Los mártires de la tierra
Solo en el último año 116 defensores del medioambiente han sido asesinados en diversos lugares del mundo por molestar a terratenientes, gobiernos o multinacionales. El 22 de abril se celebra el Día Internacional de la Madre Tierra, con el recuerdo de dos recientes mártires de la tierra: el sacerdote congoleño Vincent Machozi y la indígena hondureña Berta Cáceres
El padre Machozi tenía 51 años. El 20 de marzo, Domingo de Ramos, el religioso asuncionista celebró Misa en una parroquia de Butembo, en la región congoleña de Kivu del Norte. Nada más terminar fue a visitar a su anciana madre. El ajetreado día terminaría con la visita de los líderes comunitarios al centro social que había construido él mismo en la localidad de Lubero. El centro lo bautizó con el nombre de Mon beau village –Mi hermoso pueblo–. «Acababa de marcharse el último hombre. En ese momento, diez hombres vestidos con el uniforme del ejército de la República Democrática del Congo y armados con fusiles entraron en el centro. Pidieron ver al padre Machozi. Lo encontraron en un patio trabajando en un ordenador portátil y abrieron fuego. Las últimas palabras del presbítero fueron: “¿Por qué me están matando?”», cuenta el padre Philippe Muhindo, religioso asuncionista congoleño y amigo del sacerdote.
Desde que regresó a Congo en 2012, el religioso era especialmente molesto para el Gobierno. Llevaba nueve años en Estados Unidos formándose en resolución de conflictos, y ya desde allí puso en marcha www.benilubero.com, una web de denuncia del expolio y los asesinatos que las guerrillas armadas controladas por las vecinas Uganda y Ruanda, con la complicidad de algunas multinacionales, están llevando a cabo en el Kivu congoleño, como ha denunciado en el pasado la ONU. «Vincent quiso volver a Congo para comprometerse en la defensa de las poblaciones locales, sometidas a las brutalidades de las bandas armadas», afirma el superior general de los Asuncionistas, el padre Benoît Grière.
El martirologio del padre Vincent
La región del Kivu tiene un subsuelo especialmente rico en oro, coltán, madera, casiterita, diamantes y cacao. «Además, tiene una tierra especialmente fértil. No necesita abono de ningún tipo», explica el sacerdote Muhindo. Por eso, tanto al Gobierno como a los vecinos Ruanda y Uganda –que luego venden la materia extraída a países occidentales– «les interesa que el pueblo siga siendo pobre. Cuanto más miedo y miseria haya, más barata es la mano de obra».
El padre Machozi investigaba cientos de matanzas relacionadas con el expolio de las tierras. Poco antes de su asesinato, el sacerdote había publicado un artículo denunciando a los presidentes de Ruanda y Congo por estar involucrados en las masacres de civiles inocentes pertenecientes a la etnia Nande. El objetivo de estas muertes es «sembrar el odio y la división entre los grupos étnicos en la región para gobernar y seguir explotando la riqueza», afirmaba él mismo el año pasado a uno de sus compañeros.
Lo llegó a calificar de genocidio y publicó «un inventario en su web de los asesinatos. Tenía registrado cada uno con fecha, nombres, fotografías y testimonios», afirma el superior general.
«Una madre de 30 años murió en Rutshuru después de haber sido violada por soldados congoleños. Su cuerpo fue encontrado sin cabeza». Ese es uno de los 575 casos del particular martirologio del padre Vincent. Aún quedan cientos sin registrar.
El padre Benoît Griére recuerda con tristeza su último encuentro con el sacerdote. «Le advertí de los peligros que corría, pero me contestó que ya lo sabía. Que por el bien de su pueblo, al igual que Cristo, iba a luchar hasta el final».