Lo esencial de la Navidad
La Navidad presidida por Benedicto XVI en el Vaticano, alterada por el susto provocado por una joven desequilibrada, ha servido para recordar al mundo que el nacimiento de Cristo no es una fábula, sino un hecho histórico que no sólo cambió la historia de la humanidad, sino que imprime un giro de 180 grados en la vida de cada persona
Benedicto XVI, a pesar del agarrón de Susanna Maiolo, de 25 años, suizo-italiana, que le hizo perder el equilibrio, en la procesión inicial de la Misa del Gallo, ha presidido las celebraciones navideñas con su acostumbrada agudeza de meditación, desmintiendo las voces periodísticas de semanas anteriores que veían en el adelanto de horario de esa concelebración eucarística un signo de un frágil estado de salud.
Su homilía de Navidad ha pasado a ser uno de esos textos de Joseph Ratzinger considerados como un clásico de la espiritualidad contemporánea. «Por vosotros ha nacido el Salvador —explicó, citando la Escritura—. Lo que el ángel anunció a los pastores, Dios nos lo vuelve a decir ahora por medio del Evangelio y de sus mensajeros. Ésta es una noticia que no puede dejarnos indiferentes. Si es verdadera, todo cambia. Si es cierta, también me afecta a mí». Y si Dios se hizo hombre por cada uno de nosotros, «entonces esta realidad sólo tiene una consecuencia lógica: Dios no puede seguir siendo el gran olvidado de la existencia, debe convertirse en la prioridad», constató.
«La mayoría de los hombres no considera una prioridad las cosas de Dios, no les acucian de modo inmediato. Y también nosotros, como la inmensa mayoría, estamos bien dispuestos a posponerlas», reconoció el Papa. «Se hace ante todo lo que aquí y ahora parece urgente. En la lista de prioridades, Dios se encuentra frecuentemente casi en último lugar. Esto, se piensa, siempre se podrá hacer». Pero «si algo en nuestra vida merece premura sin tardanza, es solamente la causa de Dios. Una máxima de la Regla de san Benito, reza: No anteponer mada a la obra de Dios. Dios es importante, lo más importante en absoluto en nuestra vida», insistió el Pontífice. Y continuó: «El tiempo dedicado a Dios y, por Él, al prójimo, nunca es tiempo perdido. Al contrario, es el tiempo en el que vivimos verdaderamente».
Navidad en hora de crisis
En el día de Navidad, al impartir desde el balcón de la basílica de San Pedro la bendición urbi et orbi, el Papa pronunció el esperado mensaje en el que aplicó esta visión a la actualidad del planeta. La esperanza que ofrece el amor de Dios hecho hombre lo presentó «a la familia humana, profundamente marcada por una grave crisis económica, pero, antes de nada, de carácter moral, y por las dolorosas heridas de guerras y conflictos». En concreto, haciendo referencia a la realidad de Europa, consideró que el mensaje de Navidad «impulsa a superar la mentalidad egoísta y tecnicista, a promover el bien común y a respetar a los más débiles, comenzando por los que aún no han nacido».
La propuesta cristiana la aplicó también a Tierra Santa, «para invitar a sus habitantes a que abandonen toda lógica de violencia y venganza», así como a Irak, donde la minoría cristiana sufre «violencias e injusticias, pero está siempre dispuesta a dar su propia contribución a la edificación de la convivencia, opuesta a la lógica del enfrentamiento y del rechazo». Abordó también la situación de Honduras, para alentar al país «a retomar el camino institucional»; y por último se dirigió a toda Iberoamérica, para asegurar que el acontecimiento cristiano no puede «ser reemplazado por ninguna ideología», lanzando así un llamamiento al «respeto de los derechos inalienables de cada persona y a su desarrollo integral».
Las navidades del Papa culminaron el 27 de diciembre con el almuerzo que compartió con pobres de Roma en un comedor de la Comunidad de Sant’Egidio, donde además repartió juguetes entre los niños.