Leer a Benedicto XVI - Alfa y Omega

Entre los tesoros que se descubren observando a los tres últimos Papas figura el que la diferencia de carácter es perfectamente compatible con la unidad del mensaje, con los acentos prioritarios que requiera cada momento. Y también la maravillosa complementariedad. Juan Pablo II llegó a España en 1982 como el Papa de la esperanza. Benedicto XVI ha sido, evidentemente, el de la fe, mientras que Francisco es el de la caridad; sin descuidar ninguno las otras dos virtudes.

Uno de los rasgos de todo gran pensador, como lo fue Joseph Ratzinger desde que empezó a enseñar Teología en la universidad, es centrarse en lo esencial. Por eso, aunque fue abordando muchos temas en su larga cadena de libros, el que le urgía desde el comienzo del pontificado era Jesús de Nazaret, publicado en tres entregas —2007, 2011 y 2012—, y convertido en best seller. Es la obra maestra de un biblista profundo y vale la pena releer la parte correspondiente cada vez que nos acercamos a la Navidad o enfilamos la Cuaresma con la mirada puesta en la Pasión, la Pascua y la llegada del Espíritu Santo.

Menos conocidos son Los apóstoles y los primeros discípulos de Cristo (Espasa) y los dos tomos breves de Los padres de la Iglesia (Ciudad Nueva). Recogen catequesis de audiencias generales dedicadas, entre 2006 y 2009, a cada una de esas personas, cercanas físicamente a Jesús o faros de luz en los primeros siglos del cristianismo. Los años de reflexión de Benedicto nos permiten encontrar en textos breves lo esencial de cada apóstol, de Pablo, Timoteo, Tito, Bernabé, Aquila, Priscila, las mujeres que extendieron el Evangelio, y los grandes autores de espiritualidad, desde san Ireneo, Orígenes, Eusebio de Cesarea, san Jerónimo o san Agustín hasta san Isidoro de Sevilla.

El documento programático de san Juan Pablo II fue la encíclica Redemptor hominis. El de Francisco, la exhortación apostólica La alegría del Evangelio. Los tres vuelven a coincidir, pues el Papa profesor nos ayuda a ir a lo esencial: a Jesucristo y al Evangelio. Y a no malgastar la vida debatiendo temas secundarios.