«Nuestros presos en las cárceles turcas están muy cansados»
La pandemia ha retrasado los juicios o la salida de los presos extranjeros a los que atiende la Iglesia en Turquía. Es solo uno de los problemas que ha causado en las cárceles del mundo
Laura Cano y sus compañeros de Confraternidad Carcelaria en México están intranquilos. Llevan más de un año sin ver a los presos, y «hay mucho hermetismo» sobre cómo está afectando la pandemia dentro de las cárceles. Parafraseando a Sócrates, «sabemos que no sabemos toda la verdad, y no nos enteraremos hasta que podamos volver» a entrar. Les llegan datos con cuentagotas. «Una interna nos contó que en su penal, si alguna se contagiaba, las cuatro que compartían celda se aislaban y se atendían entre ellas». Lógicamente, «se acababan contagiando».
También han recibido noticias del personal. «Los directores nos pidieron apoyo porque no recibían recursos para enfrentarse a la situación y tuvieron que apañarse por su cuenta», explica. «Algunos compraron cubrebocas con dinero de su bolsillo». Además, al prohibirse las visitas de familiares los presos dejaron de recibir comida, ropa y artículos de higiene. Confraternidad Carcelaria ha estado enviando papel higiénico, jabón, pasta de dientes, compresas, productos de limpieza y mascarillas, además de mantas, películas y libros. Y, lo último, materiales para vivir la Semana Santa.
En todo el mundo «las autoridades penitenciarias han sido en general incapaces de responder al aumento de la demanda de medidas preventivas y tratamientos médicos entre la población penitenciaria». Lo denuncia Amnistía Internacional en su informe Olvidados tras las rejas. Para compensar estas carencias, se ha recurrido a medidas que han afectado al bienestar de los internos, como la prohibición de visitas o incluso a aislamientos excesivos. Por ejemplo, semanas o meses sin salir de la celda 23 horas al día en Argentina y en Reino Unido.
más alta fue la tasa de infección en cárceles de EE. UU. hasta agosto que entre la población general.
Problemas sistémicos
El informe pone de manifiesto problemas sistémicos de las cárceles, como la falta de higiene, la mayor incidencia de enfermedades previas entre los presos o el hacinamiento. A este respecto, se recuerda que 110 países del mundo tienen una ocupación carcelaria por encima del 110 % de su capacidad, y en doce se supera el 200 %. En muchos casos, buena parte de los internos están en prisión preventiva. Al comienzo de la pandemia, un centenar de países intentaron atajar la superpoblación poniendo en libertad a 600.000 presos. México fue uno de ellos. Y, aunque necesaria, la medida disgusta a Cano porque no estuvo acompañada de «ningún tratamiento de reinserción».
También Turquía aprobó liberar a 90.000 presos. Aunque, según el informe, se excluyó a periodistas, abogados, políticos y activistas. Tampoco tuvieron esa suerte casi ninguno de los 300 presos extranjeros cristianos a los que atienden el franciscano Eleuthere Makuta y su equipo. «Están muy cansados», asegura. La pandemia ha paralizado los juicios, «y los que están en prisión preventiva siguen esperando una sentencia que no llega». Otros «ya han cumplido su condena, pero no pueden salir» porque no llegan las resoluciones. A veces se les exige demostrar que van a volver a su país, pero no logran renovar el pasaporte o comprar un billete. Hasta que llegue el ansiado momento de poder volver a ver cara a cara a los que se quedaron dentro, los están acompañando por carta. Y les hacen llegar lo que les piden, sean libritos de oración o dinero para agua o llamar a casa.
Los pocos que lograron dejar atrás los muros y respirar aire fresco se encontraron con un horizonte poco halagüeño: en un país diferente, bastantes de ellos enfermos y sin red social. Acabaron llamando a las puertas de Makuta, que con su equipo acogió a 28 en el convento de San Pacífico, de Büyükada. Luego, al no tener calefacción, alquilaron dos apartamentos en Estambul. Lo humilde del proyecto y la realidad del país y de los exreclusos no les permite lanzar un proyecto de reinserción. «Pero si alguien que nos conoce nos ofrece algún trabajillo, los enviamos».
A pesar de los esfuerzos de la pastoral penitenciaria en estos y otros tantos países, a Cano le preocupa que las limitaciones con las que trabajan hagan que gran parte de lo conseguido hasta ahora «se venga abajo». Lo que «genera el verdadero impacto es que las personas sepan que alguien se interesa por ellos». Por eso, «tenemos que ser muy creativos y acercarnos de formas nuevas».
Mientras la pandemia impidió visitar las cárceles de la India, los 8.000 voluntarios del Ministerio de Prisiones de la conferencia episcopal invirtieron mucho tiempo acompañando virtualmente o por carta a los presos, y presencialmente a sus familias. A estas también les prestaban ayuda material, en forma de comida, y móviles y ordenadores para las clases online.
Además, inspirados por santa Teresa de Lisieux, «los voluntarios intensificaron sus prácticas espirituales: cada día escuchaban dos misas, hacían dos horas de adoración y doblaron otros ejercicios de piedad como el rosario o la coronilla de la misericordia», además de participar en cadenas de ayuno y oración. Lo explica Francis Kodiyan, coordinador nacional de este apostolado.
No solo eso. Cuando el Gobierno ordenó la descongestión de las 1.350 cárceles del país (la ocupación media es del 117,6 %, y en estados como Uttar Pradesh alcanza el 176,5 %), «prestamos especial atención a que se ingresara a los presos enfermos que habían sido puestos en libertad», y a derivar a centros especializados a los que sufrían enfermedades mentales.
Tuvieron que reforzar los programas de rehabilitación y reinserción, que en 40 años han ayudado a 5.000 personas, para atender a los reos recién salidos. También llevarlos a casa cuando su liberación ocurría durante los confinamientos, e incluso ofrecer un techo a quienes no tenían dónde ir. La Iglesia, por último, «cedió sus colegios en muchos lugares para que se convirtieran en cárceles temporales» para los contagiados.
Kodiyan valora positivamente la actuación de las autoridades penitenciarias indias. «En la primera oleada hubo brotes pero se controlaron. La segunda y la tercera no afectaron seriamente». Además, se ha incluido a los presos en la estrategia de vacunación y varias decenas de ellos ya han sido inmunizados frente al coronavirus. Por fin, en diciembre se retomaron las visitas, y eso ha permitido el regreso de programas como el campamento médico de la imagen, en Sagar.