Las tejedoras de Santa María La Blanca, misioneras en Madrid
De las manos de estas mujeres han salido cientos de bufandas para los pobres, así como paños, purificadores, corporales… para la parroquia
El 11 de marzo de 2020, los niños de Madrid dejaron de ir al cole. Ese fue el día que el grupo de la tejedoras de Santa María la Blanca de Canillejas peregrinaron a la Virgen de la Soledad de Barajas (imagen inferior). Iban ya temerosas, alguna con guantes de látex en las manos. Al poco, Paqui, componente del grupo, y su marido, ingresaron en el hospital. Diagnóstico: COVID-19. Regresó con el alta ella sola a casa, a los 21 días. A su marido, fuerte como un roble según dicen todas, se lo llevó el virus en días.
De no haber sido por el grupo de las tejedoras, Paqui no sabe qué hubiera sido de su vida. «Me cerré a todo… Ya sabéis a qué me refiero». Se refiere a que se enfadó muchísimo con Dios, especifican sus amigas. No quería saber nada de nada. «Pero gracias al grupo, he vuelto a ser la de antes». O sea, «he vuelto a Él». Y ha vuelto a estudiar para sacarse el graduado escolar, ese que dejó cuando se puso a trabajar siendo muy joven, antes de casarse.
A Paqui y a la inmensa mayoría de las tejedoras las conocemos una tarde en la casa de Dori, un chaletito adosado a diez minutos andando de la parroquia. Han aprovechado que íbamos para quedar todas –o la mayoría, porque son más de 20 en realidad– y hacer una comida de familia. Eso es lo que son. Una familia que teje junta, reza junta y se consuela junta los dolores. Que los hay, y muchos.
Sin ir más lejos, a Dori se le acaba de morir un nieto de 24 años en accidente de tráfico. «En el acto». Isabel llega ya al café, directa del hospital. Viene de la quimio. Cáncer de colon. «El coronavirus lo agravó», porque esta es una recaída que sufre después del contagiarse del virus, que se llevó a su hermano y a su cuñada. A Leo se le murió su marido justo antes de la pandemia. También cáncer. Llora porque es muy duro y porque lo sigue echando mucho en falta. 50 años de casados y diez de novios hacen 60, «toda una vida». Pero «gracias a esto [el grupo] es que estoy aquí sentada». Lucía también es viuda, pero a diferencia de otras del grupo, que pasaron solas el confinamiento, ella pudo irse a la sierra con su hija, su yerno y sus nietos, y allí estuvieron nueve meses.
De las manos de estas mujeres, unas veces gesticuladoras, otras posadas pacíficamente en el regazo, otras que se secan una lágrima y otras que se llevan a la boca para tapar una carcajada, han salido en los últimos años cientos de bufandas para los pobres y todos los paños nuevos de sacristía de Santa María la Blanca: manutergios, purificadores, corporales, fundas para patenas, bolsitas especiales para llevarlos a lavar, protector de incensario, fundas ce cálices, conopeos… «Manos primorosísimas», se piropean unas a otras.
Vertebrando la parroquia
En realidad, el grupo comenzó por el estómago. Fue en 2018. «Ellas son el primer fruto visible de la iniciativa Tú eres importante –explica el párroco, José Crespo–: que cada persona mayor de 70 años invitase a una amiga o vecina a una chocolatada». En Canillejas hay mucha soledad y mucha señora mayor y, como dice Conchi, el alma máter del grupo, «queríamos saber cuáles eran sus necesidades: casi todas pidieron hablar con gente, relacionarse». A muchas de las que acudieron «les encantaba el punto», recuerda el sacerdote, así que se les propuso una labor de voluntariado: tejer bufandas para los más necesitados del comedor social San José de San Ramón Nonato, en Vallecas. Y se pusieron manos a la obra.
Después de eso, y como eran todas mujeres, la mayoría viudas, pensaron que «por qué no, en vez de tejer cada una en nuestra casa, juntarnos en los salones parroquiales». Así, lo que «comenzó como un grupo humano se convirtió en cristiano» porque, ya que estaban, se quedaban después a Misa. Sus bufandas empezaron a ser «también para Dios» y, acompañadas por el padre José Luis, el vicario parroquial, empezaron a tener un momento de oración antes del grupo –todos los miércoles, de 17:30 a 20:00 horas–. «Preparamos pequeñas oraciones y resonancias de los salmos y en noviembre, por ejemplo, don José Luis nos puso deberes: nos dio dos velas, una para rezar por la persona a la que le estábamos tejiendo la bufanda, aun sin conocerla, y otra por los maridos o familiares difuntos». Esto se ha institucionalizado, y ya también ofrecen las Misas de los miércoles.
Y como no hay oración sin acción, ni acción sin oración, las tejedoras son «misioneras en Canillejas», que Conchi resume en «hacer trabajos para otros y rezar por otros», y Pilar en «llevar a amigas a la parroquia». El párroco dice que el grupo es una «segunda vida que se están dando a ellas, como una segunda oportunidad de juventud, de vivir cosas juntas, de rezar unas por otras», y también a la parroquia, a la que el grupo vertebra. «Están removiendo cosas que a veces con la pandemia han estado ocultas». Por ejemplo, entre ellas se ha extendido la devoción a la Virgen de Torreciudad porque «me la pegó una amiga», explica Conchi, y en octubre se irán al santuario en una peregrinación a la que se ha sumado la parroquia.
Rezo en pandemia
La oración en pandemia se intensificó hasta límites insospechados. «¡He rezado más que en toda mi vida!», exclama Pilar. El grupo de WhatsApp echaba chispas y eso fue lo que las salvó. «Esto es mucho más que una terapia», añade Gloria, porque cuando «dos o más se reúnen en Mi nombre» –Conchi cita el Evangelio– ahí está Dios. Todas las mañanas, ella les envía una lectura espiritual, y con eso ya se levantan de otra manera. Vicky reconoce que «muchas veces te sientes sola, pero tienes la tranquilidad de un grupo en el que te puedes apoyar en cualquier momento». Que se lo digan a Isabel, que ha notado intensamente la oración de «mis ángeles» en su enfermedad. Un grupo que, resume Conchi, es «mi Betania».
A la hora de tejer, todas se complementan y cada una aporta. Marce, que es experta en bolillos, tiene una mercería amiga en el barrio de Salamanca que les dona lanas. También lo hicieron el año pasado las dominicas de Lerma, «las del reto, sí»: les mandaron madejas blancas con las que hicieron cuellos, «por variar» modelo. Y Pilar, que el curso pasado se tejió ella sola 22 bufandas, es una experta en rosarios de ganchillo y preparó todos los de los niños de Primera Comunión.
Después de lo más duro de la pandemia, las tejedoras están a punto de empezar un nuevo curso en el que ya se volverán a juntar; el año pasado lo hicieron con mucha prudencia, nunca más de ocho a la vez. Aunque ahora están todas indignadísimas con el obispo de José Luis, su cura, que lo ha reclamado para que se vuelva a Colombia –estaba aquí estudiando en San Dámaso–. «Nos quedamos como árbol sin sombra», se lamenta Leo. «Huérfanas», incide Dori. El tema de la vuelta de José Luis a su país las trae por la calle de la amargura: «¡Nos lo quitan!».
Él también tiene mezcla de sentimientos, pero «en la ordenación uno prometió obediencia al obispo; y en medio de la obediencia hay que descubrir el proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros». Se lleva mucha «ganancia», porque no solo vino a estudiar, sino a «compartir experiencia de vida, de fe, y de poder crecer dentro de la identidad sacerdotal». Y, como le dijo el entonces vicario de la Vicaría II, hoy obispo auxiliar de Madrid, monseñor José Cobo, «vienes a rezar, a celebrar la Eucaristía y a colabora activamente en la parroquia».
Eso sí, deja deberes al grupo de las tejedoras: que se abran, que busquen otros campos de voluntariado-apostolado. Por ejemplo, él que ha estado de vacaciones en Zamora, ha visto cómo hay pueblos en los que está muy deteriorados los pañitos por falta de personas que se encarguen de ellos. «Podrían hacer todo nuevo para La Blanca y donar los de aquí a esas parroquias». Y sobre las bufandas, «en Madrid también hay otras zonas que las necesitan para paliar el invierno; a veces uno se centra en la parroquia, pero es bueno conocer un poco otras realidades de la Iglesia».
Lo que no abandonarán son las buenas costumbres, las de la comida. Damos fe de que además de buenas tejedoras son expertas cocineras en los postres, con unos pestiños de Leo y un dulce de leche de Paqui. Entre otros.
De pronto, el grupo se disuelve de golpe. «¡A Misa!». Ya recogerán luego.