Los poetas polacos de san Juan Pablo II
La sensibilidad del joven Wojtyla fue despertada por la poesía romántica polaca; no tanto por un lirismo afectivo, sino sobre todo por su fuerza combativa y su capacidad educadora
Podríamos definir a san Juan Pablo II como un gran Papa de la cultura. Provenía de un país en que la cultura y el cristianismo han ido juntos. El que fuera el primado de Polonia, el cardenal Stefan Wyszynski, pronunció en 1966, año del milenario del bautismo de Polonia, unas palabras que fueron recordadas por el Papa Wojtyla en 2001: «El actual empobrecimiento del pensamiento […] muestra una decadencia de la cultura, experimentada como consecuencia del abandono de las inspiraciones religiosas». La cultura polaca tiene unas innegables raíces cristianas, tal y como recordó el Pontífice en la primera visita a su patria, en un encuentro con los jóvenes en Gniezno, el 3 de junio de 1979: «La cultura polaca muestra desde sus comienzos signos cristianos bien evidentes. El Bautismo, que durante todo el milenio han recibido las generaciones de nuestros compatriotas, les introducía no solo en el misterio de la Muerte y la Resurrección de Cristo, no les convertía únicamente en hijos de Dios por medio de la gracia, sino que encontraba un gran eco en la historia del pensamiento y en la creatividad artística, en la poesía, la música, el teatro, las artes plásticas, la pintura y la escultura […]. La inspiración cristiana no deja de ser la fuente principal de la creatividad de los artistas polacos».
En Memoria e identidad, su último libro publicado, san Juan Pablo II se refiere al siglo XIX como la cima de la cultura polaca: «En ninguna otra época la nación ha producido escritores tan geniales como Adam Mickiewicz, Juliusz Slowacki, Zygmunt Krasinski o Cyprian Norwid». Durante ese siglo Polonia no existe como Estado, aunque sigue perviviendo como nación gracias a su cultura. Alain Vircondelet, un biógrafo de la infancia y juventud del Pontífice, subraya que la sensibilidad del joven Wojtyla fue despertada por la poesía romántica polaca; no tanto por un lirismo afectivo, sino sobre todo por su fuerza combativa y su capacidad educadora. Nos centraremos en dos de estos grandes poetas, Juliusz Slowacki y Cyprian Norwid.
Juliusz Slowacki (1804-1849) es uno de los símbolos de resistencia polaca frente a la dominación rusa. Demostrará en el exilio, como otros compatriotas, una gran fortaleza moral para no olvidarse de su tierra y de su fe. Este autor, y en concreto su obra, El rey espíritu, formó parte de las representaciones clandestinas del Teatro Rapsódico, creado por Karol Wojtyla durante la ocupación nazi. Pero lo realmente asombroso es que, en el fragor de las revoluciones políticas europeas de 1848, Juliusz Slowacki escribirá una oda de ecos proféticos: «Revelará a Dios como la claridad del día… Ya llega el Papa eslavo, el hermano de los pueblos». El poeta morirá un año después, aunque el romanticismo místico de sus versos ha sobrepasado los confines de su época.
El segundo poeta es Cyprian Norwid (1821-1883). Vivió la mayor parte de su vida en el exilio de París, en lucha contra la pobreza y la soledad. Con ocasión de cumplirse el 180 aniversario del nacimiento del escritor, san Juan Pablo II recibió en audiencia a los representantes del Instituto del Patrimonio Nacional Polaco, el 1 de julio de 2001. Entonces evocó algunos momentos de su vida personal para señalar que le unía a Norwid «una estrecha confianza espiritual, desde los años del instituto. Durante la ocupación nazi, los pensamientos de Norwid sostenían nuestra esperanza puesta en Dios, y en el período de la injusticia y del desprecio, con los que el sistema comunista trataba al hombre, nos ayudaban a perseverar en la verdad que nos fue confiada y a vivir con dignidad». El Papa Wojtyla clasificaba al poeta entre ese reducido número de personas que han sabido definir elocuentemente la ciencia de la cruz, y citaba en el discurso algunos de sus versos: «No te sigas a ti mismo con la cruz del Salvador, sino al Salvador con tu cruz […]. Este es, en definitiva, el secreto de la dirección correcta». Sobre este particular, el Pontífice añadió esta reflexión: «Es significativo que, según Norwid, los crucificados deberían estar sin la figura de Cristo, para de esta manera indicar de un modo más evidente el sitio donde debe permanecer un cristiano. De hecho, únicamente aquellos en cuyo interior se desarrolla a diario el drama del Gólgota pueden decir: la cruz “se ha convertido para nosotros en la puerta”».
Cyprian Norwid es, además, un poeta adecuado para rechazar la tentación de los nacionalismos excluyentes. Su patriotismo se expresa en estos versos: «¡Para ser nacional, hay que ser supranacional! Y para ser humano, ser sobrehumano… ser dos y uno, ¿por qué?». El comentario del Papa Wojtyla, al final de su discurso, es muy expresivo: «Con gran dolor decía Norwid a los polacos que nunca serían buenos patriotas si antes no se esforzaban, ni más ni menos, en ser hombres».