Libia: los pliegues del dolor
La actualidad es bipolar, tan despiadada como olvidadiza, inversamente proporcional a la desesperación que refleja el rostro de este ciudadano libio, roto por el dolor de los que ya no están, desaparecidos entre el lodo y las ruinas de lo que fue su casa, su calle, su ciudad
Cuando lea estas líneas, las cifras oficiales de muertos contabilizados en Libia por las consecuencias del paso del ciclón Daniel podrían alcanzar los 12.000, pero posiblemente tendrá que buscarlo en las páginas interiores de la prensa, porque ya no ocupará portadas. La actualidad es bipolar, tan despiadada como olvidadiza, inversamente proporcional a la desesperación que refleja el rostro de este ciudadano libio, roto por el dolor de los que ya no están, posiblemente sus seres más queridos, desaparecidos entre el lodo y las ruinas de lo que fue su casa, su calle, su ciudad. Cada día nos llegan nuevas y devastadoras imágenes de las inundaciones. Se teme que en la ciudad de Derna haya 20.000 muertos bajo las aguas y los escombros contaminando la tierra y el agua de Libia. Los escasos equipos de rescate se guían por el olor de los cadáveres para enterrar a los muertos a toda prisa. Aunque también hay muertos en vida. Lo es el protagonista de la foto.
En cuestión de segundos se desencadenó el caos y a casi nadie le dio tiempo a huir de los 33 millones de metros cúbicos de agua que quedaron sin control tras romperse dos presas cercanas que no se revisaban desde 2008. El agua llegó a alcanzar una altura de hasta cuatro pisos, el peor desastre natural de la historia del país.
Existen tan pocas palabras de consuelo disponibles que el idioma se ha olvidado de encontrar un sustantivo para quienes han perdido todo, especialmente a sus hijos. Nada podrá confortar a este hombre roto, al que te entran muchas ganas de rodear con los brazos para formar un dique que contenga el dolor. Las morgues de Derna están abarrotadas y el mar continúa arrojando decenas de cadáveres. Una de las primeras peticiones del Estado fallido que gobierna el país ha sido el de bolsas mortuorias ante el peligro de epidemia. Las aguas subterráneas en las zonas siniestradas ya están contaminadas, por lo que los supervivientes corren riesgo de contraer cólera y otras enfermedades, pero la frágil situación política de Libia no facilita la llegada de la ayuda humanitaria. El Gobierno de Unidad Nacional, con sede en Trípoli y reconocido por la comunidad internacional, no controla la región del noreste del país, donde se ha cebado la tragedia, gobernada por otro Ejecutivo paralelo apoyado por el Parlamento. Los expertos aseguran que el número de muertos podría haber sido menor si se hubieran podido ordenar evacuaciones. Según las organizaciones humanitarias, ahora mismo hay 884.000 damnificados que necesitan ayuda y, de ellos, un cuarto de millón de forma urgente.
Se nos acumulan las tragedias en torno al Mediterráneo. A Marruecos le ha seguido Libia y, mientras tanto, continúan llegando barcos llenos de inmigrantes a Lampedusa. Muy cerca, en el sur de Líbano, no cesan los choques entre facciones palestinas en los campos de refugiados. Lo peor que podría pasarnos es caer en la indiferencia. Se agradece que publicaciones como Alfa y Omega continúen buscando historias con cara, ojos, nombre y apellidos. Historias a veces anónimas, como la de un hombre que llora desesperanzado. Una forma de combatir la ingratitud de la memoria con la generosidad de una mirada de consuelo.