Los leprosos de hoy en día
La enfermedad mental genera rechazo. El Evangelio nos invita a poner en el centro de nuestra oración y cuidado a estas personas
Hace algún tiempo, una tarde, celebrando como cada día en el hospital psiquiátrico, la liturgia nos regaló el relato de Jesús curando a un leproso (Mateo 8, 1-4). Aquel día estaba un servidor en la homilía explicando lo que significaba en la época de Jesús padecer lepra, que además de ser una dolencia dermatológica podría ser considerada también una enfermedad social, ya que los que la sufrían habían de permanecer alejados de la gente, sin contacto alguno con ellos y gritando: «¡Impuro, impuro!» cuando alguien se acercaba.
Yo señalaba la actitud inaudita de Jesús, que, para curar al enfermo quiso tocarlo, siendo, a buen seguro, la primera persona que lo hacía desde mucho tiempo atrás. Habitualmente acudía a Misa una paciente, Inma, que hoy ya está de alta hospitalaria. Permanecía siempre en silencio, interviniendo únicamente cuando era oportuno para contestar las palabras rituales. Y, de repente, levantó la mano y alzó la voz diciendo: «Entonces nosotros somos los leprosos de hoy». Me quedé sorprendido y le pregunté: «¿Por qué dices eso?». Y, con total naturalidad, me explicó: «Porque la gente se aparta de nosotros. Por ejemplo, cuando me subo en la parada del hospital psiquiátrico y me siento al lado de alguien, esa persona se levanta y se cambia de sitio. Parece que les da miedo que les contagiemos la lepra».
Ellos son conscientes
Inma se dio cuenta de que las personas que padecen problemas de salud mental son algunos de los leprosos de hoy, a los que los otros no se acercan por miedo y a los que mantienen fuera de sus círculos, quizá porque piensan que los van a contagiar o a hacer daño.
En realidad, la enfermedad mental, en tantas ocasiones, genera rechazo. El estigma es constante en su día a día y aquellas palabras de esta mujer esa tarde pusieron de manifiesto que los que la sufren son conscientes de que son rechazados, marginados, no queridos. El estigma de estos leprosos de hoy en día no son solo palabras, sino que es la experiencia de exclusión en su cotidianidad.
Jesús, como leemos en el Evangelio, supera los prejuicios; Jesús supera el estigma y y lo encara porque tiene la certeza profunda de que no va a ser Él el contagiado de la impureza del leproso sino de que, más bien al contrario, Él va a contagiarle su salud, la salvación. Por eso no solo le cura la enfermedad, sino que lo hace tocándole. ¿Desde hacía cuánto tiempo aquel leproso no habría sentido el contacto piel con piel?
El Evangelio nos invita a poner en el centro de nuestra oración y de nuestro cuidado a tantas personas que a nuestro lado, en nuestro edificio, en nuestra comunidad parroquial, en nuestro trabajo o como compañeros de cualquier actividad, muy cerca de nosotros, padecen problemas de salud mental. Atrevámonos a acercarnos con la actitud verdaderamente cristiana de saber que ahí está de manera singular y única la presencia de Jesús hoy, que nos recuerda y nos da la oportunidad de que nuestra vida sea tiempo de cuidar.
No tengamos miedo a acercarnos y a tocar a los leprosos de ahora o a mirarlos a los ojos; al contrario, contagiemos ternura, misericordia y compasión, superando nuestros propios miedos y reconociendo la dignidad de toda persona. También de Inma.