«Yo no creo en las brujas, pero haberlas haylas». Es el dicho popular traducido del gallego, pero así piensa la mayoría de la población en Sierra Leona. Para los espectadores del primer mundo, brujos buenos y malos, magia negra y magia blanca tal vez no sean más que un mero entretenimiento. Y si existen, pertenecen a un mundo lejano.
Pero en África la brujería es una cosa muy seria. Tan seria que puede ser cuestión de vida o muerte para el acusado o acusada. Y hablo del siglo XXI… La semana pasada la Policía nos trajo a Don Bosco Fambul a Ibrahim, a Lamín, a Mohamed y a Marinet; todos acusados de asesinato por brujería. La historia es simple: algunas personas murieron en el barrio y familiares, vecinos y un pastor evangélico señalaron con el dedo a los culpables: tres niños de 10 a 12 años y una pequeña de 8.
No entienden de qué ni por qué los acusan. Los dejaron 24 sin beber agua y 72 horas sin comer. Las marcas en sus cuerpos son fruto del esfuerzo de los inquisidores para hacerles confesar que eran brujos. Obviamente, prefirieron ayunar y ser golpeados a confesar lo que no son. Hoy están a salvo en Don Bosco y no quieren volver al barrio ni con sus familias. Mohamed me pidió que no los dejáramos ir a casa de nuevo «porque vamos a desaparecer, nos van a eliminar». Que no se preocupen, que se quedan con los salesianos.
Otra historia es la de Eustace. Tenía 13 cuando lo encontré en una estación de Policía en Freetown. Me pidieron que me lo llevara porque lo acusaban de ser brujo. «Una sirvienta que trabajaba para la familia le ha pasado sus poderes», dijeron. «Aquí, unos nacen brujos y a otros los hacen. A este lo hicieron». Eustace lleva dos años con nosotros, vive en uno de nuestros grupos-familia y va a la escuela secundaria. Es el primero de su clase y sus únicos poderes son la inteligencia, la locuacidad y la bondad. Hace unos días me dijo que si logra ir a la universidad va a estudiar Derecho para defender a los niños sierraleoneses.
Les confieso que no sé si las brujas existen o no, pero sí creo que el bien y el mal están en guerra y que el campo de batalla es el corazón humano. Ya lo decía Jesús: «Lo que sale del hombre, eso contamina al hombre, porque de adentro, del corazón, salen los malos pensamientos, avaricias, maldades, engaños, envidia, calumnia, orgullo e insensatez» (Mt. 7,20-22).
Al final, los embrujos están más en la mente y en el corazón de los acusadores que en el de los acusados.