Los católicos chinos también quieren un sitio en la parroquia
En España viven unos 220.000 chinos. Algo menos del 1 % son católicos, aunque la descentralización de sus comunidades complica ofrecerles una atención pastoral coordinada. Con motivo de Nuestra Señora de Sheshan, que se celebra el 24 de mayo, más de 350 fieles originarios de este país se reunieron en la catedral de la Almudena para pedir por sus hermanos y reunir por un día a una comunidad dispersa por todo el país
Para Elena Yuan, la fe era una desconocida hasta que descubrió que tenía un tío sacerdote exiliado en España. «Entonces recuperé la relación con él y vine aquí para aprender español», cuenta. Gracias a su tío conoció la Iglesia y se bautizó, aunque miraba la institución con bastante distancia. Fue a raíz de la muerte del cura, en 2012, «cuando sentí la necesidad de acercarme a la Iglesia y conocí la comunidad católica china».
Ella es una de los 350 chinos que acudieron el domingo a la catedral de la Almudena para rezar por la Iglesia de su país. Le acompañaron católicos chinos de las comunidades de Valencia, Zaragoza, Bilbao, Barcelona, Getafe, Parla y Madrid. Se echó de menos a la de Palma de Mallorca, una de las más importantes del país, cuyos miembros no pudieron asistir al acto.
El arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, presidió la ceremonia junto a varios sacerdotes de origen chino que atienden regularmente a estos fieles. En la homilía, el cardenal explicó que «la Iglesia es católica porque no tiene miedo a hacerse presente en cualquier rincón del mundo y abraza a todas las personas y razas». Si los cristianos creen en un Dios Padre, añadió, «eso significa que todos somos hermanos».
La reunión del domingo no es el primer acto de este estilo que organiza la comunidad china. Los tres últimos años estas reuniones tuvieron lugar en diferentes santuarios marianos. Esta vez se acordó peregrinar a la Almudena en esta edición para que los asistentes ganaran la indulgencia plenaria al peregrinar a la catedral, pues se celebra un Año Jubilar Mariano por el 25º aniversario de su construcción.
Una fe vivida en comunidades
Aunque las personas nacidas en China suelan trabajar en sectores altamente absorbentes como el comercio o la hostelería, los asistentes a la Almudena abandonaron sus obligaciones por unas horas para rezar por sus hermanos perseguidos. «Muchas veces estamos más centrados en nuestros trabajos que en la vida espiritual, pero la Iglesia nos recuerda que la vida espiritual es más importante», comenta Jian Yu Li, un joven de 22 años que ha venido desde Zaragoza junto a su madre y su hermana.
Estos dos hermanos son la cuarta generación de católicos en su familia y deben la fe a su bisabuela, quien se convirtió en China y transmitió la fe a sus parientes. En su país natal, Jian Yu Li y su hermana estaban acostumbrados a celebrar la Misa en chino en casas particulares. Cuando llegaron a España en 2007, pasaron una temporada sin saber cómo reunirse con otros compatriotas. «No sabíamos que existía la comunidad católica china. Íbamos a la parroquia más cercana a nuestra casa y oíamos Misas en español», cuenta Jian Yu Li. «En un principio, por la dificultad del idioma, no entendíamos lo que decían, pero con la fe sí entendíamos a Dios», añade.
Tres años después, en 2010, se creó la comunidad católica de Zaragoza «y poco a poco todos los chinos nos unimos para crear un grupo». Ahora, Jian Yu Li y su familia frecuentan la parroquia San Valero. Allí oyen Misa los sábados por la mañana, pero no es el único servicio que les ofrece esta iglesia. Para estrechar lazos con los españoles que comparten parroquia con ellos, «cada año organizamos eventos, hacemos viajes o visitamos catedrales». Una actividad que tiene gran acogida por parte de los feligreses y que les ha servido para conocer Roma, Fátima y Tierra Santa.
El valor de la acogida
Lucas es el vicario parroquial de San Valero y cada día hace lo que está en su mano para facilitar la unión entre sus dos comunidades. Un ejemplo de ello son las catequesis conjuntas que hace para que los niños chinos y españoles aprendan lo básico de la fe y jueguen juntos. «Nuestra idea es integrarlos, no crear un gueto», sentencia.
Después de las catequesis, el vicario parroquial les explica en mandarín los aspectos más difíciles de la lección para que la comprendan bien. Esto no sirve solo para ahondar en su formación religiosa, también responde a una petición de los padres, quienes están preocupados por la pérdida de su cultura. «Queremos mantener nuestra propia identidad. Somos chinos, pero estamos en España», advierte el sacerdote.
Es un diagnóstico que comparte Elena Yuan, feligresa de la madrileña parroquia Santa Rita. Gracias a sus estudios de filología inglesa, una lengua relativamente parecida al castellano, «siempre he tenido al suerte de integrarme con mucha facilidad». No obstante, es consciente de las dificultades que atraviesan algunos de sus compatriotas para comunicarse.
En vez de una apostar por una estrategia de asimilación que acabe borrando la identidad de los chinos, esta mujer recomienda valorar la riqueza cultural de su pueblo: «A mí y a la mayoría de nuestros compatriotas nos han acogido muy bien, pero pediría a los españoles que nos miren con otros ojos. Quizás nosotros damos más importancia al trabajo y a la familia, pero somos iguales en muchas cosas. Sobre todo en la hospitalidad con la que tratamos a nuestros invitados».
En la demarcación territorial de la parroquia valenciana de Santa María Goretti no hay guarderías, colegios, institutos, centros de formación profesional ni supermercados. «Solo hay oficinas y gente mayor», señala Vicente Martínez, el párroco. Esta comunidad, considerablemente envejecida, ha recibido con los brazos abiertos a los cristianos chinos que desde marzo comparten templo con ellos y que han rejuvenecido la vida parroquial. «La gente está contenta porque ve futuro. Sobre todo a la hora de los cantos porque tienen dos coros maravillosos de niños y jóvenes», cuenta el sacerdote.
Comparten templo, pero no parroquia. En el mismo edificio convive Santa María Goretti con Nuestra Señora de Sheshan, una parroquia específica para la comunidad china. A su cargo está el sacerdote Esteban Liu, quien hace lo posible por unir las dos comunidades. «Cuando damos catequesis o celebramos campamentos, invitamos a algunas personas españolas a dar una charla para conocernos mutuamente», apunta.
Un esfuerzo que da frutos especialmente en los más pequeños, quienes tienen una intuición especial para tender puentes. «Mis hijas tienen catequesis cada semana y allí juegan con muchos niños españoles», cuenta Andrés, feligrés chino y padre de dos niñas que se están preparando para recibir la Primera Comunión. Independientemente del color de su piel, están totalmente integradas en la comunidad. Y no es el único lugar en el que crecen en la fe. «También estudian en un colegio de jesuitas y todas las semanas tienen clase de Religión», añade su padre.
Sin embargo, aunque los niños hagan migas con tanta facilidad, para los adultos es un poco más complicado. «No solo hay que tener en cuenta la lengua, también está el problema de los horarios», explica Vicente Martínez. Acostumbrados a trabajar hasta tarde en tiendas o locales de hostelería, los feligreses de Nuestra Señora de Sheshan suelen oír Misa muy temprano y celebran sus reuniones a las once de la noche. Fruto de esta incompatibilidad, los fieles de estas dos parroquias nunca coinciden en la exposición del Santísimo de cada jueves y se han repartido los turnos salomónicamente. Después de que los españoles hagan la adoración por el día, los chinos toman el relevo a partir de las siete de la tarde.
Martínez y Liu están de acuerdo en que esta es una tendencia que cambiar y, aunque solo llevan unos meses compartiendo el templo, ya se están planteando hacer una exposición del Santísimo conjunta. Además, como los feligreses jóvenes de Nuestra Señora de Sheshan hablan perfectamente español, también barajan la posibilidad de impartir cursos prematrimoniales a los que puedan acudir conjuntamente parejas chinas y españolas.
La iglesia de San Valero se encuentra en una zona de Zaragoza llena de comercios comúnmente conocida como el barrio de los chinos. Gracias al esfuerzo coordinado del párroco y el vicario parroquial, de origen chino, varios niños del vecindario acaban de recibir su Primera Comunión.
Aunque integrarse en un país diferente pueda ser complicado, compartir la fe puede asfaltar el camino. Prueba de ello son los padres de estos niños chinos, que tenían mucho interés en que sus hijos recibieran la Comunión y han puesto todo tipo de facilidades para que participaran en este sacramento.
Según cuenta Inmaculada Palos, catequista estos siete niños chinos, comunicarse con las familias era bastante más complicado que hacerlo directamente con sus hijos. «Los niños aprenden mucho más rápido el idioma porque están en el colegio oyendo español todo el día, pero a los padres les cuesta mucho», asegura.
A pesar de que la mayoría hablaban ya español con fluidez, el idioma ha sido una barrera para dos niñas recién llegadas de China que se incorporaron directamente a las clases. Por suerte, Palos contó con la ayuda del resto para hacerse entender.
Además del lugar donde recibir la catequesis, la parroquia se ha convertido para estos niños en un espacio natural de encuentro y de juego. Y con ello, también de integración, algo que, según la experiencia de la catequista, se produce de forma espontánea en cuanto se les da ocasión a los niños para jugar juntos.