Los niños endemoniados que desaparecen
Mercedes es religiosa y enfermera. En Costa de Marfil atiende el dispensario y también cuida, e incluso salva la vida, a las personas con discapacidad intelectual o enfermedades psiquiátricas en un país lleno de tabús y creencias animistas que las consideran espíritus
Mercedes García Hurtado es hermana de la Caridad de Santa Ana y enfermera. Trabajó durante 25 años en un hospital psiquiátrico en Tarragona y en 2012 llegó hasta Costa de Marfil «porque siempre quise ser misionera, pero me quedé en España más de 20 años para cuidar a mi madre enferma». Además de atender el dispensario, Soro Gnenetcho —que quiere decir mujer del cielo, como la llaman en su aldea— atiende y hasta en ocasiones salva la vida a las personas con discapacidad intelectual o enfermedades psiquiátricas en un país lleno de tabús y creencias animistas que las consideran espíritus a los que hacen desaparecer. Mercè, como la llaman en su tierra, pide ayuda, porque se necesitan medios para las personas con discapacidad intelectual puedan tener las mismas oportunidades que los demás.
¿Cómo que desaparecen?
Los marfileños consideran que los enfermos mentales tienen demonios dentro porque han hecho algo mal. Sus familias los llevan a curanderos, cuando no los abandonan en el campo. El marabú practica un ritual místico y los hace desaparecer.
Pero… ¿dónde van a parar?
El ritual consiste en aplicar unas hierbas y esparcir agua sobre su cuerpo. Si es una serpiente, la persona comenzará a moverse y se transformará en una cobra, y entonces desaparecerá. Si es un genio comenzará a dar vueltas sobre sí mismo como un remolino y desaparecerá también. En cambio, si se trata de un hombre se quedará quieto, aunque, eso sí, el espíritu no desaparecerá de su cuerpo, pero su familia deberá aceptarlo y llevarlo de nuevo a casa. La gente que ha ido a estos curanderos nunca más aparece… no sabemos dónde están, nadie los vuelve a ver. Y la familia tiene que estar contenta, porque si no, al próximo embarazo también caerá la maldición.
¿Los matan?
No lo sabemos.
¿Y cómo trabaja una enfermera experta en psiquiatría entre tanta creencia mágica?
Es difícil, porque cambiar el mundo de las creencias es casi imposible. Por ejemplo, a las personas con síndrome de Down o a los epilépticos ni se los toca porque creen que son contagiosos, los echan de la escuela o el trabajo… Es todo un estigma.
Se quedarán pasmados cuando la ven a usted acercarse a los personas con enfermedades mentales.
Tanto que me llaman Soro Gnenetcho, que significa mujer del cielo. Ven extraordinario –pero en positivo– que me acerque a esos espíritus que echan espuma por la boca y los atienda con cariño y atención.
En un entorno así la parte evangelizadora también tiene pinta de ser difícil.
Es otro buen desafío. Aquí el cristianismo lleva 100 años, está muy poco arraigado. Pero, eso sí, en sus creencias también hay un solo dios, y además es mujer.
Entonces predican con sus obras.
Atendemos un pequeño dispensario al que vienen enfermos de todas las aldeas de alrededor. Son muy pobres, pero es curioso el culto a los muertos tan desarrollado que tienen. Cuando fallece alguien de la familia hacen un gran despliegue de actos, gastan todo lo que tienen en comidas… de hecho, no hay fecha para enterrarlos. Yo sé de familias que tienen un miembro sin enterrar desde hace 20 años porque no se han reunido todavía todos. Este momento es crucial para ellos, porque se tiene que hacer bien el traspaso a la otra orilla.
La clave, aunque parezca un lugar común, es la educación.
Sí, pero no creas, es difícil con los jóvenes. Aquí hay un rito, el del bosque sagrado, una iniciación en la que el muchacho entra en la edad adulta. Los jóvenes se pasan casi un año dentro del bosque sin poder salir. Si se ponen enfermos, tienen que curarse a base de hierbas, y muchos mueren en el intento. Si la novia o la madre va a ponerle un plato de comida y al día siguiente está intacto es que ha muerto. Las religiosas que están en la escuela están enfadadísimas porque, claro, los muchachos dejan durante mucho tiempo de ir a clase.
¿Y las mujeres?
No van al colegio. Aquí la mujer está para trabajar en el campo, para tener hijos –varones, porque si no corre el riesgo de ser abandonada– y para casarse de niñas con hombres mucho más mayores. Son un cero a la izquierda, son esclavas. Por ponerte un ejemplo de lo más cotidiano, en los funerales preparan comida para cientos de personas y, si hay solo una silla, el hombre nunca permitirá que ella se siente a descansar. Se sienta él.