Los hogares para adictos que nacieron un Jueves Santo
El agua bendita que purificó hace 13 años, de manos del entonces cardenal Bergoglio, los pies de doce chicas y chicos adictos a las drogas fue el origen de los 200 Hogares de Cristo que hay hoy en Argentina
Arrodillado en el suelo y con su mano derecha cogiendo el tobillo de un joven con pantalón corto. Así quedó eternizado en una foto el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio. Era un Jueves Santo del año 2008, en la Villa 21-24, a orillas del río más contaminado de la ciudad de Buenos Aires, El Riachuelo. El arzobispo, según recordó a Alfa y Omega monseñor Gustavo Carrara –vicario para las Villas de Buenos Aires–, dejó dos principios que aún hoy vertebran los Hogares de Cristo: «recibir la vida como viene y acompañar cuerpo a cuerpo».
La iniciativa de estos hogares en Argentina tuvo su inspiración en una figura de Santiago de Chile: el jesuita san Alberto Hurtado, quien en los años 50 recorría las calles de la ciudad con su camioneta, recogiendo a los chicos de la calle. Para ellos fundó el Hogar de Cristo y allí lo conoció el Papa Francisco, durante un año de formación de la Compañía de Jesús en Chile.
En Buenos Aires fueron los curas de las villas quienes armaron esta red, que con el paso del tiempo sumó apoyos externos, como el de Cáritas o el de la Pastoral de Adicciones de los obispos, y así se pudieron multiplicar los hogares hasta llegar a 200. «Había jóvenes que por fin empezaban a salir de la calle y de las adicciones, y quisimos ofrecerles un hogar», explica María Elena Acosta, una de las integrantes de la Federación de los Hogares de Cristo.
Exhaustivo informe de la UCA
Tras 13 años de recorrido se realizó una investigación para evaluar cómo impactó la inclusión en estas casas de 20.000 personas adictas a las drogas. El informe fue realizado por un equipo interdisciplinario de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA) que dirigió la estadounidense Ann Elizabeth Mitchell, doctora en Economía.
«Llegamos a la conclusión de que el abordaje integral propuesto por los Hogares de Cristo es muy efectivo», asegura Mitchell en el informe. Los motores de cambio más nombrados por los consumidores en recuperación son los grupos terapéuticos y el acompañamiento en los centros. Otro de los aspectos positivos de los Hogares de Cristo, según los investigadores, es que mejoran la autoestima y la capacidad de sus moradores de relacionarse mejor con el entorno familiar o comunitario. «Llevo varios años trabajando en las villas, no es algo nuevo para mí, pero esta investigación me caló hondo», aseguró la directora. «La experiencia de entrevistar a personas que están pasando por este proceso de recuperación es muy fuerte; por ejemplo, escuchar las vivencias de quienes han logrado salir de la adicción al paco –pasta base hecha con el residuo de la cocaína– te deja tocada».
Sin embargo, no todo es positivo. Se evidenciaron las flaquezas respecto al acompañamiento de las mujeres en educación y trabajo, y la escasez de oferta de espacios donde ellas y sus hijos puedan albergarse. Además, falta avanzar en políticas de empleo que se ajusten a la vida de los jóvenes del Hogar de Cristo.
José María Di Paola, el cura que ese Jueves Santo de 2008 estaba arrodillado junto a Bergoglio sosteniendo una toalla y una jarra con agua, asegura que «el Hogar de Cristo es fruto de los debates que tuvimos los curas villeros a finales de los 90. Se fue constituyendo una nueva propuesta de lo que significa una parroquia popular, donde la religiosidad era tomada como eje, pero se apuntaba muchísimo a la organización dentro del barrio». La clave es que los chicos son «parte de la comunidad, no objeto de la evangelización».