Los amigos de Pepe Álvarez le dicen hasta siempre
Padres de familia con sus bebés, empleados de la Curia diocesana, seminaristas que le tuvieron de formador, amigos y cientos de personas acuden a la Almudena a despedir a José Antonio Álvarez
César y Ana, y uno de sus hijos plácidamente dormido en un carrito, pasan a la cripta de la Almudena a dar el último adiós a José Antonio Álvarez. Sus rostros están serenos y alegres, como el de aquellos que saben el final de una historia que pinta mal, pero luego mejora. «Conocemos a Pepe desde hace muchos años, es el sacerdote que nos estuvo acompañando para preparar nuestro matrimonio, celebró nuestra boda, bautizó a nuestro primer hijo, y ha sido un sacerdote muy cercano a nuestra familia», cuenta Ana.
Dicen ambos que «nuestros hijos le adoran, pues siempre se buscaba un hueco para venir a casa y compartir la amistad, la fe, y la vida». Pertenecen a Cursillos de Cristiandad, «el carisma que nos ha unido». César lo llegó a conocer incluso antes de ordenarse, cuando servía de seminarista en la parroquia Virgen de la Fuentesanta. «Siempre estaba pendiente de cada uno», dice, al tiempo que destaca «su bondad y su entrega absoluta».
El cardenal Antonio Rouco fue quien le ordenó sacerdote en el año 2000, en un contexto eclesial marcado por el gran Jubileo de ese año, el documento Dominus Iesus y el catecismo de la Iglesia católica. «José Antonio era de ese año, de esa espiritualidad, de ese momento de la Iglesia que veía el paso del milenio a otro. Fue un muy buen sacerdote», y llegó a conocerle bien al ser el secretario de su auxiliar entonces César Franco. «Podemos dar las gracias a Dios por lo que nos ha concedido por su vida y su vida sacerdotal. Y le pedimos también que él esté formando parte de la mesa de su Reino».
«Se encargó de rezar por mí»
Luis forma parte del personal del Arzobispado desde hace décadas, y siempre ha tenido un trato cercano con él, incluso desde antes de ordenarse sacerdote. «Era una persona súperafable, dinámica, muy trabajadora, y la verdad que muy buen compañero. Él era uno de los seminaristas que venían a Bailén a la prestación de servicios en los veranos», señala.

Laura Moreno, delegada episcopal de Jóvenes, recuerda José Antonio como un hombre de fe entusiasta y cercano. «Era un apasionado de anunciar al Señor y de crear comunión en la Iglesia», subrayó. Lo conoció primero como rector del seminario y después como obispo auxiliar, acompañando de cerca el área de evangelización. «Transmitía gran alegría y paz», dijo, evocando su última imagen en el Jubileo de Interdiocesano de Adolescentes y Jóvenes, donde «estuvo todo el día entregado, alegre, feliz, acompañando a los grupos». Para ella, su muerte «dará muchos frutos en la diócesis de Madrid».
María Bazal, delegada de Familia y Vida junto a su marido, José Barceló, destaca la cercanía y el apoyo constante de Pepe en la pastoral familiar y en su trato personal. «Siempre fue un hombre encantador, nos abrió el seminario y nos animó mucho», recuerda. Rememora especialmente la jornada dedicada a los abuelos y los mayores, que él presidió el pasado verano. «Estaba feliz de tener esta celebración». Tras la Misa, compartió con los asistentes en un ambiente sencillo y entrañable. «Era un hombre cariñoso, entrañable, siempre con una sonrisa», señala María, quien valora su capacidad de dar impulso incluso en momentos difíciles: «Le podías contar tus preocupaciones y siempre te respondía con algo positivo».
Seminarista es en este momento Carlos, ya en su quinto año de formación, por lo que ha llegado a tener de rector al obispo fallecido. «De su testimonio, me quedo sobre todo en su insistencia en que conociésemos la misericordia de Dios», cuenta. Además, «a mí personalmente me cuidó mucho porque fue mi padrino en una misión que hice en un verano. Él, recién nombrado obispo, se encargó de rezar por mí, me escribió una carta y yo sabía que desde la retaguardia me cuidaba».

Marcos, director del colegio arzobispal, lo conocía desde sus tiempos en la Fuensanta. «Hemos compartido mucho tiempo, muchos años, mucha belleza», confiesa. «Para mí era un hombre con mucha fuerza espiritual, con mucho ánimo evangelizador, con un deseo muy grande de llevar el Evangelio a los chicos, con un afecto muy grande hacia los chavales, por ejemplo, con buen humor». «Era un hombre sencillo, con una fe sencilla, pero muy profunda», abunda.
Impresiona escuchar a cientos de sacerdotes entonar al unísono la salve para despedir a un amigo. Ha sucedido este miércoles en la cripta de la catedral de la Almudena, en un día marcado por la despedida a José Antonio Álvarez, obispo auxiliar de Madrid. Unos minutos antes, arriba en la catedral, el cardenal José Cobo decía que «José Antonio se ha sembrado en el mismo suelo en el que se postró durante la ordenación presbiteral y como obispo hace no mucho tiempo». Al final, «lo que queda de un pastor no son los cargos ni los títulos, sino las semillas de amor que ha dejado en esta diócesis. Damos gracias porque en la vida de José Antonio hemos visto todo esto».