Los curas roqueros actúan en el Hospital Nacional de Parapléjicos
«La vida de cada uno es un regalo. Tu vida es hermosa» fue uno de los mensajes que La Voz del Desierto llevó a este centro sanitario
Aunque digan que no, los madridistas estaban inquietos porque acababa de marcar el Barcelona. Eran las seis de la tarde del pasado domingo, 16 de octubre, y muchos estaban pendientes del clásico. El grupo de música católica La Voz del Desierto (LVD), conocidos desde hace casi 20 años como los curas roqueros, había instalado sus altavoces, batería, micrófonos y guitarras eléctricas en el patio exterior del Hospital Nacional de Parapléjicos, en Toledo.
Allí la capellanía y el servicio de rehabilitación complementaria habían programado un concierto para pacientes, familiares y sanitarios. No había concluido el partido cuando sonaron los primeros acordes de «Bienvenido hijo de Dios», canción con la que el grupo abre sus conciertos. Durante 90 minutos, los tres sacerdotes y los cuatro laicos ubicados bajo el techado central del patio acapararon todas las miradas. Bueno, todas no.
Ella miraba todo el rato a su compañero de concierto, quien, pese a no poder mover sus extremidades y estar en una silla de ruedas, bailaba con la mirada y saltaba con la sonrisa. Ella, de vez en cuando, giraba su vista hacia el padre Curry, cantante de LVD, que hablaba de Jesucristo entre canción y canción con el deseo de llevar esperanza a un lugar donde parece que no tiene cabida. «La vida de cada uno de nosotros es un regalo. Tu vida es hermosa», afirmó el sacerdote instantes previos a cantar que «tu misericordia nunca me abandona».
Pese a que la mezcla de alzacuellos y guitarras eléctricas llamaba su atención, ella enseguida tornaba sus ojos hacia su derecha. Hacia aquel que le da la vida, una vida que quiso segar una lesión medular. Le pasaba su mano por la espalda, le sonreía, le hablaba al oído, apoyaba la cabeza en su hombro. Era tal la belleza de su cariño, que más de uno se dio cuenta de aquella brutalidad de amor.
Los curas roqueros enfilaron el final del concierto. Sonaron los acordes de «Mi fortaleza» con un simpático diálogo entre piano y guitarra eléctrica. Él mostró sus primeros compases de cansancio y ella activó su sexto sentido. Se levantó, se echó el bolso al hombro y empujó la silla de ruedas rumbo al hospital mientras La Voz del Desierto cantaba «sin tu calor, ¿qué puedo yo?». Se fueron dando una lección abrumadora de amor entregado.