El Museo del Prado expone en estos días La Anunciación de Fra Angélico, y El Descendimiento de Rogier van der Weyden, uno frente al otro. El maestro del Renacimiento italiano, radiante de luminosidades bizantinas, y el genio del gótico flamenco, encarnación del Otoño de la Edad Media que dio nombre al libro del gran humanista Johan Huizinga. Gracias a la mejor pinacoteca del mundo podemos asistir a dos momentos centrales de la historia de la Salvación.
Todo comenzó con este anuncio que el ángel le hizo a María. El texto evangélico utiliza una expresión misteriosa para describir la llegada del mensajero: «Entró en su presencia». Sabemos que, en la tradición bíblica, el servidor se acerca a la presencia de aquel a quien sirve. Quien es menos comparece ante la presencia de quien es más. Esta joven nazarena pobre tiene ángeles a su servicio. Va a ser la madre del Salvador del Mundo, que así será redimido. Vemos a la izquierda del cuadro a Adán y Eva expulsados del paraíso y a la derecha cómo esta muchacha va a abrirnos de nuevo sus puertas: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra». En este episodio que los pinceles de este fraile pintaron, la humanidad entera se la jugaba. Afortunadamente, María dijo sí.
Pero no hay salvación sin sacrificio. El camino al paraíso pasa por el calvario. No hay banquete de bodas ni casa del Padre sin la cruz. Como un pecador, Cristo se bautizó y, como un malhechor, fue crucificado junto a dos ladrones. Casi todos lo dejaron solo. Cuando visiten el santo sepulcro, presten atención al lugar donde permanecieron la Virgen María, María Magdalena y san Juan. Aquí vemos ese momento terrible en que todo parece perdido. Cristo no tiene ni para pagar su propia tumba. Ahí está José de Arimatea, temeroso discípulo en secreto y propietario del sepulcro que terminará vacío. Vean también a Nicodemo, que visitó al señor de noche y aportó la mirra y el áloe para que pudiesen sepultar a Jesús. Van der Weyden ha pintado a esta Virgen doliente que padece con Jesús y, como Él, deja caer los brazos. Le han matado al Hijo.
Pero, entonces, debemos volvernos a Fra Angélico. Aquí hay una promesa que se cumple. Estos dos cuadros en conversación piden a gritos la resurrección que cierra el relato.