Los guerrilleros ya casi rodean Goma mientras un intento de golpe desestabiliza aún más R. D. Congo
Antes del ataque fallido contra el candidato oficialista a presidir la Asamblea Nacional, 17 parroquias estaban incomunicadas en el este del país ante el avance del grupo armado M23. La Iglesia es la única institución que se deja la piel por asistir a los desplazados
Los cañonazos de los obuses acercaron la línea del frente de batalla a las barriadas de Mugunga y Lac Vert, a unos diez kilómetros de Goma, al este de la República Democrática del Congo, donde cientos de familias refugiadas sobreviven en medio de la miseria. Los dos asentamientos fueron atacados la semana pasada por el Movimiento del 23 de Marzo, M23, el más poderoso de los grupos de milicianos, de mayoría tutsi, que ha logrado ocupar una gran parte del territorio de Kivu del Norte. La incursión dejó 35 muertos. «Hay 17 parroquias en la zona invadida por los guerrilleros que están completamente incomunicadas. No sabemos nada de ellos y no podemos acceder a esa zona», asegura un misionero que lleva 45 años en el país —los últimos 15 en Goma— pero prefiere no dar su nombre por temor a represalias.
El conflicto no es nuevo, pero se reactivó tras el proceso fallido de integración de los miembros del M23 en las Fuerzas Armadas del país. Tras varios años de letargo, retomaron las armas a finales de 2021. Los ataques a varias aldeas en la zona de Rutshuru, próxima a las fronteras con Ruanda y Uganda, han marcado una nueva fase en los enfrentamientos con el Ejército congoleño y sus aliados, las milicias wazalendo («patriotas» en suajili), unidades de defensa de civiles. «En apenas una hora pueden quemar un pueblo entero para controlar el territorio y las vastas riquezas minerales como el coltán, utilizado en los teléfonos móviles y otros aparatos electrónicos, y del que el 80 % de los yacimientos mundiales están aquí. Los combatientes del M23 solo conocen el lenguaje del terror. Cometen masacres, obligan a los niños a convertirse en soldados y violan a las mujeres», asegura el misionero. Una de ellas, Bijoux Makumbi Kamala, le contó al Papa durante su viaje al país en febrero del 2023 que cuando tenía 12 años fue apaleada y violada «como un animal» varias veces al día durante 19 meses por estos guerrilleros.
Desde 1996 la violencia de este y otros grupos armados —hay más de un centenar de milicias activas en el territorio— ha dejado un reguero de muerte de seis millones de cadáveres y ha obligado a abandonar sus poblados a dos millones de personas. «No solo hay silencio, hay complicidad internacional», remacha por su parte el vicario general de Goma, Henri Chiza Balumisa. El Gobierno del Congo acusa a su vecina Ruanda de tendencias expansionistas. En concreto, de desplegar soldados ruandeses en territorio congoleño y de entregar armas, uniformes, cascos, chalecos antibalas y equipamiento militar al M23. Una tesis que ha sido corroborada por informes de Naciones Unidas, aunque el propio grupo y el presidente ruandés Paul Kagame se empeñan en negarlo.
Los congoleños no pueden más y se han echado a las calles para pedir justicia y clamar por la paz. Como el grupo de jóvenes de la foto, que denuncian un genocidio. Son hijos de la violencia enquistada de un conflicto que, desde hace casi tres décadas, ha convertido al país africano en el campo de exterminio más mortífero desde la Segunda Guerra Mundial. «La Iglesia local sufre esta situación. Es la única estructura que soporta la carga y las consecuencias de la guerra. Nuestros edificios eclesiásticos han sido destruidos: templos, escuelas, hospitales…», incide Balumisa. Pero aun así, sin apenas medios, son la única esperanza de los refugiados. «Ahora hay cerca de un millón en torno a la ciudad de Goma. Es una catástrofe humanitaria», explica. A través de las redes de Cáritas, las parroquias y las escuelas se han movilizado para recoger alimentos, ropa y medicamentos para los que lo han perdido todo. Su clamor es un lija para la conciencia de la comunidad internacional: «Lo único que necesitamos es paz. Dejemos que nuestra gente regrese a sus tierras para vivir en paz y trabajar por su futuro. Que cese la guerra. Que se dejen de encender hogueras por intereses económicos».
Golpe de Estado fallido
El pasado fin de semana, un intento de golpe de Estado amenazó con desestabilizar aún más el país. Varios hombres armados y vestidos con uniforme militar irrumpieron en torno a las 4:30 (hora local) del domingo en la residencia oficial en Kinshasa del viceprimer ministro de Economía y candidato oficialista a la Presidencia de la Asamblea Nacional del país, Vital Kamerhe, lo que originó un tiroteó con sus guardias de seguridad que se saldó con dos de ellos y uno de los asaltantes fallecidos.
Según declaró su portavoz en la red social X, «Vital Kamerhe y su familia están a salvo. Su seguridad ha sido reforzada». Tras el ataque, las Fuerzas Armadas del país enmarcaron lo sucedido en un «intento de golpe» de Estado en el que participaron «extranjeros y congoleños», que fue frustrado y cuyos autores fueron detenidos. «Un intento de golpe de Estado fue cortado de raíz por las fuerzas de defensa y de seguridad», declaró el general Sylvain Ekenge en un breve mensaje difundido por la televisión nacional, según informa Le Monde. En la tentativa «estaban implicados extranjeros y congoleños» que fueron «todos puestos fuera de combate, incluido su líder», añadió.
Según Muhima, dos policías y uno de los asaltantes murieron en el tiroteo. La representación diplomática de Estados Unidos en el país emitió una alerta de seguridad, pidiendo precaución tras «informes de disparos».
La identidad de los asaltantes no ha sido confirmada oficialmente pero el portal de noticias congoleño Voice of Congo identifica al cabecilla de la asonada como Christian Malanga, un miembro de la diáspora congoleña, residente en Estados Unidos. Podría haber muerto durante los ataques, aunque tampoco hay verificación de este extremo.
En una carta fechada el 27 de abril, el fiscal del Tribunal de Casación, Firmin Mvonde, pidió a su homólogo del Tribunal de Apelación de Matete que abriera una investigación judicial contra el cardenal Fridolin Ambongo. El arzobispo de Kinshasa —uno de los contrapesos más activos del Gobierno y una autoridad moral en el país— aún no ha sido formalmente acusado en ningún proceso y el caso sigue bajo secreto de sumario. Sin embargo, la misiva fue intencionalmente filtrada a la prensa para socavar su imagen. Fuentes eclesiásticas aseguran que Ambongo no había recibido «una citación oficial» sino una «invitación informal» del magistrado para comparecer ante él, pero tuvo que incumplirla por encontrarse en el extranjero. En el origen de esta trampa judicial —que ha levantado un muro de tensión entre el Gobierno de Kinshasa y la Iglesia católica— está la homilía que pronunció en la Misa de Pascua el cardenal Ambongo, en la que hizo mención a la adhesión de algunos miembros del Ejército —que cobran sueldos irrisorios— a la poderosa milicia M23. «Podemos llamarles traidores, han hecho suya la causa del enemigo, pero la cuestión fundamental es ¿por qué han actuado así estas personas? Es porque aquí, en casa, seguimos haciendo cosas que perjudican a los demás, que socavan la unidad nacional», señaló el purpurado.