Los centros católicos previenen y reparan los abusos sexuales
Escuelas Católicas publica una guía para promover entornos seguros. «El problema no se soluciona solo actuando ante un caso», dice su secretario general
Después de dar respuesta a cuestiones como el acoso escolar o el duelo, Escuelas Católicas se ha enfrentado al drama de los abusos sexuales a menores en centros educativos. Y, como en las otras ocasiones, lo ha hecho a través de la publicación de una guía en la que ofrece pautas para que los colegios integrados en su red sean de verdad entornos seguros y contribuyan a acabar con esta lacra social. «Que nuestra actuación esté libre de ambigüedades, que no rehuyamos pedir perdón; en definitiva, que no seamos piedra de escándalo», dijo Pedro Huerta, secretario general de Escuelas Católicas, durante la presentación pública del documento el pasado viernes. La elaboración, que se ha extendido durante varios años con la participación de numerosos expertos, viene motivada, según explica Huerta en entrevista con Alfa y Omega, por varias constataciones. La primera parece evidente, aunque no lo es tanto: «Sabemos que existen casos y lo sabemos porque cuando se dan se crea una alarma social. Además, hay varias comisiones trabajando sobre esta materia. Afrontar los abusos implica asumir que se han producido. Todavía hay gente que vive en una cultura del silencio más que en una cultura del cuidado». De hecho, sostiene que para ser protagonistas de la solución hay que asumir la realidad, «evitar pensar en conspiraciones» o escudarse en el hecho de que hay más casos en otros ámbitos. «Una de las cosas que más he escuchado durante la elaboración de esta guía es que un solo caso ya es una tragedia. No es cuestión de porcentajes, sino de asumir nuestra responsabilidad», añade.
Y esa responsabilidad se concreta en la propuesta de una cultura del cuidado que recorre toda la guía, aunque un capítulo entero establece los fundamentos. Este modelo obliga a no esperar a que ocurra un hecho desagradable para tomar partido. Algunas instituciones, afirma Huerta, siguen sosteniendo que responderán con contundencia cuando se produzca el abuso. Pero, añade, «el problema de los abusos sexuales no se soluciona solo actuando con contundencia cuando se producen, sino trabajando previamente para prevenirlos y para contagiar a toda la comunidad educativa de esa cultura de espacios seguros».
Entre las medidas preventivas que propone Escuelas Católicas se encuentra la información a los alumnos, que va desde explicar qué se entiende por abusos sexuales y cómo detectarlos hasta tratar los factores de riesgo, la necesidad de contar lo ocurrido a un adulto o la deconstrucción de falsas creencias y estereotipos. Todo esto es susceptible de ser trabajado en tutorías grupales e individuales. También recoge la necesidad de contar con una educación afectivo-sexual reglada que, según explica Huerta, en sus centros se ofrece desde la antropología cristiana y en sintonía con la Conferencia Episcopal Española (CEE). Una formación que tiene como primeros destinatarios los docentes y que «ayudará a este trabajo de prevención y reparación». Este apartado se completa con la elaboración de códigos éticos o de conducta, el cuidado y la formación de los educadores y el recuerdo de las obligaciones legales, como la certificación de antecedentes en abusos sexuales.
• La guía define el abuso sexual, cómo se produce y los tipos. Y muestra la dimensión del problema: entre un 10 % y 20 % de la población en España lo han sufrido.
• Promueve una cultura del cuidado en los colegios, «esencia de la escuela católica», que va más allá del imperativo legal.
• Introduce la prevención a través de información, educación afectivo-sexual y trabajo en tutorías. Promueve la creación de un código ético.
• La actuación ante un caso debe ser «rápida, ordenada y reparadora». Es importante la escucha a la víctima, los protocolos y la comunicación.
• El centro tiene que ser parte activa en la sanación y reparación, acompañando a la víctima en el duelo. No se debe excluir al victimario.
El otro puntal sobre el que se afianza la respuesta frente a los abusos es la reparación. Por eso, se dan pautas para el acompañamiento de la víctima y para establecer la relación entre esta y el acompañante: cuidar el lugar de los encuentros, garantizar el buen trato, hacer de la escucha el motor, fijar límites claros… También se aborda el daño espiritual —es necesario reconstruir la confianza y la imagen de Dios— y la atención a los victimarios. En este sentido, es importante que se dé una respuesta a las víctimas del pasado. «No las podemos obviar diciendo que los hechos han ocurrido hace mucho tiempo y cuando ninguno de los responsables actuales estaba. Sería un acto de irresponsabilidad. La institución es la misma, aunque el victimario ya no forme parte de la comunidad o haya fallecido. El dolor de la víctima está ahí y hay que saber acompañarlo», añade Huerta, que explica que la tarea fundamental de cara a la comunidad educativa actual cuando se revelen casos de estas características será demostrar su compromiso para que no vuelvan a ocurrir. El trabajo de restauración, concluye, también tiene que incluir a las víctimas secundarias y terciarias, es decir, las familias y los compañeros.
Aunque en el título se pone el énfasis en la prevención y en la reparación, la guía de Escuelas Católicas también explica cómo actuar cuando se produce un caso o hay sospechas. Como novedad, promueve algunas medidas pedagógicas, como la creación de un grupo de protección para la víctima con sus compañeros más cercanos o la implicación del equipo docente y de su clase. También hace hincapié en la importancia de la comunicación a todos los niveles: desde la familia hasta los medios.