«Los primeros cristianos nos dirían: “¡Despertad, cuánto montaje tenéis!”» - Alfa y Omega

«Los primeros cristianos nos dirían: “¡Despertad, cuánto montaje tenéis!”»

Los trabajos del Grupo de Investigación sobre los Orígenes del Cristianismo están siendo estudiados por los consejos episcopales de algunas diócesis españolas. «Lo que vivieron los primeros cristianos está dormido en nuestro ADN, pero se puede revivir», aseguran

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Banquete eucarístico en las catacumbas de San Calixto, en Roma.

«En el origen de todo está una experiencia, la experiencia de Jesús», afirma el teólogo Rafael Aguirre, del Grupo de Investigación sobre los Orígenes del Cristianismo, que acaba de publicar su tercer trabajo: De Jerusalén a Roma. Su último capítulo, en el que los autores reflexionan sobre el cristianismo actual a la luz de la vida de las primeras comunidades, está siendo estudiado por los consejos episcopales de algunas diócesis españolas.

Sobre los primeros cristianos ha recaído un velo de romanticismo que ha tapado sus aportaciones a través de los siglos. ¿Qué se puede rescatar?
El cristianismo surge de una experiencia de Jesús y de convivencia en la comunidad. Fue tan potente que enseguida adquirió una gran fuerza vital y expansiva, pero fue muy plural, y no respondía a un plan preconcebido. Esto es lo más importante de todo, y continúa siendo la raíz de nuestra fe. Con el tiempo, esto fue evolucionando en formas de vida, ritos y doctrinas, que tienen un componente cultural condicionado históricamente. No son un valor absoluto y deben saber evolucionar.

En su trabajo mencionan explícitamente el clericalismo como algo «tan marcado y extendido en la Iglesia actual que atenta contra la esencia del cristianismo de los orígenes».
Esa experiencia vital tan poderosa del principio se tenía que institucionalizar, porque si no hubiera sido así habría desaparecido. Es un proceso inevitable, pero a cambio tiene el riesgo de perder la frescura originaria. El clericalismo en realidad es una degeneración del proceso de institucionalización. Supone la aparición de un grupo que monopoliza el fenómeno, lo controla en exceso y lo burocratiza. Cuando surge algo así, un grupo que se autopromociona y tiende a controlarlo todo, eso impide y sofoca la participación y la creatividad del movimiento original. Este fenómeno ha ido creciendo a lo largo de los siglos y es algo sobre lo que el Papa actual no deja de llamar la atención.

¿Tiene marcha atrás?
Bueno, el Concilio Vaticano II supuso una revisión de la identidad de la Iglesia en cuanto puso al pueblo de Dios como el centro. Lo importante es el ser bautizado. Las estructuras están al servicio del pueblo de Dios. El problema está cuando el clero asume un protagonismo inadecuado.

Esto tiene sus efectos en el culto…
Hay dos ritos fundamentales que han pervivido a lo largo del tiempo: el de iniciación y el de pertenencia, es decir, el Bautismo y la Eucaristía. Los ritos tienen que estar vinculados a la experiencia original, deben ser un medio de actualizar esa vivencia. El problema es cuando se desvinculan y caen en el ritualismo, en ceremonias que son muy solemnes pero carentes de vida.

¿Qué cree que nos dirían los cristianos de entonces a los cristianos de hoy?
Esta es una elucubración muy arriesgada [risas]. Se quedarían atónitos, perplejos. Creo que nos dirían: «Despertad, que lo importante es Jesús, es el Señor. ¡Cuánto montaje y qué poca vida tenéis!».

¿Debería haber una eclesiología nueva?
Sin duda. Hemos tenido una avalancha de estudios sobre el Jesús histórico que han enriquecido mucho la cristología, y debería darse algo parecido en la eclesiología. Los estudios históricos sobre los orígenes del cristianismo y sobre la vida de las primeras comunidades cristianas pueden ayudar a revitalizar y reformular la eclesiología de hoy.

¿En qué sentido?
En el de subrayar el papel del Espíritu Santo como actor principal de nuestra vida, algo que no se transmite únicamente a través de acciones sacramentales.

Y el papel de los laicos…
Esa es la clave. Lo principal es el Bautismo, mucho más importante que la ordenación presbiteral. Lo primero de todo es ser cristianos, pertenecer al pueblo de Dios. Hay que reivindicar la dignidad del laico como la identidad básica de la Iglesia. Lo demás son funciones necesarias pero secundarias. Es un elemento que se puede desarrollar porque está en nuestro ADN, aunque parezca dormido.

¿Qué repercusión está teniendo el trabajo del Grupo de Investigación sobre los Orígenes del Cristianismo?
Está teniendo una creciente acogida. Al principio se nos veía con distancia y recelo, pero los aires eclesiales han cambiado. En algunas diócesis el consejo episcopal ha tenido sesiones sobre el último capítulo de nuestro último libro. Eso es una gran noticia, sobre todo teniendo en cuenta que nuestras aportaciones tienen un carácter constructivo y propositivo, para estimular el crecimiento de la Iglesia y su misión.

De Jerusalén a Roma
Autor:

Varios autores

Editorial:

Verbo Divino

Año de publicación:

2021

Páginas:

264

Precio:

23 €