Los hackers que ayudan a los inmigrantes a buscar casa
El Vaticano ha acogido su primer hackaton, un concurso contrarreloj en el que 120 estudiantes tenían que buscar soluciones tecnológicas a problemas sociales
Cuando un inmigrante o refugiado consigue llegar a su país de destino y encontrar un trabajo que le dé una cierta estabilidad, aún le quedan obstáculos que superar. Por ejemplo, alquilar un piso. Muchos caseros recelan, y los inmigrantes en ocasiones no pueden aportar referencias que demuestren que son de fiar. Jake, Roisin, Yanchen, Lucy y Rushika son un grupo de estudiantes que tiene la solución: una app que dé seguridad a los posibles inquilinos.
Su proyecto, diseñado en 36 horas, ha sido uno de los ganadores este fin de semana de VHacks, el primer hackaton o maratón de hackeo celebrado en el Vaticano. A pesar de su nombre, los hackatones no son encuentros de ciberdelincuentes; sino competiciones, cada vez más populares, en las que expertos en tecnología deben encontrar a contrarreloj —hack alude a hacer algo deprisa— soluciones a un reto de cualquier tipo.
En este caso, los participantes eran 120 estudiantes universitarios de 30 países, que debían aportar sus innovaciones al diálogo interreligioso, las migraciones y la integración social. «Es bello poner la inteligencia, que Dios nos da, al servicio de la verdad y de los más necesitados», les dijo el Papa el domingo tras el rezo del ángelus.
Esta cita en el Vaticano era la cuarta que organizaba Optic Technology, una red de investigación fundada en 2012 por los Dominicos para abordar los desafíos del mundo tecnológico. Contaba, además, con la colaboración de la Secretaría para la Comunicación de la Santa Sede y de empresas como Google o Microsoft, y con el impulso de la prestigiosa Universidad de Harvard. De hecho, la idea de un hackaton en el Vaticano la tuvieron el año pasado, durante un encuentro en Roma, varios de sus estudiantes.
El fraile Eric Salobir, presidente de Optic, explica a Alfa y Omega que un hackaton es mucho más creativo que un concurso al uso, en el que cada uno elabora su propuesta desde su lugar de origen. «Casi todo el mundo se conoce aquí mismo, y al instante se ponen a trabajar. La mayoría de los participantes vinieron individualmente desde lugares como Hong Kong, México, la India… A muchos los ayudamos económicamente, porque queríamos que hubiera jóvenes de Harvard o del Instituto Tecnológico de Massachusetts, pero también de países en desarrollo y de universidades menos conocidas. Así, se mezclaban diferentes contextos y culturas para aportar soluciones originales». Los chicos contaban, además, con asesores técnicos y con otros con experiencia en temas sociales.
Más que cerebritos
«Tanto a nosotros como a los mentores que habían enviado las empresas colaboradores nos sorprendió el nivel técnico de estos jóvenes», asegura Salobir. Pero no respondían en absoluto al estereotipo del ingeniero o el científico encerrado en su mundo. «Hacen esto —explica— porque quieren cambiar el mundo, ofrecer soluciones a las personas necesitadas. Pertenecen a una generación que no se mueve solo por el dinero, sino que busca hacer cosas que tengan sentido».
Sin embargo, ahora que los ganadores tienen su título, comienza la parte más difícil: que su proyecto se convierta en realidad. El padre Salobir reconoce que no todas las ideas premiadas en convocatorias anteriores han visto la luz. Por eso, Optic Technology y las empresas colaboradoras se han comprometido a acompañar a los jóvenes seleccionados y prestarles apoyo financiero y técnico para desarrollar sus propuestas.
Optic, gracias a su vinculación con la Iglesia, les pondrá en contacto con ONG que ayuden a implantarlas. Esto es fundamental para proyectos como el de Liu, Margaret, Marcin, Tiffany y Adam. Este equipo, otro de los ganadores, creó una plataforma para que personas sin hogar accedan a pequeños trabajos financiados de forma comunitaria. Con todo, para Salobir es igual de importante que los estudiantes, al volver a casa, «conserven la mentalidad de hacer realidad su sueño de ayudar a los demás, ahora que han visto que es posible».
El acompañamiento a los emprendedores con inquietudes sociales es una prioridad para el equipo del dominico Eric Salobir. En las próximas semanas, Optic Technology van a lanzar en París una incubadora de proyectos tecnológicos que puedan contribuir a mejorar la sociedad. El objetivo es acompañar cada año a 40 equipos para que en seis meses puedan lanzar su producto al mercado.
Este proyecto sigue la misma línea, aunque con un enfoque más centrado en la tecnología, que el Laudato Si Challenge. Este otro acelerador de empresas emergentes fue puesto en marcha hace unos meses por el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral de la Santa Sede, y ya ha apoyado a nueve emprendedores.
«Se trata de una página nueva en la historia de la implicación de la Iglesia en la cultura –afirma el padre Salobir–, pero el libro es antiguo. La innovación está en el ADN de la Iglesia, que desde la Edad Media y el Renacimiento apoyó masivamente la ciencia y las artes. Algunos monjes fueron el Bill Gates de la época desde sus monasterios. Mendel, un agustino, es el padre de la genética moderna. Pero el mundo está cambiando, y ya no se puede hacer igual, ni podemos hacerlo solos. Ahora tenemos que contar con las nuevas generaciones, y colaborar con las empresas tecnológicas».