Parece significativo que el primer Papa que llevó el nombre de Benedicto rigiese la Iglesia entre los años 575 a 579, no mucho después de la muerte de san Benito, acaecida a mediados del siglo en Montecassino, y pocos años antes del inicio del pontificado de san Gregorio el Grande (590), abad benedictino de San Andrés del Monte Celio y biógrafo de san Benito. Aunque no sepamos si Benedicto I se llamó él mismo así, ni qué relación concreta pudo tener su nombre con san Benito o con su obra monástica, el doctor Antonio Linage, en su monumental obra sobre san Benito y los benedictinos, se ha ocupado de la extensión hacia Roma del núcleo original benedictino que hace explicable este hecho.
Hemos de esperar más de un siglo y casi tres para ver repetido el nombre en los Papas Benedicto II (684-685) y Benedicto III (855-858), ambos, por cierto, con alguna connotación hispánica: examen del Apologeticum de san Julián de Toledo por el primero, y aparición de las Pseudodecretales isidorianas durante el pontificado del segundo. Luego, en torno a la época que Baronio calificaría de Siglo de hierro del pontificado, son numerosos los Papas que llevan de nuevo ese nombre, de Benedicto IV (900-903) a Benedicto VIII (1012-1024). Este último, que tuvo relación con nuestro abad Oliva de Ripoll, colaboró estrechamente con el santo emperador Enrique II, siendo el primer Papa que viajó a Alemania. No mucho antes de él, Gregorio V (+999) había sido el primer Papa de origen alemán. Curioso fue luego el caso del Papa Benedicto IX, único cuya efigie aparece tres veces en las lunetas de San Pablo Extramuros, que tuvo un triple y accidentado pontificado, iniciado en 1033, cuando contaba no más de 15 años de edad, y entreverado entre las ambiciones de sus familiares, los condes de Tusculum, y las intervenciones del emperador Enrique III, que conseguiría fuesen elevados cuatro Papas alemanes más, de espíritu reformador, al trono pontificio. Por fin, Benedicto renunciaría -caso raro en la Historia, con los de san Ponciano (forzado por las circunstancias de su cautiverio sardo), Celestino V, y quizás Juan XVIII- para retirarse como monje al monasterio benedictino de Grottaferrata, donde murió en 1055. De su misma familia fue Benedicto X, probable antiPapa cuya efigie no figura en las lunetas de San Pablo, pero cuyo número se ha mantenido en la sucesión oficial de los Papas de ese nombre. Éste ya no volvió a repetirse en los siglos XII y XIII, hasta que, a comienzos del XIV, lo adoptó el primer Papa dominico, Benedicto XI (1303-1304), del que fue médico, por cierto, nuestro gran valenciano Arnau de Vilanova. A la muerte de Benedicto (de la que fue acusado, e injustamente preso por ello, Arnau), se abre el largo período de los Papas aviñoneses, entre los que destaca la figura de Benedicto XII, constructor del imponente palacio papal que ha perdurado hasta hoy.
Iniciado más tarde el Cisma de Occidente (1378), emerge en Aviñón la personalidad de Benedicto XIII (1394-1422), nuestro Papa Luna, canonista renombrado como profesor que fue de Montpellier, elegido Papa en Aviñón por unanimidad de los demás cardenales franceses. Calificado posteriormente con excesiva facilidad de antiPapa, su figura ha de ser despojada de todo el apasionamiento más o menos retórico, en pro o en contra, que la ha circundado hasta hoy. Me he ocupado a fondo del tema en un trabajo sobre su legitimidad publicado recientemente en Zaragoza (Miscellanea de Luna). Baste decir aquí que la historiografia extranjera más reciente -la alemana en particular- está llegando a conclusiones mucho más matizadas, y favorables incluso a la legitimidad de la línea aviñonesa. El dubium inextricabile, que dio lugar al Cisma, nos obliga a proceder con mucha cautela en la aplicación del calificativo de antiPapa a unos u otros Pontífices del mismo. Se trata de una cuestión histórica que continúa abierta para los investigadores.
Sin embargo, y ya en la Edad Moderna, Pedro Francisco Orsini, último Papa de esta gran familia romana (1724-1730), repitió, al ser elevado al solio pontificio, el nombre de Benedicto XIII (no olvidemos, con todo, lo que dije de Benedicto X, que fue probablemente un antiPapa). Lo mismo ha hecho Juan XXIII al repetir el nombre del segundo Papa pisano: pero hay que tener en cuenta que Juan XVI y Juan XX nunca existieron como tales Papas. Además, nuestro Alejandro VI respetó el nombre y número del primer Papa pisano Alejandro V. Así que estas numeraciones adoptadas por los Papas no hay que tomarlas en modo alguno como definiciones doctrinales. Este segundo Benedicto XIII, que vivió en una celda en una casa apartada de Roma, fue, por cierto, quien canonizó a nuestro san Juan de la Cruz.
Juristas y arzobispos de Bolonia han sido los dos siguientes Papas del nombre Benedicto; Próspero Lambertini, Benedicto XIV (1740-1758), y Giacomo della Chiesa, Benedicto XV (1914-1922). El primero reformó el Indice de libros prohibidos, redujo las fiestas religiosas y -hecho curioso para aquellos tiempos- nombró a dos mujeres catedráticos. El segundo, que había sido colaborador del cardenal español Merry del Val en la Secretaría de Estado, tuvo a su vez como Secretario de Estado al cardenal Gasparri, que había dirigido, bajo Pío X, la renovación del Derecho Canónico, llevada ahora a feliz término en 1917. Éste firmaría en el siguiente pontificado, de Pío XI, los Pactos de Letrán con Italia, que darían nacimiento al Estado de la Ciudad del Vaticano. Pero Benedicto XV, elegido apenas estallada la primera guerra mundial, fue sobre todo el gran Papa de la paz, por la que trabajó en todo momento incansablemente, como lo hiciera con él, auxiliando caritativamente a las víctimas del conflicto, nuestro rey Alfonso XIII. Y ahora toma el relevo Benedicto XVI.
Francisco Moxó