El 11 de abril se cumplían 60 años de la publicación de la encíclica Pacem in terris, de san Juan XXIII. Al día siguiente, el miércoles 12 de abril, el Papa Francisco se hacía eco de este aniversario. Destacaba la actualidad que sigue teniendo hoy aquel texto del Papa Roncalli e invitaba «a todos los fieles y a los hombres y las mujeres de buena voluntad» a releerlo. Es lo que pretendemos hacer nosotros en este análisis, pero con la perspectiva que nos dan las seis décadas transcurridas desde entonces.
Esta visión nos permite —aun a riesgo de caer en una cierta subjetividad—destacar tres puntos en ella. Revelan el valor de tres avances que promovió Pacem in terris en aquel contexto histórico, cuando el Concilio Vaticano II estaba en su andadura inicial.
El primero fue —lo decimos con una expresión que resultará, para algunos, exagerada— la reconciliación de la Iglesia con la tradición del pensamiento moderno respecto a los derechos humanos. Lo formulamos así procurando evitar algunos extremos que nos parecen injustificados: tanto el de afirmar que la Iglesia siempre fue enemiga de los derechos humanos como el de defender que esta ha sido la principal promotora de los mismos. La historia nos invita a ser más modestos: es cierto que sin la tradición cristiana no se podría comprender el concepto de persona, que es la base de los derechos humanos, pero tampoco podemos negar la cerrada oposición de la Iglesia a la lucha por el reconocimiento de los derechos a lo largo de los siglos XVIII, XIX y parte del XX. En todo caso, Juan XXIII basa la convivencia de nuestras sociedades en el reconocimiento de la dignidad humana y de los derechos y obligaciones que de ella derivan. Es más, se hace eco de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 como un hito en la historia de la humanidad, un tema que jamás aparece en las intervenciones de Pío XII entre 1948 y el año de su muerte (1959).
Un segundo paso que dio la encíclica Pacem in terris fue el destacado papel que se reconoce a la comunidad mundial de los pueblos. Juan XXIII dedica una parte importante de su encíclica a la política en el marco de nuestras sociedades particulares. Pero cree que esta cuestión debe ser complementada, en el marco de una sociedad mundial cada vez más interdependiente, con el reconocimiento de la comunidad mundialcomo sujeto propio formado por todos los pueblos y todos los miembros de la gran familia humana. Por eso define —y es un concepto novedoso en el discurso ético-político— el bien común universal: en todo equivalente al bien común de una sociedad (un concepto bien conocido), pero extensible ahora a la comunidad mundial. En correspondencia, plantea la necesidad de una autoridad mundial que vele por él y que no tiene que imaginarse como un Estado con competencias planetarias. La propuesta es sugerente y conduce a los debates actuales sobre la gobernanza mundial y la necesidad de un gobierno mundial.
El tercer aspecto a destacar supone cierta ruptura respecto a la actitud más polémica que había mantenido la doctrina social de la Iglesia desde sus comienzos, en un contexto de indudable hostilidad hacia la Iglesia y su papel en las sociedades modernas. El Papa Juan XXIII encarna un cambio hacia una postura de diálogo con este mundo moderno emergente, ese talante que él sabrá transmitir con gran sabiduría al Concilio Vaticano II desde sus comienzos.
Pacem in terris refleja muy certeramente este talante en el capítulo que dedica, al final, a la acción temporal del cristiano —en una encíclica dirigida por primera vez «a todos los hombres de buena voluntad»—. En sus páginas vuelve una y otra vez la idea de colaboración con quienes no comparten nuestras convicciones o nuestra visión de la vida. La diferencia entre el error y la persona que lo profesa o la distinción entre las teorías filosóficas y sus aplicaciones prácticas —esta última, utilizada con importantes consecuencias por Pablo VI en Octogesima adveniens— son vías nuevas que se abren en una sociedad plural donde la Iglesia no ejerce ya la competencia indiscutida de definir lo que es la verdad.
Comenzamos este comentario con una referencia al Papa Francisco. Lo finalizamos volviendo a él. Está por estudiar su relación con san Juan XXIII. Las similitudes no son pocas. Una podría radicar en las afinidades entre las encíclicas Pacem in terris y Fratelli tutti. En ambas es central la comunidad mundial. En Pacem in terris, como realidad que articular política y jurídicamente sobre la base de los derechos humanos. En Fratelli tutti, como sueño que se alimenta desde una sensibilidad compartida hacia el otro y hacia el extraño, sin restricciones de fronteras, también sobre el reconocimiento de los derechos comunes a todos los seres humanos. Juan XXIII subraya la construcción «desde arriba» (gobernanza); Francisco, «desde abajo» (cercanía humana y acogida al otro). De fondo, los derechos humanos como tarea. No es extraño que Francisco nos invitara a releer Pacem in terris.