«La última vez que hubo dos o tres Papas no se hablaban entre ellos, se peleaban para ver quién era el verdadero. Yo quiero mucho a Benedicto. Siempre lo quise. Es un hombre de Dios, humilde, que reza. Un ejemplo de grandeza. Y fui muy feliz cuando fue elegido Pontífice». Así respondía el Papa Francisco a los periodistas a su regreso de la JMJ de Brasil. Era la primera vez que se le preguntaba abiertamente sobre su relación con el Papa emérito y sus palabras reflejaban el enorme aprecio y la profunda sintonía que existió siempre entre dos Sucesores de Pedro, a quienes tocó apuntalar la fe del mundo. La historia los quiso unidos en la misma cordada, compartiendo idéntico amor por la Iglesia; uno en la vanguardia, con las llaves en la mano, y otro convirtiéndose en quicio, referencia, y escalera a la que aferrarse cuando era necesario. Benedicto ha sido esa presencia silenciosa y efectiva que desgranaba a diario las cuentas de su rosario para que Francisco tuviera siempre sólidas asideras. Nadie como Benedicto para comprender la soledad de un Papa. De ahí el cariño, simpatía y respeto con el que se trataron siempre.
En su emocionante discurso de despedida a la Curia de Roma, Benedicto XVI les dijo: «Entre vosotros está también el futuro Papa, a quien ya hoy prometo mi incondicional reverencia y obediencia». Sabemos que lo primero que hizo Francisco antes de asomarse al balcón de San Pedro fue llamarlo por teléfono para que supiera antes que nadie la noticia y pedirle oraciones. También estuvo presente en sus primeras palabras ante el mundo: «Recemos por nuestro obispo emérito, Benedicto XVI, para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo cuide». A partir de ahí se intensificó una relación fraterna cuajada de detalles mutuos. Francisco acudía con frecuencia a visitarlo, llevando siempre algún libro o dulce que le gustara. Entre los dos no solo había continuidad teológica sino gran sintonía humana. «El Papa es uno, Francisco», respondía con energía Benedicto XVI cuando se enteraba de las maniobras hostiles de quienes intentaban utilizarlo como ariete contra el Papa. Los dos eran muy distintos, como lo fueron Pedro y Pablo. Unidad en la diversidad. Por algo había escrito Benedicto que la síntesis entre catolicidad y unidad es una sinfonía, no es uniformidad. Dos obispos de Roma armonizados en una indestructible unidad de destino.
Francisco ha cambiado los acentos, pero no el rumbo que marcó Benedicto. Los dos navegaron siempre en la misma barca. A un hombre de ideas siguió un hombre de acción. El Papa de la palabra y el Papa del gesto, con el denominador común del Evangelio. Pero, sobre todo, se querían. Al regreso del viaje a Rumanía tuve la ocasión de preguntar a Francisco por su trato con Benedicto XVI y comentó lleno de ternura que cada vez que acudía a visitarle le tomaba de la mano y le hacía hablar. Necesitaba escuchar la calidez y profundidad de sus palabras: «Es como tener al abuelo en casa. Me conmueve». Los dos formaron un dream team inquebrantable. Benedicto ejerció como el mejor de los guardaespaldas de su sucesor y en el 65º aniversario de su ordenación sacerdotal pronunció uno de los mejores piropos que se puede dedicar a un amigo: «Tu bondad, desde el primer momento de tu elección, en cada momento de mi vida aquí, me impacta, me lleva de verdad hacia dentro. Más que en los jardines del Vaticano, tu bondad es el lugar donde vivo: me siento protegido». Una amistad que unió sus destinos con lazos de acero y que ahora se fortalecerá desde el cielo.