Geovanis nació en Guantánamo (Cuba) y tuvo una perfecta formación comunista en el ateísmo. A los 15 años, viviendo miserablemente en un cuartito, rodeado de santeros, drogadictos, delincuentes, etc., acabó metido en la brujería. Como era muy listo, llegó a ser un auténtico experto brujo, superando a su padrino. Pero no podía dormir: de noche se le aparecían espíritus y muertos. En esa época se hizo masón y llegó al grado de maestro. Estaba muy perdido. En segundo curso de la universidad comenzó con el budismo. Gracias a ello comenzó a tranquilizarse y a dejar de ver muertos por la noche. Poco a poco fue dejando la brujería, por ser muy dañina. Con el budismo se introdujo en la vida espiritual, que le fascinó, pero estaba muy centrado en sí mismo, en su mundo interior. Practicó todo tipo de técnicas del espíritu. Al cabo de diez años de practicar el budismo le sugirieron meditar sobre palabras de Jesucristo y, entonces, en una meditación profunda, le sucedió algo extraño. Se le apareció Jesús. Geovanis se le quedó mirando y fue bañado por su luz durante un largo rato. Desde ese momento, sus meditaciones budistas giraban en torno a la persona de Jesús.
En ese tiempo, su hija participaba en las catequesis de nuestra parroquia. Su mujer le invitó en el verano a unos días de descanso con otras familias de la catequesis. Fue de mala gana, casi obligado por el amor a su hija. Estando allí, una persona del grupo le dijo: «Jesús me ha dicho que te confieses con el padre». No supo decir que no. Se sentó en la confesión siendo budista y se levantó católico en su corazón. Jesús le había hablado por medio del sacerdote. Al poco descubrió que la imagen de Jesús de la Misericordia era la que se le aparecía siendo budista. Ahora es catequista de la parroquia y su testimonio no deja de asombrarnos.