Los Amigos de Monkole quieren escolarizar a 30 niños en la República Democrática del Congo
Lanzan una campaña para que los huérfanos en torno al hospital que sostienen vayan al colegio. «Que no pudieran nos hacía hervir la sangre»
«Que los chavales con los que llevábamos todo el verano jugando no pudieran ir al colegio nos hacía hervir la sangre», cuenta a Alfa y Omega Enrique Barrio, presidente de Amigos de Monkole. Aprovechando la vuelta al cole de los niños españoles, la fundación acaba de lanzar una campaña de recaudación de fondos para escolarizar en su país a 30 niños de República Democrática del Congo.
Los beneficiarios de la iniciativa son los niños huérfanos en los alrededores del Hospital Monkole, una instalación en el oeste de Kinsasa que los voluntarios de la fundación llevan visitando doce años. Allí los niños pueden recuperarse de enfermedades como el raquitismo pero, como Barrio reconoce, «pensamos que no servía de nada curarles las piernas si no conseguíamos que fueran al colegio».
Conscientes de las necesidades de los niños, ahora solicitan fondos para su educación, que cuesta de media unos 250 euros por chaval. Aunque puntualmente «alguna vez hemos apadrinado a algún niño», Barrio explica que este curso «es la primera vez» que lanzan esta iniciativa. «Hemos creado una campaña para que la gente nos pueda ayudar. Nuestra idea es que se puedan comprometer a pagar 250 euros todos los años y mantener el apadrinamiento», añade.
Otro proyecto para niños malnutridos
Barrio destaca además que, junto a las Misioneras de Cristo Jesús, la Fundación Amigos de Monkole tiene otro proyecto para ayudar a niños desnutridos. Con la ayuda de Teresa, una religiosa que trabaja como médico en el hospital, recaudan fondos «para poder comprar una mezcla de diferentes harinas con gusanos secos». Es una comida poco típica en España pero perfectamente compatible con la cultura de Kimwenza, el barrio donde se arraiga el proyecto. El presidente matiza que precisamente la combinación de estas fuentes alimentarias en una papilla tradicional «hace que los niños tengan todos los nutrientes necesarios».
Cada año unos 250 niños pasan por este proyecto. Tras permanecer en él entre tres y ocho meses, las cintas con las que se mide el ancho de sus brazos, una de las herramientas típicas para evaluar la desnutrición infantil, pasan del rojo crítico al verde. Así se indica la desaparición del peligro de muerte.