Los centros católicos afinan el ingenio para lograr la inclusión
Niños con parálisis cerebral pueden asistir a un colegio católico ordinario gracias a un proyecto de colaboración con Cruz Roja. Cuando no hay recursos técnicos, otro centro decide crearlos con creatividad y materiales low cost
El Colegio Pío XII es una escuela de Valencia capital con una situación privilegiada. Se encuentra frente al Centro de Parálisis Cerebral de Cruz Roja, lo que ha propiciado que, desde hace más de 35 años, tenga una especial sensibilización hacia las personas con diversidad funcional. Primero organizaron tardes lúdicas en las que los alumnos gravemente afectados por parálisis cerebral compartían su tiempo con alumnos de Educación Infantil. Posteriormente, empezaron a escolarizar de manera combinada al alumnado de Cruz Roja que podía beneficiarse del aprendizaje de algunas asignaturas en un aula ordinaria.
Una doble misión: los alumnos con parálisis cerebral consiguen beneficios a nivel social, afectivo y de comunicación mientras que los alumnos del Pío XII «quedan sensibilizados hacia este colectivo, fomentando la cultura del encuentro frente a la cultura del descarte», explica a Alfa y Omega el director del centro educativo, Miguel Ángel Mora. «Además, ponemos en práctica las palabras de nuestro fundador, el beato Manuel Domingo y Sol: “La educación no es una fórmula de escuela, sino una obra de vida”».
Durante cada curso escolar un grupo de tres o cuatro alumnos del centro de Cruz Roja se benefician del proyecto. Bajo esta fórmula de escolarización combinada, pasan la mayor parte del día en el centro de parálisis cerebral y para algunas asignaturas, que sus educadores consideran que pueden seguir con normalidad, son trasladados al Pío XII.
Comparten horas de clase —Ciencias Naturales, Matemáticas y Música— y también el patio con alumnos de Primaria, «los más próximos a su edad de desarrollo o cognitiva». Un trabajo coordinado de los dos centros en el que participan un maestro de Cruz Roja y una tutora y una persona de refuerzo del colegio. Todos los implicados están contentos con la iniciativa: los alumnos, los profesores y los familiares de los niños con diversidad funcional, que «siempre muestran ilusión por que sus hijos compartan el espacio con nosotros».
Aunque, como reconoce el director del Pío XII, para los profesores «es un reto complicado, porque los recursos que tenemos para poder darles la escolarización adecuada son muy escasos». Como los niños llegan con sus sillas de ruedas, para las aulas necesitan un mobiliario adaptado, pantallas y pupitres especiales. Un gasto elevado que asume el colegio.
Profesores e inventores
De aprovechamiento del dinero, de compartir recursos y de tecnologías de bajo coste saben mucho en otro colegio, esta vez de educación especial, el Niño Jesús, en Cabra (Córdoba). Atienden a entre 50 o 60 alumnos al año con distintas patologías, asociadas a alteraciones tales como síndromes del espectro autista, cromosomopatías, deficiencias auditivas, parálisis cerebral o pluridiscapacidad que requieren, debido a sus necesidades especiales, una enseñanza específica para su desarrollo. «El hecho de subsistir ya requiere un trabajo diario ímprobo», afirma a Alfa y Omega su director, Eduardo Martínez Gual. «Los recursos técnicos suponen un desembolso que no tenemos». Y la necesidad aviva el ingenio. «Nos plantearon algunos padres necesidades concretas, como por ejemplo un comunicador, que cuesta entre 200 y 250 euros». Como no podían comprarlo, «decidimos construirlo nosotros mismos». Así que se hicieron con un arduino —una placa de desarrollo de hardware libre que sirve para construir dispositivos digitales—, que cuesta cinco euros, «y hacemos los comunicadores con sensores» que detectan en cada caso particular los movimientos que pueden hacer los niños, cuenta Martínez Gual.
Hasta el 24 de febrero, numerosos actores del ámbito educativo mostrarán, en el congreso La Iglesia en la educación, algunos proyectos de la Iglesia en este campo. «La educación forma parte de nuestra misión evangelizadora», afirma a Alfa y Omega Raquel Pérez, secretaria de la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura de la CEE. La primera sesión, celebrada el pasado lunes sobre Educación no formal, voluntariado, tiempo libre y otros proyectos culturales, abordó el papel de las llamadas Escuelas de Segunda Oportunidad, así como el reto de educar en el tiempo libre desde el punto de vista pastoral.
El director narra con ilusión su último invento: para un alumno que tiene problemas para apoyar el pie han comprado otro arduino y un sensor —14 euros en total— y han creado un sistema para que cada vez que pise mal, sin apoyar el talón en el suelo, emita un sonido para indicárselo. «Vamos construyendo cosas de la nada», afirma orgulloso, buscando soluciones creativas para llevar adelante las actividades cotidianas del colegio y resolver situaciones en las que desde la Administración no les pueden ayudar. «También hemos hecho detectores para saber cuándo los niños pueden estar húmedos, porque los Pipistop son muy caros». Ahora mismo, lo que más necesitan es saber «qué cosas tienen los demás, para intentar replicarlas o que nos den ideas», añade Martinez Gual. Por eso pretenden unificar los conocimientos con otros centros de educación especial, crear un blog, una página web y un espacio donde poner en común problemas y distintas soluciones, «siempre y cuando no sean caras».
El Colegio Pío XII y el Centro de Educación Especial Niño Jesús son dos de las entidades que han compartido sus experiencias esta semana, durante una sesión dedicada a los centros de educación especial de ideario cristiano en el marco del congreso La Iglesia en la educación. Con esta convocatoria, la Conferencia Episcopal Española quiere invitar a una reflexión conjunta sobre la presencia de la educación católica en España.