por la falta de comunión. Y, finalmente, la crisis antropológica, que pone en cuestión la condición del hombre a través de ideologías como el transhumanismo, la ideología del género… «La oportunidad es que el sacerdote se convierta en un hombre de Dios en medio de la sociedad, oriente y dé razón de Él con objetividad. También que sea humano y cercano», subraya.
En línea con lo que comentaba Antonio Ávila, Hernández reconoce una crisis de identidad social, pues los sacerdotes «ya no son reconocidos ni escuchados». Igualmente de vocaciones, que implica un riesgo de reducir el sacerdocio a un funcionariado, al realizar «una serie de tareas de comunidad en comunidad sin atender a las personas». El individualismo, la fragmentación de la vida –distinguir entre la vida pública y privada– y el clericalismo son otros de los condicionantes que marcan el ejercicio del ministerio sacerdotal.
Con todo, el poner nombre y ser conscientes de la realidad, como dice el rector del Teologado de Ávila, ya es un primer paso. Hay esperanza. Luego vendrán los antídotos, que él tiene claro por dónde tiene que pasar: las cercanías que propone el Papa Francisco. «El presbítero no se entiende si no es en relación. La relación con Dios; con el obispo, como colaborador estrecho que es de él; con los otros sacerdotes, y finalmente con el pueblo de Dios, al que sirve. Cultivar este eje de relaciones es el camino», remarca.