Líderes cristianos piden que Etiopía «se aleje del precipicio»
El ataque de las fuerzas armadas separatistas de la región de Tigray contra la capital de Eritrea amenaza con desatar una guerra regional
El conflicto en Etiopía amenaza con convertirse en una guerra regional después de que las Fuerzas de Defensa de Tigray, región norte del país, golpearan el sábado instalaciones en la vecina Eritrea, incluido el aeropuerto de la capital, Asmara. Distintas iglesias y entidades cristianas han expresado su preocupación y han pedido una salida dialogada y pacífica a los enfrentamientos.
La Asociación de Conferencias Episcopales de África Oriental (AMECEA por sus siglas en inglés) escribió este fin de semana al presidente de la Conferencia Episcopal Etíope, Berhaneyesus Demerew Souraphiel, para sumarse a sus peticiones «al Gobierno federal y al Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF por sus siglas en inglés) de que dejen de alimentar este conflicto con operaciones militares y de acusarse» de los ataques y muertes que están ocurriendo.
«Condenamos el uso de la fuerza militar, pues solo transformará el conflicto en una guerra civil, desestabilizando más este hermoso país», continúa el escrito, firmado por el presidente de AMECEA, Charles Kasonde, obispo de Solwezi (Zambia). Kasonde muestra su confianza en que todavía puede haber una salida pacífica. Pero solo ocurrirá «si hay voluntad política para negociar», y «rápidamente». De lo contrario, se producirán «más muertes entre las tropas, más sangre derramada entre los civiles, destrucción de propiedades y el desplazamiento de millones de personas».
Ataques contra iglesias
También el Comité Ejecutivo del Consejo Mundial de las Iglesias ha querido hacer oír su voz para pedir que el país se «aleje del precipicio de una nueva catástrofe» humanitaria y «vuelva al diálogo en vez de al conflicto, a la cooperación en vez de a la división». Además de la «muerte de tantas personas», esta entidad ecuménica condena «los numerosos ataques brutalmente violentos contra iglesias y comunidades, que han afectado especialmente a la Iglesia ortodoxa etíopetewahedo».
Sus críticas se dirigen además contra «quienes buscan alimentar la tensión, el antagonismo y el derramamiento de sangre por sus propios intereses políticos». Y pide que a los desplazados se les garantice «su seguridad y libertad religiosa», y «que puedan volver a sus hogares».
Hacia Eritrea… y Sudán
La tensión entre el Gobierno federal etíope y la región de Tigray, que lleva creciendo varios meses, desembocó el 4 de noviembre en la declaración del estado de emergencia durante seis meses en la región y el lanzamiento de operaciones militares en respuesta a un supuesto ataque contra el Ejército. El Parlamento etíope ha aprobado disolver el gobierno autonómico de Tigray. También se han cortado las comunicaciones en la región.
«Este conflicto está escalando rápidamente. Ya no se trata de una guerra interna en Etiopía, ahora es una guerra internacional con las fuerzas de Tigray luchando contra Eritrea en múltiples frentes», confirmó a EFE el subdirector para África del International Crisis Group (ICG), Dino Mahtani. Antes de Eritrea, los milicianos separatistas tigriños atacaron los aeródromos de Gondar y Bahar Dir, esta última, capital regional del colindante estado etíope de Amhara. Era la primera vez que se producía un ataque fuera de los límites de Tigray.
Deserciones en el norte
Sudán podría, a su vez, presionar a Etiopía y amenazar con permitir el paso de munición y alimentos a Tigray si Adís Abeba no accede a negociar sobre el disputado triángulo de Fashqa, que se extiende a lo largo de la frontera etíope con Amhara y que Sudán reclama desde hace décadas.
Según fuentes del Gobierno etíope y tigriña citadas por la revista estadounidense Foreign Policy, al menos la mitad de las tropas federales del Comando Norte se han aliado a la lucha del TPLF; mientras que una cuarta parte (leales a Abiy y en su mayoría amharas) ha huido a Eritrea y el resto se ha negado a combatir.
25.000 refugiados
Los combates armados ya han causado cientos de víctimas mortales a ambos lados del conflicto, además de una «masacre» de civiles en Mai-Kadra denunciada hace cuatro días por Amnistía Internacional. En total, en estos doce días de ofensiva, al menos 25.000 etíopes se han visto obligados a huir al este de Sudán, según datos de la agencia de refugiados de este país, en un conflicto que podría desestabilizar un ya vulnerable Cuerno de África.
El director general en África Oriental del Servicio Jesuita al Refugiado (SJR)., Andre Atsu, ha pedido a través de Vatican News que «se garantice un corredor humanitario para que se puede acceder a las personas afectadas por el conflicto» para hacerles llegar «bienes esenciales». El cierre de bancos, tiendas y vías de acceso hacen temer que, si la situación se prolonga, «los trabajadores humanitarios, los refugiados y los miembros de diversas comunidades se encuentren enseguida sin comida ni otros productos de primera necesidad».
Los más vulnerables
Un grupo especialmente vulnerables dentro de la población son los eritreos que en los últimos años habían buscado refugio en Tigray. Miles de ellos «vagan por la zona, con frecuencia hambrientos, expuestos toda forma de abusos», ha lamentado en declaraciones a la agencia Fides el sacerdote eritreo Mussie Zerai, afincado en Italia. El empeoramiento de la situación está haciendo que crezca entre ellos la desesperación, «creando las condiciones adecuadas para quienes trafican con seres humanos». Las caravanas que salen «hacia Sudán y Libia están aumentando».
En plena pandemia de COVID-19, muchos refugiados sufren además de enfermedades crónicas y trastornos de salud mental. «Hay muchos niños abandonados a su suerte, sin nadie que les ayude. No van al colegio, beben alcohol, fuman y muchas chicas se quedan embarazadas».
Por ello, Zerai pide a la Unión Europea y al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) que intervenga diplomáticamente para asegurarse que el Gobierno etíope les garantice una acogida «digna» en Etiopía, que incluya el acceso al derecho de asilo, a los estudios, atención sanitaria y trabajo. De lo contrario, «el éxodo hacia Europa aumentará con el triste conteo de muertes en el desierto y en el Mediterráneo».