Este lunes, la Comunidad Valenciana ha celebrado la fiesta de su patrono, san Vicente Ferrer. Es una fiesta en la que los niños tienen un protagonismo especial. Uno de los principales actos son los miracles, o milagros de san Vicente: obras de teatro sobre la vida del santo, que los niños representan en unos escenarios especiales llamados altares, que se montan en la calle, y también en otros lugares. Por ejemplo, este año, 250 niños, de once altares, participaron la semana pasada en un concurso de representaciones. Otros 150 niños y adolescentes representaron estas obras a lo largo del fin de semana, en ocho altares montados en las calles.
Los milagros se llevan representando, al menos, desde el siglo XVI, y siempre han sido los niños los encargados de mantener viva, así, la memoria de este santo. El primer altar donde se representaron es uno que se construyó cerca de la casa donde nació Vicente. Se escriben y representan tanto en castellano como en valenciano, o mezclando o intercalando las dos lenguas, como se hace en Valencia.
San Vicente tiene fama de haber hecho muchos milagros, tanto durante su vida como después de su muerte. De hecho, para su canonización, se recogió información sobre 860 milagros. Según la tradición, hizo su primer milagro a los 9 años, cuando curó a un vecino de su padre. Después de que le proclamaran santo, el hijo de este vecino levantó el primer altar en su honor. Y, después de los altares, vinieron los milagros.
San Vicente Ferrer nació en Valencia. Aunque su padre era una persona bastante importante, él renunció a sus privilegios para hacerse dominico. A pesar de todo, pronto destacó por su inteligencia, y estuvo bastante implicado en la vida de la Iglesia de su tiempo, y también trató con varios reyes de la Corona de Aragón, a la que en esa época (siglo XIV) pertenecía Valencia. Pero lo más importante para él fue predicar a Jesús. Para ello, viajó por toda Europa, enseñando en las ciudades y pueblos, como había hecho el fundador de los dominicos, santo Domingo de Guzmán. Uno de los milagros que se le atribuyen es que, aunque siempre hablaba en valenciano, la gente le entendía bien en su propia lengua. Cuando supo que iba a morir, estaba en Francia y no pudo volver a Valencia. Pero escribió una carta a los valencianos, diciéndoles que «muero dedicándoles mis recuerdos, prometiéndoles que mis continuas oraciones allí en el cielo serán para ellos. En todas sus desgracias, yo les consolaré, yo intercederé por ellos. Que conserven y practiquen las enseñanzas que les di».