Los gitanos están en el corazón de la Iglesia - Alfa y Omega

Los gitanos están en el corazón de la Iglesia

Ramón López Merino se estrenó como delegado de Pastoral Gitana días antes de viajar a Roma con 50 gitanos por la beatificación del primer beato gitano, en 1997. Ahora vuelve a la Ciudad Eterna, con otros 50 gitanos, para encontrarse con el Papa Francisco

José Calderero de Aldecoa
Manuela, gitana, madrileña y católica canta el Padrenuestro durante una Eucaristía con los gitanos de Madrid. Foto: Julián Barrero

En menos de 24 horas, 390 gitanos de toda España –y unos 4.000 del resto del mundo–, pondrán rumbo a Roma para encontrarse con el Papa Francisco. Con motivo del 50 aniversario del célebre encuentro de los gitanos con Pablo VI, aquel en el que les dijo: «estáis en el corazón de la Iglesia», el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes ha convocado una peregrinación a la Ciudad Eterna entre el 23 y 26 de octubre. Los gitanos visitarán los principales lugares del cristianismo, celebrarán un Vía Crucis en el Coliseo y una Misa en el santuario del Divino Amore. El último día de la peregrinación, pocas horas antes de volver a sus países de origen, se verán con Francisco, precisamente en el aula que lleva el nombre de su antecesor, Pablo VI.

Fue en los prolegómenos de otro viaje con 50 gitanos a Roma, por la beatificación en 1997 del primer gitano, el español Ceferino Giménez Maya, cuando Ramón López Merino se estrenó como delegado de Pastoral Gitana de Madrid. El sacerdote se había pasado en las misiones los últimos siete años de su vida. Al llegar de vuelta a Madrid, recibió una llamada del obispo auxiliar, monseñor Fidel Herráez, que le convocó a una reunión y, tras dos horas de conversación, le pidió que se convirtiera en el delegado de Pastoral Gitana. López Merino se resistió, «pero al final dije que sí por obediencia». Pensó que los comienzos serían fáciles. «Me frotaba las manos soñando que, tras volver de Roma de la beatificación, formaría un grupo con el que trabajar», recuerda. «Pero al llegar a Madrid, cada uno se fue por su lado y nunca más les volví a ver el pelo», cuenta.

Teodoro González es gitano y católico. De hecho, «amo tanto a Cristo y a la Iglesia que me estoy preparando para ser diácono». Está en el paro, lo que le permite gastar su tiempo ayudando a Ramón, delegado de Pastoral Gitana, y organizando un equipo de fútbol, los Dragones de Vallecas, para ayudar a niños y familias desfavorecidas. Mañana peregrinará a Roma para encontrarse con el Papa Francisco.

Pocas horas antes de iniciar un nueva peregrinación a Roma con gitanos, Ramón López hace balance y no se arrepiente de haber obedecido al obispo. Para él los gitanos «son como piedras preciosas que están sin tallar. ¿Y cómo las trabajas?», se pregunta. «Por la afectividad. Que ellos vean que estás con ellos. Cuando te llaman primo, aunque seas payo (así es como los gitanos llaman a los que no son de su raza), es que te aceptan como uno de los suyos», explica. «Pero antes te tienes que desgastar por ellos, aunque no vayas a ver los resultados», añade. El primo Ramón

El sacerdote ha dado la cara ante las instituciones o escribiendo a los juzgados para interceder por muchos gitanos en la cárcel. «Aquí no hacemos distinción. Atendemos a todo el que lo pide, sea católico, evangélico o se rija por los preceptos de la ley gitana», asegura el delegado. Y trabajo no le falta. En Madrid viven unos 42.000 gitanos. El 10 % -apunta dubitativo Ramón- son católicos. «Es difícil hacer una estadística. Ni ellos mismos se definen como católicos o evangélicos. A menudo no tienen una formación suficiente que les ayude a distinguir lo que es estar dentro de la Iglesia. Es muy complicado sentarles en una mesa y hacer, de esa reunión, un motivo de encuentro, de reflexión cristiana, de anuncio del evangelio. Muchos no están acostumbrados». A pesar de ello, el delegado no se rinde. «Si yo soy misionero y me voy a la India, no llego pidiendo que me construyan una iglesia. Primero, si hace falta, me voy con las cabras. ¿Qué estoy haciendo con eso?», se pregunta Ramón. Y añade: «Estoy sembrando la pregunta que yo espero: “¿Y tú por qué has venido aquí? ¿Para estar conmigo y con las cabras? No, he venido a evangelizar”. Con los gitanos hay que hacer lo mismo. Yo me siento misionero entre los gitanos», confiesa. Por eso, a la vuelta de Roma, «volveré a echar las redes».

Siembra pastoral y humanitaria

La Delegación no hace diferencia entre lo pastoral y lo social. «Tenemos tres celebraciones religiosas al año exclusivamente para gitanos. El resto del tiempo intentamos que se integren en sus parroquias», cuenta López Merino. Lo que nunca descansa es la atención social. Son frecuentes las visitas a la cárcel o al poblado chabolista de Fuencarral. «Aquí repartimos unos 7.000 kilos de comida al año. Atendemos a más de 200 familias», concluye.

«Dios mío, protégeme. Que no me pase nada»

Fátima García, gitana de 27 años, no podía contener las lágrimas cada vez que pensaba que a su hijo Fernando le iban a sacar del nicho por no tener dinero para renovar el contrato con el cementerio. «Pasé algunas noches sin cenar para ahorrar y así poder pagar la tumba de mi hijo», explica. A pesar del sacrificio, solo consiguió la mitad del dinero. Fue el padre Ramón, delegado de Pastoral Gitana de Madrid, el que «puso todo lo que faltaba».

Fátima conoció a Ramón siendo una niña. «Ayudaba a mis padres con los alimentos», recuerda. Luego le perdió la pista hasta que apareció, por sorpresa, para acompañarles en las horas de dolor, cuando «Fernando salió a jugar con sus amigos y nunca más volvió a casa». El niño, de 6 años, estaba jugando en un descampado cerca de casa, cuando cayó a un pozo lleno de agua y barro. Murió ahogado.

Los recuerdos hacen que Fátima prorrumpa en lágrimas. Las mismas que brotan de sus ojos una vez al mes, cuando su segundo hijo, Antonio, sufre por la noche uno de sus ataques respiratorios.

Sin coche, con el metro cerrado y sin dinero para un taxi, Fátima tiene que recorrer a pie, con su hijo, un camino de una hora que atraviesa varios descampados donde los yonquis buscan refugio. «Dios mío, protégeme. Que no nos pase nada»: Fátima eleva sus oraciones para superar el miedo y cruzar los últimos metros hasta llegar al Hospital Infanta Leonor.

Casada por la Iglesia y la ley gitana

Ramón no solo ha estado al lado de Fátima en los momentos malos, también le ha acompañado en uno de los más bonitos de su vida. «Yo ya estaba casada por la ley gitana, pero sentí que me tenía que casar por la Iglesia». Fue el delegado el que ofició la ceremonia. La novia acudió vestida como cualquier otro día. Al terminar, les esperaba una casa vacía, que han podido ir rellenando de muebles con la ayuda del primo Ramón. Ahora el problema es el paro, a pesar de los esfuerzos de Antonio, marido de Fátima, por encontrar trabajo. Sobreviven como pueden al día a día. Mientras tanto, Ramón les ayuda con la comida, el nicho, los muebles y con lo que haga falta.