«Las puertas de la Iglesia están abiertas, y vosotros sois los invitados»
El cardenal Tagle ha bautizado a 420 niños de los slums de Manila. Muchas familias de estos barrios marginales no piden los sacramentos para sus hijos porque piensan que deben pagarlos. «La gracia de Dios no tiene precio», les dijo el arzobispo
Nervios y mucha emoción. Era el clima que se respiraba el sábado 28 de septiembre en la catedral de la Inmaculada Concepción, de Manila. 420 niños, desde los pocos meses hasta los 13 años, estaban a punto de recibir el Bautismo en una celebración presidida por el arzobispo, cardenal Luis Antonio Tagle. «Tenían dudas sobre si se acordarían de todo», pero pronto se produjo «un cambio tremendo». «Después de bautizarlos, volvían a su sitio muy orgullosos. Se portaron muy bien y, aunque lógicamente algún bebé llorara, el ambiente fue de mucha oración. Era emocionante ver a las familias tan felices», comparte con Alfa y Omega el padre Matthieu Dauchez, director de la fundación católica ANAK-Tulay ng Kabataan (ANAK-TnK).
Esta entidad, conocida sobre todo por haber ayudado desde 1998 a 55.000 niños de la calle, trabaja también ofreciendo apoyo nutricional, atención sanitaria y educación en once slums o barrios chabolistas de diversas zonas de Manila, especialmente en torno al puerto y a los basureros. Eran estas familias las que hace unos días llenaban la catedral, luciendo sus mejores galas. «Es asombroso —comparte el sacerdote— ver cómo esta gente, que no tiene nada, pone todos los medios, pide cosas prestadas… para venir bien vestida, y hasta de blanco. Demuestra lo importante que es para ellos».
Habían llegado en autobuses fletados por la fundación «porque no se pueden permitir ni siquiera desplazarse hasta la catedral». Y se marcharon con una caja con comida para celebrar este acontecimiento como se merece, con sus parientes y vecinos. Lo preferían así —reconoce Dauchez— «porque por falta de espacio solo habíamos podido invitar a la catedral a los padres y a un padrino por cada niño».
Una lista con 80 nombres
Aunque él bautiza a niños de los slums cada año, esta es la sexta vez que organiza un macrobautizo. Todo comenzó en 2008 en Smokey Mountain, uno de los mayores basureros de la capital. Una familia que sobrevivía rebuscando entre los escombros «me preguntó si podía bautizar a su hijo». «Les dije que por supuesto. “Mi vecino también quiere”, añadieron. “Sin problema. Preparadme una lista”. La siguiente vez que fui, me dieron un papel con 80 nombres. Pensé: “¡Adelante!”».
El sí que dio el sacerdote no es algo obvio para las familias que viven en estos barrios marginales, donde se concentra la mitad de los once millones de habitantes de la ciudad. «Tienen la sensación —lamenta Dauchez— de que la Iglesia no es para ellos; de que no pueden pedir el Bautismo» o los demás sacramentos porque no pueden pagar nada como estipendio.
Cuando las familias que se benefician de los proyectos de ANAK-TnK deciden acudir a las catequesis que la fundación ofrece a los niños y adultos que lo deseen, «descubren que aunque no tengan dinero pueden convertirse en hijos de Dios y entrar en la Iglesia. Les hacemos entender que no deben sentirse avergonzados; que las puertas están abiertas y que, por una vez, ellos son los invitados. Que, de hecho, ellos son los más importantes de la Iglesia y somos nosotros los que debemos servirles», explica Élise, una joven francesa, trabajadora de la fundación y catequista en los slums.
«La gracia de Dios es para todos»
El primer gran bautizo se celebró un 31 de mayo en la parroquia a la que está adscrito el sacerdote. Al volver a Smokey Mountain días después, «todos estaban muy agradecidos estaban y contaban lo bienvenidos que se habían sentido. Eso fue otra victoria», porque además de su vivencia reflejaba «cómo los feligreses, más ricos, se habían volcado para acogerlos. Fue un encuentro increíble entre dos mundos».
Estas macrocelebraciones se han venido repitiendo más o menos cada dos años… y cada vez con más participantes, pues nuevas familias siguen sorprendiéndose al descubrir que pueden bautizar a sus hijos. En ese momento, es tal su anhelo que «algunas lo piden a la vez para todos, y podemos tener en una celebración a cuatro, cinco o seis hermanos», añade Dauchez.
Cuando para la de 2017 superaron los 300 niños —al final fueron 404— «se lo conté al cardenal Tagle. En seguida me dijo que quería presidirla él en la catedral. Nada más terminar, me preguntó “¿Cuándo es la siguiente?”». El 28 de septiembre, él mismo insistió durante la celebración en que «ser sencillo y pobre nunca son obstáculos para recibir la gracia de Dios», que «no se puede pagar» y «es para todos, especialmente para los pobres, a quienes el Señor cuida».
«El cardenal –destaca el sacerdote– ha demostrado muchas veces lo cercano que es a los pobres. Siempre que le pedimos algo para ellos, el sí es inmediato». Además de abrirles la catedral, el también presidente de Caritas Internationalis ha visitado los slums. El padre Dauchez recuerda especialmente la primera vez que lo llevó a Smokey Mountain. «Vino él solo», sin cortejo, «y dedicó un rato a cada una de las familias, escuchando sus historias, sus dificultades… Iba a quedarse una hora. Estuvo tres».
Una vez a la semana, la visita del personal de la fundación ANAK-TnK a cada uno de los once slums donde está presente va más allá de las muchas necesidades corporales o educativas de sus habitantes. Cada 15 días, cuando toca exposición del Santísimo, la presencia de Cristo en la Eucaristía ilumina un paisaje por lo demás desolador.
Las semanas restantes hay catequesis. Con unos materiales adaptados por el padre Dauchez, él mismo y los demás catequistas explican a los niños un pasaje del Evangelio y la vida de un santo, y les van enseñando las oraciones y alguna canción. Terminan rezando juntos… «y, a veces, como un extra, con unos dibujos animados de Tom y Jerry –comenta, divertida, Élise, una de las catequistas–. Los disfrutan mucho».
Después de años dando catequesis en los slums, e incluso a los niños de la calle, al padre Dauchez le sigue impactando cómo «cuando hablas a esta gente de Dios, todo les parece natural y lógico. No hacen preguntas complicadas. Reciben muy bien el mensaje de Jesús, que realmente es para los pobres. Las bienaventuranzas les dicen mucho».
Le cuesta más que entiendan otros pasajes del Evangelio, reconoce. Por ejemplo, las bodas de Caná. «Los niños preguntan mucho por qué Jesús cambió el agua en vino. En sus familias, en muchos casos, el vino es el origen de la violencia y las separaciones. ¡Para ellos, lo lógico sería que Jesús lo hubiera cambiado en agua, no al revés!».