Les mandó que no lo descubrieran. Así se cumplió lo dicho por el profeta
Sábado de la 15ª semana de tiempo ordinario / Mateo 12, 14‐21
Evangelio: Mateo 12, 14‐21
En aquel tiempo, al salir de la sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí, y muchos le siguieron.
Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías:
«Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, en quien me complazco. Sobre él pondré mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, nadie escuchará su voz por las calles.
La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no lo apagará, hasta llevar el derecho a la victoria; en su nombre esperarán las naciones».
Comentario
Aquel día Jesús «curó a todos». Parecía que había llegado el cumplimiento de todas las promesas hechas a Israel. «Así se cumplió lo dicho por medio del profeta». Pero lo cierto es que el evangelista era muy consciente que ese cumplimiento de la promesa era en realidad una promesa más grande. Dios cumple sus promesas al hacer cosas más prometedoras. Es como si no hubiera fin. Aquellos enfermos curados pensaron que habían conseguido lo que querían, pues sufrían por estar enfermos. Pero un instante después de estar curados ya volvían a desear nuevas cosas. Aquel cumplimiento de la promesa era más una nueva promesa que cumplimiento. Era promesa del cumplimiento de todas las promesas.
De ahí la cita que hace de Isaías: «la mecha vacilante no la apagará, hasta llevar el derecho a la victoria; en su nombre esperarán las naciones» (Is 42,4). Tenían que cumplirse todas las promesas de toda la humanidad. No solo de Israel, no solo de aquel tiempo. Todas las promesas del mundo. Pero ese «hasta» podría inducirnos a engaño: ¿cuándo se llevará «el derecho a la victoria»? ¿Al final de los tiempos? ¿Y no será ese cumplimiento final el más prometedor de todos los cumplimientos? Si realmente llega la historia a cumplirse, tal y como lo espera nuestro corazón, ¿no esperaremos entonces más que nunca? ¿No será ya todo esperanza? ¿No nos permitiremos ya esperarlo todo sin cesar? El cielo es el cumplimiento más prometedor: una felicidad creciente e inagotable.