Los lazos del amor de Dios
XXIII Domingo del tiempo ordinario
Creer en Jesucristo necesariamente hace hombres y mujeres con un corazón solidario. Es más, Jesús promete su presencia entre los que, en su nombre, vivan en comunidad: «Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Se puede decir que ser comunidad fraterna es el modo de convivencia de los seguidores de Jesús. Ser cristiano y ser individualista es incompatible. Es más, la relación con Jesús y la relación con los otros están profundamente implicadas: Jesús nos enlaza fraternalmente, Jesús trae los lazos del amor de Dios a este mundo. Por eso no hay nada que nos una tanto como rezar juntos: «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo».
Esa fraternidad universal se aprende en la escuela de la vida de la Iglesia, en las comunidades cristianas. Jesús se ha ocupado, precisamente en este texto, de orientar la convivencia fraterna entre sus seguidores. Jesús enseña un modo de comportamiento concreto para las relaciones entre hermanos, sobre todo para cuando las cosas no van bien: «Si tu hermano peca contra ti». Son, pues, normas para consolidar unas relaciones fraternas, en las que siempre se busca el bien del otro, aunque éste haya roto la fraternidad. En realidad, todo lo que en este texto propone Jesús es para salvar al hermano; tiene carácter medicinal. Por eso invita a actuar gradual y discretamente, con dulzura y paciencia; y siempre sin herir al culpable con el pretexto de hacerle el bien.
Si falla el procedimiento que propone Jesús, las consecuencias serán responsabilidad de aquel que no ha querido acoger la ayuda, del que no ha aceptado la mano tendida de su hermano. Siempre será su responsabilidad vivir al margen de la comunidad. Eso significa que Jesús, al mismo tiempo que propone mucha delicadeza al corregir al hermano, quiso poner de relieve que la corrección fraterna tiene un punto final: o el arrepentimiento que lleva a la reconciliación, o la exclusión de la vida comunitaria. Ambas decisiones tendrán siempre el aval del cielo: «Lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo». Es importante que siempre quede claro que entre hermanos, en familia, no da lo mismo actuar de un modo que de otro.
Ese punto final en la corrección no cierra, sin embargo, la posibilidad del perdón. Ése siempre podrá llegar cuando se cambie de actitud y de conducta. Hoy, muchos protestan cuando se dicen de un modo claro los criterios, principios, preceptos y modos de vida de la Iglesia católica. Ésos olvidan que, en la convivencia, no se puede renunciar a unas pautas de comportamiento, que un cristiano ha de conocer y practicar. Se olvidan de que ser Iglesia es estar reunidos en el nombre de Jesús, y eso nos obliga a estar atentos a sus palabras, haciendo memoria de sus enseñanzas y de su vida. Se olvidan también de que todo lo que viene de Cristo tiene una clara procedencia: la voluntad amorosa de Dios, que ha de marcar el rumbo correcto de nuestro proceder.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
«Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos. Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».