«Lo normal para un niño enfermo es estar en el cole»
Las aulas hospitalarias acogen cada año a miles de niños que necesitan pasar por el hospital para recuperar la salud. Enfundados en un EPI o trasladándose a los domicilios de las familias, sus profesores trabajan para que los niños puedan mantener su ritmo escolar
«Yo vine porque una noche empezó a dolerme la tripa y devolví un montón. En el hospital me pincharon y me subieron a una habitación. Estuve muchos días y lo que más me gustó fue el colegio, porque hicimos deberes, jugamos y nos divertimos», reconoce la pequeña Myriam, de 9 años, después de recibir el alta médica en uno de los más de 110 hospitales españoles que ofrece el servicio de aula hospitalaria.
Según la última Encuesta Nacional de Salud elaborada por el Ministerio de Sanidad, cada año son más de 7.000 los menores en edad de escolarización obligatoria que tienen que ser hospitalizados en España. A todos ellos, las aulas hospitalarias les ofrecen la posibilidad de seguir con sus estudios tanto en el mismo hospital como en su casa, si necesitan un tiempo de recuperación a domicilio.
«Esto lo hacían hace años fundaciones y personas voluntarias, pero con la construcción de los grandes hospitales en España, con muchas camas destinadas a la atención pediátrica de larga estancia, se vio la necesidad de profesionalizar este tipo de escolarización», afirma Francisco de Pedro Sotelo, coordinador de las aulas hospitalarias en los hospitales de La Paz, Ramón y Cajal y 12 de Octubre, en Madrid.
«Funcionamos como un colegio público, con profesores que son funcionarios e interinos, y trabajamos en contacto permanente con los profesores habituales de los niños», afirma. En las aulas hospitalarias, los alumnos nunca pierden la referencia con sus centros de origen y mantienen en lo posible su ritmo escolar. Normalmente hacen los mismos deberes que sus compañeros hacen en sus colegios, y hasta hacen los exámenes que les ponen sus profesores. De esta manera, pueden aprovechar el tiempo en el hospital y no descolgarse del ritmo que seguían antes de su ingreso, «siempre dentro de sus circunstancias», asegura De Pedro.
A las aulas hospitalarias que coordina Francisco de Pedro llegan niños no solo de Madrid, sino de toda España y, a veces, hasta del extranjero. Para todos ellos hay un cuerpo docente formado en total por más de 20 profesores. «Estos puestos tienen algo especial y por eso son de carácter voluntario. Es algo que se ofrece, pero a nadie se le obliga, por las condiciones especiales en que se desarrolla. Por ejemplo, se necesita una mayor destreza en la educación emocional, y una mayor flexibilidad a la hora de encarar el trabajo», señala.
En cualquier caso, «los niños y sus familias están encantados de poder seguir dando clase en el hospital, porque es bueno para la normalización de su situación. Que un niño esté en clase a las once de la mañana es lo normal, eso es lo que hacen todos los niños de su edad. Lo mejor para un niño es ir a la escuela, y a ellos les viene muy bien contar con eso cuando vienen aquí».
Por eso, un aula hospitalaria «no es un pasatiempo. Los niños vienen a trabajar y mantenemos un nivel de exigencia porque confiamos en su curación y porque queremos el mayor bien para su futuro», afirma De Pedro.
«Esto es una vocación, al menos en mi caso», señala Ángel Mejía, uno de los pioneros en las aulas hospitalarias de Castilla-La Mancha. «Yo llevaba varios años de maestro en pueblos, e incluso me estaba preparando para trabajar en un instituto o una universidad, pero conocí esto de dar clase a niños enfermos, y me enganchó. Es más que una profesión», añade.
Parte del plan de recuperación
Mejía cuenta que cuando un niño llega al hospital «lo más importante es que se sienta cómodo y lo más normalizado posible. Ese niño que está malito debe saber que está en el hospital para recuperarse».
Su escolarización también entra dentro de este plan de recuperación, «aunque a veces sus padres o sus profesores no lo entienden, por una sobreprotección que no hace bien a los chicos». Por eso, en la primera toma de contacto, «lo importante es empatizar con la familia y ganártela. Luego, al final todos los que acaban descubriendo el aula hospitalaria no quieren marcharse. ¡Algunos niños hasta prefieren el colegio del hospital a su colegio de origen!», bromea.
Para los menores, tener clase en el hospital «permite normalizar su situación», y aunque debido a la pandemia muchas aulas han tenido que cerrar y los profesores han tenido que desplazarse a las habitaciones de los niños para darles clase, seguir con su ritmo escolar «supone para los chicos una motivación extra para su recuperación».
Esta es una profesión «en la que sueles implicarte mucho», afirma Miguel Pérez, director del colegio del Hospital Niño Jesús, un centro de atención exclusivamente pediátrica con 221 camas disponibles, por el que el año pasado pasaron más de 1.600 niños.
«Aquí cada niño ingresado es también un alumno», señala, «y a todos ellos les ofrecemos la formación que tienen antes de ingresar, desde la educación infantil hasta la formación profesional, pasando por la ESO o el Bachillerato».
«Esta profesión es preciosa», confiesa Miguel. «A veces es dura, no nos vamos a engañar, pero te da mucho. Puedes aprender mucho de estos chicos. Te cambian el chip y la concepción que tienes de la vida. Te enseñan a aprovechar el momento, a reírte y a disfrutar de las pequeñas cosas, las más importantes de la vida».
¿Qué pasa cuando un niño recibe el alta en el hospital, pero aún no puede ir a su colegio por tener que recuperarse en casa? «Estos casos también los contempla el aula hospitalaria», afirma Ángel Mejía. «Al igual que cuando están en el hospital, nos coordinamos con los profesores de su colegio para seguir su plan de estudios».
La implicación entre maestro y alumno es tal, que «a veces ha habido profesores que nos han dicho que estos chicos incluso han mejorado su rendimiento tras la enfermedad. Eso es una gran satisfacción para todos».