Los imposibles siguen sucediendo - Alfa y Omega

Los imposibles siguen sucediendo

Domingo. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo / Marcos 14, 12-16. 22-26

Jesús Úbeda Moreno
'Última Cena' de Pieter Pourbus. Groeninge Museum. Brujas (Bélgica).
Última Cena de Pieter Pourbus. Groeninge Museum. Brujas (Bélgica).

Evangelio: Marcos 14, 12-16. 22-26

El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?». Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «ld a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí». Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua.

Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». Después, tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».

Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.

Comentario

El contexto del Evangelio de este domingo es la cena pascual que Jesús celebra con sus discípulos. La narración de Marcos describe los preparativos necesarios para la institución de la Eucaristía. De nuevo es Jesús quien toma la iniciativa. Asume por un lado la tradición y costumbres de su pueblo y a la vez introduce una novedad radical. No hace alusión a la Pascua judía, al cordero, al paso del mar o a la muerte de los egipcios. Todo se centra en su propio sacrificio. Asistimos al acontecimiento pascual de su propia vida, el paso de este mundo al Padre en la entrega de su cuerpo y sangre por nosotros. Jesús, con sus gestos y palabras, instituye la Eucaristía, su cuerpo entregado y su sangre derramada bajo el signo mesiánico del pan y el vino. Desde este momento esta celebración se convertirá en el memorial de su misterio pascual. Espacio y tiempo quedan traspasados para siempre del amor infinito e incondicional del Señor por su pueblo. El acceso a la intimidad de Dios se hace contemporáneo y universal. Todos somos invitados a la fiesta de la alegría y la misericordia, todos podemos participar del amor manifestado en la entrega de su cuerpo, se nos da la oportunidad de beber del perdón infinito e incondicional de su sangre derramada. Se ha abierto una ventana en la historia que nos hace protagonistas de los acontecimientos pascuales. La experiencia eucarística es lo que le permitía al apóstol Pablo afirmar con toda certeza: «Me amó y se entregó por mí» (Gal 2, 20). También nosotros podemos afirmar, con la misma certeza que los que estaban al pie de la cruz, la experiencia de su amor y entrega por nosotros. La Eucaristía nos coloca sacramentalmente al pie de la cruz y a la entrada del sepulcro vacío como testigos de la Muerte y Resurrección de Cristo, actualizando la vida nueva y perenne que ha conquistado para nosotros.

La liturgia comprende la celebración eucarística como una prenda de la resurrección futura (prefacio III de la Santísima Eucaristía) y, por tanto, como una experiencia presente de los bienes definitivos. No es un «ya, pero todavía no» sino un «ya, pero todavía más». «Esperamos gozar de la Pascua eterna porque tenemos las primicias del Espíritu» (prefacio VI dominical). Esta es la experiencia eucarística cuando se vive según su naturaleza y verdad. Sin embargo, cuando la celebración se adultera y se separa de la fuente de la tradición y el magisterio, no genera esa experiencia de comunión con Dios que nos hace pregustar el cielo en la tierra. Este sigue siendo uno de los desafíos más importantes de la vida cristiana: tener una experiencia celebrativa que propicie y acreciente el deseo en esperanza de participar del banquete eterno. Cuando la celebración se vive en comunión con Cristo a través de la comunión eucarística y fraterna, «pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos» (SC 8). La existencia o no de esta vivencia debe ser el factor de corrección continuo de nuestras celebraciones. Los distintos elementos deben ayudar y converger para hacer posible que la experiencia litúrgica suscite en nosotros la certeza del cielo precisamente porque nos permite pregustar los bienes definitivos. Mi profesor de Liturgia nos hacía comprender esto dándonos una mitad de un billete de cinco euros y afirmando que la posesión de dicha mitad era el fundamento de la certeza de la existencia de la otra mitad. A muchas personas hablar del cielo les resulta una experiencia ajena y lejana porque sin una posesión existencial de la vida eterna no se puede esperar con certeza el cielo. Nosotros creemos en los imposibles porque los hemos visto suceder una y otra vez delante de nuestros ojos.