Los curas no hablan de política
Es fácil concluir que Aragonès busca en Francisco una especie de apoyo institucional a esa bochornosa y carísima entelequia —los Països Catalans— y hasta que el Papa se lo da. Eso último, no obstante, son elucubraciones y nada más que eso
Como católico que soy, hombre libre, obedezco con filial diligencia todas las disposiciones del sucesor de Pedro, sea quien sea, y con alegría, en todo lo que atañe a la fe. Por esas mismas razones, me importa un bledo lo que opine el Santo Padre sobre fútbol, sobre política o sobre numismática. Aunque mañana saliera al balcón del ángelus a decir que Cataluña debería ser una nación independiente y soberana, aquello no alteraría en nada mi amor de hijo y mi obediencia cristiana. Mucha gente no entiende algo tan sencillo: que los católicos podemos pensar distinto y aun así querernos, incluso aunque el que piense distinto a mí sea el Papa de Roma.
Lo digo porque Pere Aragonès, presidente de la Generalitat de Cataluña, visitó el pasado lunes el Vaticano, donde el Papa lo recibió en audiencia privada durante algo más de media hora. Aragonès le llevó un saco de regalos y luego hizo a los medios unas declaraciones más bien insulsas, llenas de trivialidades: «Ha sido un encuentro muy amable, de contenido muy interesante». Total, res de res. Una posible explicación a tal vacuidad es que, como todo el mundo sabe, los curas no deberían hablar de política a no ser que esté en juego la salvación de las almas o la vida de las personas. El Papa es muy consciente de eso y, por ese motivo, el único elemento concreto de la conversación que ha trascendido ha sido un nuevo llamamiento a la paz en Tierra Santa.
A pesar de todo, muchos católicos en España han levantado la ceja al saber que Francisco recibiría a Aragonès —el segundo presidente en merecer tal honor papal, después de Pujol— precisamente ahora que Pedro Sánchez ha prometido la amnistía a los delincuentes independentistas. El motivo de la visita era otro, en teoría —el milenario de la abadía de Montserrat y la finalización de las obras de la Sagrada Familia—, pero la coincidencia de las fechas ha alimentado los recelos.
Es fácil concluir que Aragonès busca en Francisco una especie de apoyo institucional a esa bochornosa y carísima entelequia —los Països Catalans— y hasta que el Papa se lo da. Eso último, no obstante, son elucubraciones y nada más que eso. Ni el Papa ha dado ninguna muestra de apoyo al proyecto independentista ni puede deducirse algo parecido, en honor a la verdad, de las declaraciones que Aragonès ha dado a los medios.
Porque los curas no hablan de política. Cuando se dedican a eso, no pasa nada bueno. Basta echarle un vistazo a Cataluña, donde un sector del clero se ha dedicado más a la nació que a la Iglesia. El Centre d’Estudis d’Opinió —el CIS catalán— publicó en noviembre de 2019 los resultados de un estudio que muestra que el 42 % de los catalanes se declara agnóstico o ateo, la cifra más alta de España.
Tal vez el Papa le ha preguntado a Aragonès sobre ese tema. Sería razonable pensarlo. O no, a lo mejor han hablado de amnistía y hasta puede que Francisco simpatice con esa idea. A mí no me importa. El Pontífice no ha hablado de política, como le corresponde, y sus opiniones son suyas. Si quieren la mía, hay que ir con cuidado con el catalanismo, que es corrosivo. Si uno se acerca a él se le puede pegar de todo. El Papa, de hecho, pilló un trancazo un rato después de estar con Aragonès, lo que le impidió leer un discurso en un encuentro con rabinos. Haremos como los buenos hijos: rezar para que se recupere pronto.