Libres - Alfa y Omega

Aparecen de pronto y te dicen que quieren ser cristianos. O te escriben, con falsos perfiles, a través de las redes sociales. Cuentan que han tenido una visión de Jesús en sueños o que han visto una película o que han leído el Evangelio… que llevan años buscando y que ahora, por mil razones, se deciden a dar el paso. En muchos casos se conforman con una conversación o dos, con un consejo práctico y vuelven a desaparecer. En algunos casos están deseosos de ser bautizados. Tan deseosos que se ofenden cuando les dices que eso exige un tiempo largo de preparación. Otros dan marcha atrás cuando oyen que Cristo ordena amar a nuestros enemigos y rezar por quienes te persiguen. ¡Eso es insoportable para ellos!

Siempre me queda la duda de si mi actitud fue la justa. Si dije demasiado o no lo bastante. Me cabe la duda de si pude, como Andrés, hacer que llegaran a Cristo. Me pregunto qué será de ellos y por dónde estarán. En el Evangelio se nos narran numerosos encuentros, a menudo fugaces, entre Jesús y quienes buscaban algo de Él. Y se nos cuenta con realismo que muchos son los que obtienen del Mesías sanación, perdón, consejos, un plus de vida y desaparecen. Raros son los ejemplos de quienes vuelven a darle las gracias. Y en ningún caso Jesús exige que, puesto que les ha hecho el bien, lo sigan.

Me gustaría que esas personas que acuden a mí pudieran seguir al Nazareno. Pero si quiero ser como mi Maestro debo respetar esa libertad que nos dio el Creador y que es la condición para poder seguir a Jesús. San Agustín, nacido en tierras argelinas en el siglo IV decía que, si bien es cierto que Dios alimenta a los pájaros del cielo, nunca los mete en una jaula. La libertad puede facilitarla la ley humana. Pero hay un nivel de libertad que solo se alcanza cuando te adentras en tu alma. Para seguir a Jesús hay que ser libres. Con esa libertad que nace muy adentro y que, una vez alcanzada, nos hace imparables. Esta libertad exige, de quien la quiere ver madurar, el no controlar al otro. Dejar al discípulo la libertad de seguir al Maestro a su ritmo, según sus posibilidades y, sobre todo, aunque la haga de una forma muy diferente a la mía. En el Evangelio Jesús deja que la gente se vaya. Eso no le impide seguir anunciando el Reino de Dios y dar su vida por todos, libremente.