«Los católicos chinos están aburridos de divisiones»
«Roma no se construyó en una hora. El tiempo es de Dios», es el balance de un sacerdote chino sobre el acuerdo entre la Santa Sede y su país, en vísperas de una Jornada de Oración por la Iglesia en China que se celebrará con los templos cerrados
Este 24 de mayo será diferente. En la Jornada de Oración por la Iglesia en China y fiesta de Nuestra Señora de Sheshan, los católicos del país no podrán peregrinar a su santuario, en Shanghái. A finales de abril, la Asociación Patriótica y la Conferencia de Obispos vinculada a ella prolongaron todo mayo la supresión de las Misas (canceladas desde el 23 de enero) y las peregrinaciones, siguiendo la orden del Consejo de Estado de evitar las reuniones religiosas a causa de la pandemia de coronavirus. Las restricciones se mantienen más de un mes después de acabar el confinamiento de Wuhan, y cuando incluso lugares muy turísticos han vuelto a abrir.
Como contraste, el COVID-19 ha puesto de relieve otras luces de la Iglesia en China. Por ejemplo, el protagonismo que ha tenido la Jinde Charity Foundation, de Hebei, una de las entidades caritativas católicas más significativas de las cerca de 250 que hay en el gigante asiático. Fundada en 1997, en 2011 se le concedió incluso que los donativos que reciba desgraven fiscalmente. «En medio de la pandemia, ha jugado un gran papel», explica un sacerdote que prefiere no desvelar su nombre.
Diez millones de católicos en China. De ellos, seis en comunidades oficiales.
100 obispos, 69 reconocidos por Roma y el Gobierno (con las ventajas administrativas y económicas que ello implica) y 31 no oficiales. 40 diócesis vacantes.
4.950 sacerdotes. No hay datos de cuántos rechazan el registro oficial. 370 seminaristas en seis seminarios oficiales, y 100 en otros tantos clandestinos.
4.630 religiosas en 87 congregaciones oficiales y 40 no oficiales.
Y con ello ha servido de puente con Occidente y la Iglesia universal. En el primer momento de la pandemia, distribuyó cerca de un millón de euros recibidos de Cáritas Internacional y otras instituciones. Cuando el foco pasó a Europa, Jinde envió al Vaticano, para Italia, 300.000 mascarillas y 5.000 EPI. Por detalles como este el clérigo cree que la pandemia ha podido servir para que «Occidente vea a China no solo como una potencia, sino su gran cambio; también en el trato a la Iglesia». Una relación que, para él, «crece día a día, como un niño».
Se reduce la división
Formador del seminario en una diócesis donde coexisten sacerdotes y comunidades oficiales y no oficiales, explica a Alfa y Omega que este fenómeno «cada vez se da menos, porque se van uniendo» y la conciencia de la división «se hace menos fuerte. A un laico le interesa acudir a los sacramentos», válidos en todas. «Quieren la unidad. Todos se sienten aburridos y agotados después de tantos años de una división que viene de fuera», creada por el régimen comunista al exigir a los obispos y sacerdotes pertenecer a la Asociación Patriótica. Requisito que ahora ha sido sustituido por el de registrarse ante las autoridades.
Este sacerdote cree que el acuerdo provisional sobre el nombramiento de obispos firmado en septiembre de 2018 entre China y la Santa Sede puede contribuir a «normalizar la vida» de la Iglesia. Aunque sus frutos son difíciles de evaluar. Con 40 diócesis vacantes en 20 meses solo han sido ordenados dos obispos: Anthony Yao Shun en Jining y Stephen Xu Hongwei en Hanzhong, y ambos estaban ya aprobados por la Santa Sede desde tiempo atrás.
Por otro lado, la Iglesia levantó la excomunión a ocho obispos ilícitos, pero sigue habiendo 31 clandestinos. Las autoridades chinas reconocieron a dos, Zhuang Jianjian, de Santou, y Peter Jin Lugang, de Nanyang; aunque solo de forma parcial, como emérito y coadjutor respectivamente. Caso aparte es el de Guo Xijin, obispo clandestino de Mindong, que aceptó la petición del Papa de pasar a obispo auxiliar para ser reconocido por las autoridades, pero luego retiró su solicitud por la presión oficial.
Otra causa de perplejidad ha sido la implementación, en paralelo al acuerdo, de nuevas normas como la prohibición de que los menores asistan a actividades pastorales o la que obliga a los sacerdotes a firmar, para registrarse ante las autoridades, un documento que afirma el principio de independencia de la Iglesia local. Todo ello bajo la pretensión de significar el cristianismo, haciéndolo acorde no solo con la cultura china sino con los principios del régimen.
La lotería del Gobierno local
El sacerdote explica que «muchos sacerdotes han aceptado firmar el reconocimiento». Las orientaciones de la Santa Sede en junio del año pasado, que dejaban a la conciencia de cada uno el negarse o aceptar, asumiendo o manifestando que no se entiende esa autonomía como respecto al Papa, «seguramente tranquilizaron su conciencia», aunque también generaron «mucha problemática». En cualquier caso, «para algunas autoridades locales no hace falta que firmen todos, bastan algunos como representantes».
En efecto, en este país «muchísimo depende de las autoridades locales». Unas pueden tener como prioridad «mantener la paz social y no crear conflictos», mientras otras quizá buscan «buenos datos que ofrecer al Gobierno central». Así ocurre en el caso de las restricciones a la libertad religiosa. En la diócesis de este sacerdote «no ha habido. Lo único que nos han pedido es poner la bandera en la plaza de la iglesia, como en otros lugares públicos». Tampoco han tenido casos de derribos de cruces, comunes en otras regiones. Aunque detrás de estos casos puede haber proyectos urbanísticos, no excluye que sea una forma de presión al clero no oficial para registrarse ante las autoridades.
A pesar de todas las incertidumbres, «personalmente» este formador tiene «una visión positiva sobre el acuerdo. Todo tiene un proceso de maduración y, como dice el refrán, Roma no se construyó en una hora. Si el tiempo es de Dios, como decimos en la Vigilia Pascual, todo irá bien con el tiempo».
En septiembre se cumple el plazo de dos años que la Santa Sede y el Gobierno de China establecieron para el acuerdo provisional sobre el nombramiento de obispos. Llegado el momento, habrá que decidir si se renueva, se amplía o se cancela. Bernardo Cervellera, sacerdote del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras y director del portal de noticias AsiaNews, explica a Alfa y Omega que «hay problemas con su implementación. Lo han dicho en sendas intervenciones los cardenales Fernando Filoni», prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos; «y Pietro Parolin», secretario de Estado del Vaticano.
El principal problema es, para Cervellera, que «hasta ahora no ha servido» a su objetivo. «Mi visión personal es que el Vaticano lo aceptó para que cada obispo tuviera la aprobación del Papa» y evitar el nombramiento de decenas de obispos ilícitos, lo que «habría significado un cisma. Esos nombramientos se han frenado. Pero no se ha recibido a cambio ningún obispo lícito».
El director de AsiaNews atribuye el estancamiento a «una lucha interna en el Gobierno chino. Desde el Ministerio de Exteriores se quiere una buena relación con el Vaticano. Otra facción es más estalinista, más radical»… Y su bastión es la Oficina de Asuntos Religiosos. Es decir, el organismo responsable de la normativa religiosa, ahora más restrictiva, y de proponer al Vaticano los candidatos al episcopado para que el Papa los apruebe o no. En este conflicto, el presidente «Xi Jinping es un interrogante. Intenta tener el poder total, y no quiere tomar partido».
Por eso, Cervellera cree que de cara a renovar el acuerdo China debería preparar «al menos una lista de diez o doce candidatos. Y en segundo lugar, habría que trabajar mucho más por el reconocimiento de los obispos clandestinos». Por último, en un sentido más amplio, echa de menos «diálogo para ver hasta dónde hay que seguir las normas del Gobierno, y a partir de dónde hay que negarse» por fidelidad al Evangelio.