Los niños abandonados de Perú «desean escuchar el mensaje de esperanza del Papa»
Llegan al hogar El Principito porque servicios sociales ha retirado la tutela a sus padres, o porque estos los han abandonado y llevaban tiempo sobreviviendo solos. «Están deprimidos, muy apagados», hasta que comienzan a recibir cuidados, atención psicológica y mucho cariño. Así es como los niños más vulnerables de Puerto Maldonado consiguen salir adelante y terminar sus carreras universitarias
Uno de los momentos más emotivos del viaje de Francisco a Perú será el encuentro del viernes con 270 niños de distintos hogares y orfanatos de Puerto Maldonado, la capital de la región Madre de Dios. El encuentro tendrá lugar en el centro El Principito, fundado en 1996 por el sacerdote suizo Xavier Arbez, y donde viven 40 menores.
Estos chicos y chicas «están emocionados, aún no se lo creen. Desean mucho escuchar un mensaje de esperanza que llene ese vacío que tienen». Lo explica Jennifer Romero, directora de la Asociación para la Protección del Niño y Adolescente (APRONIA), a la que pertenece El Principito.
Madre de Dios es una región particularmente golpeada por la violencia, con una tasa de homicidios –22,8 por cada 100.000 habitantes– que casi triplica la media nacional –7,7–. Y las familias no son ajenas a ello.
Violencia física, tocamientos…
«Hay mucha violencia familiar, también psicológica. Y el maltrato a los niños va en aumento porque el núcleo familiar se está desintegrando», afirma Romero. De hecho, una de las vías por las que los niños llegan a este hogar es a través de las Unidades de Investigación Tutelar, los organismos públicos que se ocupan del bienestar de los menores. «A varios de ellos los apartaron las autoridades de su familia por malos tratos o tocamientos indebidos».
A otros los han abandonado sus padres para trabajar en la minería u otras formas de explotación de recursos lejos de las zonas rurales donde vivían. «Sus familiares o los vecinos vienen a contarnos que hay niños viviendo solos, en un cuartito, con 10 o 13 años –cuenta Romero–. Cocinan ellos, van al colegio y luego pasan el resto del día en la calle».
La asociación hace un seguimiento de estos casos con la asistenta social, y entonces se toma la decisión de que ingresen en el hogar. «Muchos llegan con desnutrición crónica u enfermedades». A veces «los traen los mismos padres antes de irse a trabajar lejos, pero entonces les exigimos visitas regulares. Si no, se declara al niño en abandono».
En alguna ocasión, APRONIA ha recibido denuncias de adolescentes obligados a trabajar en las minas de oro o chicas explotadas sexualmente. Cuando esto ocurre, hacen las primeras indagaciones pero remiten los casos a otras instituciones, especializadas en atender estos casos.
«Buscan los besos de mamá y papá»
Los chicos van a un colegio cercano, y en el hogar se intenta crear un ambiente lo más familiar posible. También reciben atención psicológica. «Llegan deprimidos, muy apagados. Buscan los abrazos y besos de esa mamá y papá que no tienen en casa, y nosotros tratamos de darles todo el cariño. Con eso, la mayoría van sanando».
«Muchos, con el tiempo, han perdonado a sus padres o entendido por qué actuaron así». Algunos pequeños pueden volver con su familia, por ejemplo si una investigación de servicios sociales determina que ello es posible, o «si los padres que se fueron a trabajar fuera ya ganan lo suficiente para poder tener una casita en condiciones donde esté el niño». «Otros –continúa la directora– son dados en adopción, si no pueden volver con sus padres y ellos quieren». Los que siguen en el hogar reciben ayuda hasta que logran independizarse, algunos con sus estudios universitarios acabados.
Turismo ecológico
Para facilitarles el salir adelante, APRONIA cuenta también con tres empresas donde pueden empezar a trabajar, y donde también se da empleo a otras personas vulnerables, como madres solteras: un albergue turístico en la selva –a 20 minutos de la ciudad– que funciona desde una perspectiva ecológica y sostenible; una papelería y una pastelería.
Este viernes, Jennifer y todos los demás trabajadores recibirán a Francisco con la misma ilusión que los niños. «Esperamos que nos bendiga para seguir adelante con esta labor».
El sábado, Francisco visitará Buenos Aires. No la capital argentina, de la que fue arzobispo, sino un barrio costero de la ciudad de Trujillo. El Pontífice quiere recorrer una de las zonas más golpeadas por las lluvias torrenciales entre febrero y abril de 2017. «El barrio se inundó siete veces, y el agua derrumbó 80 casas de construcción precaria», explica Hipólito Purizaca, secretario general de la Cáritas diocesana.
Literalmente, llovía sobre mojado. «Antes, Buenos Aires tenía una hermosa playa. Hace 20 años, el mar empezó a subir, no se sabe si por el cambio climático o por la construcción de un gran puerto cerca. El agua se tragó la playa y empezó a entrar en las calles». Para evitarlo, se hizo una barrera con grandes rocas.
Pero cuando empezó a llover torrencialmente por el fenómeno meteorológico del Niño Costero, toda la lluvia que caía en Trujillo bajó hacia Buenos Aires… y no encontró salida al mar. Este barrio de gente humilde, que trabaja por el salario mínimo, «se transformó en una piscina gigante. Faltó el suministro de electricidad, de agua potable y de alimentos, y hubo casos de dengue. La mitad de la gente abandonó sus casas».
Cáritas Trujillo estuvo presente desde el primer momento, alojándola en parroquias y colegios primero, y luego entregando casi 200 casas prefabricadas en toda la diócesis. La visita del Papa, afirma el padre Purizaca, no solo dará a los habitantes de Buenos Aires apoyo y esperanza.
También es un impulso para las obras de rehabilitación de las calles. «Sin él, no se estaría haciendo tan rápido».