Cardenal Matteo Maria Zuppi: «Los muros no son la solución, sino una ilusión»
«No se trata únicamente de orar por la paz», dice el neocardenal Matteo Maria Zuppi, arzobispo de Bolonia, durante el Encuentro Internacional Paz sin Fronteras que Sant’Egidio ha celebrado esta semana en Madrid. «Para hablar bien con Dios hay primero que hablar bien entre los hombres. Por eso nos unimos también para analizar las realidades que frenan la paz (el racismo, la pobreza, etc.) y las posibilidades para generarla».
El Papa Francisco acaba de estar en Mozambique, un país que acabó en 1992 con una terrible guerra. Usted fue una persona clave en esas negociaciones de paz.
Recuerdo que aprendí algo que el Papa Francisco repite a menudo: que la paz es siempre algo artesanal. Es mi primera convicción. La segunda convicción que saqué de mi experiencia en Mozambique es que la paz es siempre posible. También cuando parece absurda, lejana, imposible. Tenemos que creer que la voluntad del hombre es siempre la voluntad de la paz. Tenemos por tanto siempre que encontrar esta voluntad por un lado, y por el otro tratar de encontrar los mecanismos adecuados para asegurar la paz.
Tras varias firmas de paz conseguidas por su mediación, a Sant’Egidio se le llamó, en los ambientes diplomáticos de todo el mundo, la ONU del Trastévere. ¿Cómo empezó la cosa en este barrio romano hace 60 años?
Es una paradoja interesante, cómo algo tan local como un barrio de Roma te conecta con lo más universal. La raíz fue muy concreta: los emigrantes en Roma. Cuando se encuentra al otro, al hombre concreto, surge enseguida la mirada universal. Cada persona es la llave con la que abrir los corazones a una visión universal. El cristiano tiene que tener raíces en su hábitat y en su comunidad, pero con un corazón universal.
Madrid ha acogido el 33 Encuentro Internacional de Oración por la Paz en el espíritu de Asís. El título del encuentro ha sido Paz sin Fronteras. Las fronteras hoy, para frenar la inmigración, se han convertido en muros. En España, como en Italia, como en otros países europeos, suenan cada vez con más fuerza voces políticas que demuestran una gran insensibilidad humanitaria… ¿Qué hacer ante esto?
Dos cosas: primero, dar seguridades. Los muros con todo su discurso responden a un miedo ante el cual se busca una solución. Los muros no son la solución. Más bien son una ilusión. Pero para frenar este discurso de los muros hay que frenar el miedo, y por tanto ofrecer seguridad, una seguridad que parte del conocimiento de la historia humana, que es una historia de movilidad. Segundo: el Evangelio. El Evangelio nos ayuda a ver que el otro es siempre nuestro hermano. Pero no desde un punto de vista meramente moral, sino real. Verdaderamente cada hombre es nuestro hermano, es mi amigo, y puede llegar a ser mi mejor amigo.
Ecumenismo, diálogo interreligioso, cuidado de la casa común, acogida a los migrantes… ¿Todo tiene que ver con la paz?
Muchísimo. Porque todos estos frentes son ámbitos para el diálogo. Si no hay diálogo se prepara la guerra. Los latinos decían: «Si quieres la paz, prepárate para la guerra». Basta. No es verdad. Es una sentencia falsa. Tenemos que cambiarla por esta otra: «Si quieres la paz, prepárate para el diálogo». El diálogo es el elemento fundamental. Si no hay diálogo se abren todos los caminos para la guerra. Solo el diálogo prepara la paz, mantiene la paz y defiende la paz.
En este encuentro todos los líderes religiosos invitados, pertenecientes a las principales confesiones cristianas y a las principales religiones, están de acuerdo con el valor de la oración para conquistar la paz. ¿Por qué rezar por la paz?
Estos encuentros nacieron como encuentros de oración por la paz. Y la oración por la paz constituye el momento culmen de estos encuentros internacionales. Todo comenzó con la convocatoria de san Juan Pablo II en 1986, con aquel primer Encuentro de Oración por la Paz en Asís. No se trata de una oración conjunta, sino que, salvando algún gesto simbólico común, nos juntamos en una misma ciudad para que cada confesión y cada tradición religiosa haga su propia oración por la paz, ya sea en las iglesias, en las sinagogas, en las mezquitas, y en otros lugares de culto. Pero no se trata únicamente de orar por la paz. Para hablar bien con Dios hay primero que hablar bien entre los hombres. Y quien habla bien con Dios habla bien también con los otros. Por eso nos unimos, también para analizar juntos todas las realidades que frenan la paz (el racismo, la pobreza, etc.) y todas las posibilidades para generar la paz.
Bolonia, su diócesis, es una de las principales ciudades culturales del mundo, sede de una de las más prestigiosas universidades europeas. Como arzobispo de Bolonia, ¿cree que es posible el diálogo fe y cultura? ¿Cree que es posible promover en el mundo intelectual la cultura del encuentro?
Bolonia e una ciudad particular. Tiene la universidad más antigua de Europa. Ella albergó el primer Erasmus, y lleva siglos acogiendo a jóvenes estudiantes de toda Europa. De algún modo, en este sentido, es también una cuna de Europa. Cuenta también con una importante impronta socialista y humanista. Y en general podemos decir que desde diversas corrientes de pensamiento es una ciudad que promueve la solidaridad. Todo esto le da a Bolonia la oportunidad de conjugar las raíces cristianas de Europa con las del iluminismo y el racionalismo también europeos, y servir así a un futuro mejor para Europa.
El Santo Padre ha anunciado que en el próximo consistorio lo creará cardenal. ¿Qué le pasó por la mente y por el corazón cuando recibió la noticia?
Me pareció al principio que era una broma. Luego me di cuenta de la gran responsabilidad que supone. Pero sobre todo me di cuenta de que era una gracia. Los príncipes en la Iglesia, al contrario de los príncipes del mundo, son los que tienen que estar detrás de todos para servir a todos. También el testimonio de un cardenal consiste en estar dispuesto a derramar la sangre, a dar la vida. Sobre todo por el testimonio de la comunión. Los cardenales eran los párrocos de Roma (lo siguen siendo simbólicamente). La Iglesia necesita siempre más comunión. Y como cardenal quiero servir al Papa, que preside la comunión, como constructor de comunión.