Los focos - Alfa y Omega

«El éxito, en el siglo XXI, no parece sinónimo de felicidad. Extraña realidad. Y demasiado común hoy en día. La última víctima de las redes sociales ha sido […], que ha tenido que decir adiós a las redes sociales por […]». Recojo textualmente estas palabras de un periódico, porque me hacen pensar. Me hacen valorar aún más la vida sencilla, fuera de los focos y de los espectáculos y prisas a los que habitualmente nos lleva este ritmo, esta sociedad. Y, cuidado, en los que más de una vez caemos como Iglesia y como cristianos: el qué dirán, el aplauso, lo llamativo.

Me gusta, me decía el otro día Toñi, esta vida hecha de días casi sin importancia, sin móviles y esas cosas, esta vida de cercanía y escucha, esta vida de saludos y vecindad, esta vida en la que unas veces nos voceamos y otras nos ayudamos.

La vida sin postureos, la encarnación del Niño Dios, no es para la foto. Es algo más profundo. Es algo hecho con la paciencia del lento crecer del trigo en invierno. Es algo hecho en la gratuidad y en la celebración de las cosas sencillas. No son actos para la foto y las redes.

Más de una vez he pensado en lo que me han ayudado el encuentro y la vida de todos estos años al lado de esta gente sencilla de pueblos olvidados. Me ayuda celebrar la Eucaristía cara a cara con esas cinco personas, donde no valen los sermones de campanillas, donde la vida, las dudas y los perdones se ponen en juego, donde las miradas valen más que las palabras después de muchos ratos compartidos en la risa, la esperanza y el dolor.

Toñi, esta mujer callada, me enseña cada día con su vida entregada, con su saber dar gracias y una palmada de ánimo. Me enseña cuando, con recogimiento, vive y participa de la Eucaristía. Y me doy cuenta de que las prisas y los focos dejan poco tiempo para disfrutar de personas como Toñi, de su mirada y de sus manos.

Yo no conozco ni Instagram, ni a famosos. Y sinceramente, no me importa.