Los cristianos del Kurdistán, divididos ante la proclamación de independencia
Ahora más que nunca, se teme que un enfrentamiento entre Erbil y Bagdad acabe arrojando a las distintas milicias cristianas a una guerra fratricida
Ni las amenazas veladas y los juegos de guerra de sus vecinos turcos e iraníes y del primer ministro iraquí, Haider Al-Abadi, impidieron que muchos kurdos celebraran la independencia el lunes, aún a falta del conteo de votos, dando por hecha una abrumadora victoria del sí de Barzani. Ya incluso días antes de la convocatoria muchas personas salieron a la calle con el empuje de una hinchada enfurecida a celebrar lo que para muchos es un sueño. Ni la corrupción rampante del Gobierno de Barzani, ni la miseria de su pueblo, ni el recorte sistemático de los salarios de los funcionarios parecen haber hecho mella en el entusiasmo nacional del pueblo kurdo, al menos, en los gobernoratos de Erbil y Dahok, donde el presidente del Kurdistán iraquí tiene sus principales feudos y es venerado con el fervor de un caudillo.
Todo esto ha sucedido ante la mirada estupefacta y dividida de los pocos miles de yazidíes y cristianos que aún resisten los envites geopolíticos de esta tierra devastada por el sectarismo, la ignorancia y la guerra. Durante las semanas precedentes a la consulta electoral se sucedieron las denuncias de presiones y acoso contra cuantos se oponían a la voluntad inquebrantable de Masoud Barzani de pasar a la historia como un liberador del pueblo kurdo, antes que como el caudillo tribal que lo sumió en la mayor de sus miserias. Varias formaciones políticas de corte sectario emergieron de la nada con la única finalidad de apoyar el referéndum y defender los intereses kurdos, mientras miles de pequeños retratos del presidente decoraban las calles, dándoles un aire de distopia totalitaria.
Temor a una guerra fratricida
Dos alcaldes cristianos contrarios al referendo –uno de ellos, el de Alqosh– fueron reemplazados por títeres del Partido Democrático del Kurdistán. Se sabe, por otra parte, que centenares de familias de turcomanos y kurdos contrarias a la independencia fueron expulsadas a Kirkuk poco antes de la consulta electoral. Ese es, en realidad, el gran caballo de batalla, el agujero negro que ha hecho sonar esta semana el ruido de sables previsible de sus vecinos iraquíes, iraníes y turcos. Todos quieren Kirkuk por su riqueza petrolífera y, a una escala menor, todos anhelan igualmente extender su dominio sobre los llanos de Nínive, refugio natural de los cristianos, donde los caldeo-asirios aún aspiran a construir alguna forma de autogobierno.
De momento, la insinuada ayuda militar americana a los grupos armados de cristianos no ha llegado. Ahora mucho más que nunca, se teme que un enfrentamiento entre Erbil y Bagdad acabe arrojando a las distintas milicias cristianas a una guerra fratricida. Parte de las milicias asirias son meras subunidades bajo mando peshmerga kurdo, mientras que el resto forma parte de las Fuerzas de Movilización Populares chiitas. En estos mismos momentos, unos y otros combaten de manera conjunta al Daesh en la población de Hawija. Que los combatientes de ambos bandos se miren a los ojos cara a cara en las proximidades de Kirkuk proyecta la posibilidad aterradora de que prenda alguna chispa que haga arder Mesopotamia nuevamente.
El día del referendo, un peshmerga fue abatido a tiros por un soldado iraquí y algunos días antes, otros cuatro murieron víctimas de un atentado. Bagdad no entregará Kirkuk sin pelear, aunque el referendo confirme, como sucederá, que el grueso de sus habitantes prefiere estar del lado kurdo.
Huéspedes en su propia tierra
Entre tanto, los turcos cerraron este lunes la frontera de Silopi, mientras los iraníes intensificaban los bombardeos contra posiciones fronterizas. Al Abadi, primer ministro iraquí, afirmaba en actitud desafiante, que no tolerará la desmembración del país y exigía a los kurdos que devolvieran al Estado el control sobre sus fronteras. Una vez mas, la población cristiana ha quedado atrapada en una guerra que no siente como suya, bien es verdad que una parte significativa de ella apoya sin complejos a Barzani, a quien tiene por garante de cierta forma de secularismo, capaz de contener a los yihadistas.
Este martes las calles de las principales ciudades kurdas amanecieron más desiertas que nunca, acaso por la resaca. Corrientes de detritos fluían lentamente junto a miles de banderas, ahora ya apeadas de sus mástiles efímeros, y con aspecto de cadáveres. Ahora el Kurdistán es más pobre y está más aislado que nunca. Que buena parte de los trabajadores de las organizaciones internacionales hayan abandonado este territorio durante las semanas precedentes confirma que la guerra es una posibilidad real y que el miedo es libre, como saben los centenares de familias de chiitas que también han huído por temor a que las celebraciones kurdas desembocaran en disturbios y estos, en linchamientos.
Muchos cristianos, entre tanto, han mirado de soslayo este proceso y a los kurdos, con la indiferencia de un outsider o el rencor del usurpado. Para los nacionalistas asirios se ha consumado y bendecido un expolio secular, el que los convirtió en huéspedes en su propia tierra.