Había mucha expectación creada en torno a la nueva serie de Albert Espinosa, responsable de la más que interesante Pulseras rojas (Pulseres vermelles, estrenada originalmente en TV3, en 2011), aquella historia que recordaba a los muchachos, enfermos de cáncer, que Mercero inmortalizó en su Planta 4ª y que a su vez eran adaptación de Los pelones, una pieza de teatro del propio autor catalán.
Ahora, con Roger Gual en la dirección, Albert Espinosa vuelve a adentrarse en el complejo territorio de los menores ingresados en un centro hospitalario, en esta ocasión, un centro psiquiátrico del que se dan a la fuga. Pero, lamentablemente, Los espabilados se caen con todo el equipo. Sus protagonistas principales están demasiado verdes para estas lides y, perdido el primer encanto de la aventura adolescente, la historia rezuma un amateurismo impropio de una serie que se promociona a este nivel en plataformas. La trama tampoco nos salva del naufragio, más bien al contrario. Esa suerte de road movie, con adolescentes a la fuga, está demasiado trillada. Hay momentos de moralina explícita (con mensajes tipo Mr. Wonderful sobre canarios enjaulados y chicos buenos, apresados en una sociedad que no les permite volar), que dan vergüenza ajena. Además, a estos espabilados no se les saca el partido que una cuestión como las enfermedades mentales posibilita. Antes al contrario, la serie se dedica a hacer una frívola apología del delito, más o menos inconsciente, a presentarnos un mal gamberro y deseable, porque es fácil empatizar con los muchachos, y a hacer una burda defensa de la eutanasia, en un desvío (literal) de la trama principal, donde no puede notarse más el grueso calzador con el que ha sido metido.
Demasiado espabile, en el peor sentido de la palabra, y oportunidad perdida, porque había en la idea original mimbres para haber hecho un buen cesto.