«Los pobres nos han unido»
El Centro de Pastoral Social Santa María de Fontarrón tiene una nueva forma de ejercer la caridad. Su objetivo: la promoción humana de los más débiles. Una tarea en la que tiene experiencia gracias a la larga historia de servicio que la Iglesia ha escrito en el madrileño barrio de Vallecas. El 17 de marzo lo inaugura oficialmente el cardenal Osoro
La forma en que la Iglesia ayuda a los más necesitados está cambiando. En Vallecas lo saben muy bien. Este barrio, uno de los más famosos de España por su condición obrera, acoge el Centro de Pastoral Social Santa María de Fontarrón. El modelo asistencialista que caracterizó a la Iglesia de antaño está perdiendo peso en favor de otro cada vez más profesional. Todo ello, como aclara una de sus voluntarias, «sin dejar de lado la calidad ni la calidez».
Ubicado en las instalaciones de la antigua parroquia Santa María de Fontarrón, el Centro de Pastoral Social sirve como lugar de reuniones para varias delegaciones de la Vicaría de Desarrollo Humano Integral e Innovación de la archidiócesis de Madrid. Lejos del clericalismo que tanto critica el Papa Francisco, no es necesario ser sacerdote para tener voz y voto. «Una de las novedades que hizo el cardenal Osoro en Madrid fue incorporar laicos y mujeres a los puestos de responsabilidad», explica José Luis Segovia, vicario episcopal. Tanto es así que la Delegación de Pastoral Penitenciaria depende de una antigua funcionaria de prisiones y el máximo responsable de la de Delegación de Pastoral de Tráfico es un policía municipal (y diácono permanente) felizmente casado.
Otro de los rostros femeninos del centro es Juli, una profesora jubilada que vive en Vallecas desde hace más de 25 años. Antes de instalarse en este vecindario, pasó por otros barrios madrileños como Usera o Villaverde, y en todos ha colaborado como voluntaria con entidades de inspiración católica, como Cáritas o Manos Unidas. También en otras de corte vecinal o dependientes de, por ejemplo, el Ministerio de Educación, donde se pudo formar en dinámicas de grupo, escucha y técnicas de comunicación. «Siempre digo lo mismo: Ser voluntario es ser profesional», sentencia tajante.
Juli forma parte del Equipo de Coordinación Operativa (ECO), una sección de la Delegación de Movilidad Humana y Migraciones que brinda alojamiento de emergencia cuando los servicios de las administraciones públicas y entidades benéficas están saturados. En su labor, Juli se hace eco de la doctrina social de la Iglesia y las aportaciones de los últimos Papas, y subraya la necesidad de trabajar por la promoción humana integral. «Tenemos que tener el horizonte de la justicia porque si no hacemos asistencialismo», advierte.
Fe y unidad
Al igual que Juli ha recibido una formación para realizar correctamente su labor, el amor con el que se acerca a los más necesitados tampoco se improvisa. «Hay que trabajarlo mucho, vivirlo y corregirse», dice. Una ardua tarea para la que se sirve de tres elementos clave: la reflexión, la meditación y la oración.
«Tenemos que trabajar las aptitudes de Jesús en nosotros y dejarlas en manos del Señor. Si no, estamos haciendo una ideología de Dios», opina Juli. Y es en este afán por parecerse a Cristo donde se encuentra con otros cristianos, muchos de ellos con un carisma diferente al suyo.
«Una de las cosas bonitas de esta pastoral es que está aglutinando a gente de sensibilidades eclesiales de todo tipo», celebra José Luis Segovia. «Te puedes encontrar a una persona del Opus Dei y a otra de las Comunidades Eclesiales de Base sin el más mínimo problema», añade. De este modo, el Centro de Pastoral Social también refuerza la unidad entre los católicos a través del servicio. «Los pobres han tenido la gracia de unirnos como no nos han unido antes la pastoral ni la teología», asegura el vicario.
Integrados en el barrio
El Centro de Pastoral Social Santa María de Fontarrón cuenta con una carta de presentación inmejorable: La iglesia homónima que antaño atendía a los feligreses en sus instalaciones. «Era una parroquia que realizaba una tarea social impresionante y tenía un párroco al que el Ayuntamiento le ha puesto una plaza», recuerda José Luis Segovia. Se refiere a Fabián Fernández de Alarcón, un sacerdote marianista que desde noviembre de 2018 da nombre a la explanada por la que se accede a la antigua parroquia.
«Esta parroquia y los marianistas han dejado un excelente legado de compromiso social con el barrio de apoyo a todas la situaciones de precariedad», cuenta el vicario episcopal. Por ese motivo, la antigua comunidad parroquial se ha incorporado a la labor social del centro. También varias asociaciones aconfesionales colaboran activamente con el Centro de Pastoral Social gracias a la relación que tejieron durante años con Fernández de Alarcón.
Una de ellas es Atiempo, fundada al calor de los salones parroquiales para luchar contra la heroína que azotó Vallecas durante los años 80 y 90. «Empezamos en un cuartito de la parroquia, después nos convertimos en una asociación e hicimos un proyecto de ayuda a los chavales que tenían problemas con las drogas», recuerda María Ángeles Mañas, responsable histórica de la asociación.
«Ahora nos echamos mutuas manos y tiramos los unos de los otros para trabajar en lo que haga falta», añade Fernando Arias, uno de sus compañeros. «Es fácil que creyentes y no creyentes compartamos un objetivo de barrio, una visión humana de los problemas y busquemos una forma solidaria de encararlos», considera.
Mirando el ejemplo del Centro de Pastoral Social y la parroquia que le precedió, parece que esta estrategia pasa por la inclusión de los laicos, las mujeres y una ayuda cada vez más especializada a los necesitados. Una tradición solidaria y de derechos que aúna a la Iglesia con la sociedad civil y se traduce en el desarrollo integral de las personas más vulnerables.
Fabián Fernández de Alarcón era un sacerdote marianista que ejerció como párroco en Santa María de Fontarrón durante los años más duros para Vallecas. Era la década de los 80, la heroína golpeaba el barrio con toda su fuerza y el párroco se implicó en la lucha contra esa lacra. «Por aquel entonces no se sabía nada. El primer grupo con el que trabajamos era de unos 20 chavales de entre 8 y 12 años y no sé si quedarán vivos dos o tres», recuerda José María Cascón, uno de los vecinos que le ayudaron en esta tarea.
Este vecino aún recuerda los esfuerzos del marianista para desarrollar un ocio alternativo e impulsar el deporte y los campamentos. Diferentes iniciativas a la que una generación que creció en un entorno muy hostil le debe la vida. «En seguida notaba las cosas que nos pasaban a los demás. Se ponía en nuestro lugar y no solo se daba cuenta, era como si él también tuviera el problema. Él decía mucho que Dios está en cada uno de nosotros y por todos hay que hacer algo», recuerda Cascón.
Fernández de Alarcón tampoco permaneció impasible cuando sus vecinos exigían una vivienda digna. «Estaba muy implicado en las asociaciones y luchaba para que quien tuviera una chabola pudiera conseguir un piso», recuerda José María Cascón. Gracias a aquellas reivindicaciones, tras el derribo de las infraviviendas, los vecinos fueron realojados en la zona que hoy día es el barrio de Fontarrón.
En noviembre de 2018, diez años después de su muerte, el Ayuntamiento de Madrid dedicó una plaza a este sacerdote. Un gesto que, según Cascón, «es el reconocimiento del barrio a una persona que dio su vida para levantarlo».