Las «otras Amazonías» piden paso
La Red Eclesial Interamazónica (REPAM), creada en 2014, impulsa proyectos similares de promoción de la ecología integral en América Central, África y Asia
«Hay otras Amazonías», decía el cardenal Baldisseri, secretario general del Sínodo de los Obispos, al presentar la cumbre eclesial celebrada del 6 al 27 de octubre en Roma. Si en 2014 nació la REPAM, la Red Eclesial Interamazónica, como novedosa fórmula para dar una respuesta coordinada a los retos sociales, ecológicos y pastorales comunes a las Iglesias de aquella región, el ejemplo ha sentado cátedra y ha sido repicado en América Central y África, con Asia-Pacífico como próximo escenario. El cardenal de Papúa Nueva Guinea John Ribat, presidente de la Federación de Conferencias Episcopales de Oceanía, salió del Sínodo aún más convencido de la necesidad de poner en marcha una red de estas características en la que define como la región del planeta más afectada por el cambio climático. Unas décimas más en el aumento de la temperatura suponen para miles de personas tener que abandonar el hábitat en el que durante siglos han vivido sus ancestros, como están comprobando los pobladores de las islas Carteret. ¿Más retos en común con la Amazonía? El arzobispo Peter Loy, de las islas Fiyi, hablaba desde el Sínodo de la presión sobre las comunidades indígenas de la minería y la agroindustria. Y de la escasez de sacerdotes para atender poblaciones muy alejadas entre sí.
Con la encíclica Laudato si se consolidó «la tendencia de una evangelización georreferenciada, contextualizada en un territorio», que aúna «la promoción humana y el cuidado de la creación», explica el diácono permanente colombiano Alirio Cáceres, responsable de formación en la recién creada Red Eclesial Ecológica Mesoamericana (REMAM), que abarca desde México a Panamá. Tras la REPAM, esta es la iniciativa más importante en el continente americano articulada en torno al concepto de ecología integral, pero hay otros ejemplos, como la Red Eclesial del Cono Sur (que abarca el acuífero Guaraní y los glaciares de Argentina y Chile) o la Red Eclesial de la Cuenca del Río Bogotá en Colombia. Ya en el hemisferio occidental, destaca la Red Eclesial del Río Congo, creada en 2015.
Una de las grandes impulsoras de este tipo de iniciativas, incluido el aspecto económico, es CIDSE, la coordinadora de ONG católicas para el desarrollo de Europa y Norteamérica. Pero también las Iglesias del norte deberían aprender de esta mentalidad y forma de trabajar que se va abriendo paso en las Iglesias del sur, cree la secretaria general de CIDSE, la canadiense Josianne Gauthier, una de las invitadas a participar en el Sínodo de la Amazonía. «En las sociedades occidentales tendemos a separar las distintas partes de nuestra vida: lo público de lo privado, lo emocional de lo racional, lo espiritual de lo social y político…», dice a Alfa y Omega. «Este Sínodo nos ha enseñado la conexión entre el grito de la tierra y el grito de los pobres; también nos ha mostrado que estamos conectados todos con todos y con la naturaleza. Esa fue una de las mayores y más profundas contribuciones hechas por los representantes de los pueblos indígenas en el aula sinodal».
El modelo tiene, sin embargo, su talón de Aquiles. Se necesita una desclericalización de la Iglesia, afirma Alirio Cáceres. «Los grandes problemas que tenemos hoy en el mundo pertenecen a la esfera de los laicos, pero las decisiones las toma el clero», dice. «Si hablamos, por ejemplo, de combatir el paradigma económico tecnocrático necesitamos economistas, ingenieros, expertos en política y en educación… El clero sabe de teología y de filosofía, pero no de estas cuestiones». Por eso hacen falta «laicos bien formados, personas con autonomía moral y una arraigada espiritualidad. Y también con cierta rebeldía», personas que tengan la suficiente «capacidad de discernimiento para transformar el mundo con criterios del Evangelio y la búsqueda del bien común». No todo tienen por qué ser grandes proyectos, concluye Cáceres citando la frase atribuida a Eduardo Galeano: «Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo».
«Hay ya muchas redes trabajando en Centroamérica: las redes del narcotráfico, las redes de la trata de personas, las redes de intereses que tejen las compañías hidroeléctricas para la explotación sin escrúpulos de las fuentes del agua…». A todas esas redes destructoras responde la Iglesia con «una red de vida, que defiende la ecología integral y da testimonio de una Iglesia pobre y para los pobres; una Iglesia misionera que arriesga, como un hospital de campaña más que como un castillo medieval; una Iglesia que evangeliza pero no es colonialista, sino respetuosa con las culturas indígenas…». Este es el espíritu con el que nace la Red Eclesial Ecológica Mesoamericana (REMAM), explica a Alfa y Omega el diácono permanente colombiano Alirio Cáceres, responsable del programa de Ecología Integral en el CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) y en Cáritas de América Latina y El Caribe, que acompaña a la nueva red en sus primeros pasos y se encarga de la puesta en marcha de sus procesos de formación. El organismo, constituido oficialmente en un encuentro celebrado en Ciudad de México entre el 29 de septiembre y el 2 de octubre, agrupa a las conferencias episcopales y a diversos organismos eclesiales de Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y México, a los que pronto se espera que se sume Belice. En total, 2,5 millones de kilómetros cuadrados (poco menos de la mitad de la Amazonía), 23 cuencas hidrográficas y cinco grandes bosques tropicales. El objetivo, dice Cáceres, es articular una respuesta común de Iglesia para «luchar contra todos los extractivismos y la cultura del descarte», trabajando «desde abajo», formando y empoderando a las comunidades de base, que «son las que deben dar esta batalla».
«El Sínodo de la Amazonía ha sido una gran oportunidad para que la Iglesia de África dé mayor voz a los retos pastorales y ambientales de la región de la cuenca del Congo», asegura el jesuita Rigobert Minami, coordinador de la iniciativa eclesial que agrupa a representantes de los seis países (República Democrática de Congo, Gabón, Congo Brazzaville, Camerún, Guinea Ecuatorial y República Centroafricana) que albergan la mayor extensión de bosque tropical del planeta (200 millones de hectáreas) después de la Amazonía. Tras participar, invitado por el Papa, en la asamblea de obispos celebrada en octubre en Roma, Minami ve respaldadas «las líneas de acción» emprendidas desde 2015 por la Red Eclesial de la Cuenca del (río) Congo (REBAC, en sus siglas en francés). Y hace notar que los peligros para los defensores de los derechos humanos y comunidades indígenas, como los pigmeos, son aún mayores que en América Latina, aunque «no se benefician de la misma cobertura mediática». Desde hace más de 25 años, hay situaciones extremas como «las guerras en la RD del Congo (más de seis millones de muertos) o en República Centroafricana (aquí ni siquiera sabemos cuántos muertos ha habido). Y estas situaciones, insufladas por las empresas mineras y madereras, que muchas veces no se conocen, las está documentado la REBAC». A menudo percibida como hermana menor de la REPAM, la Red Eclesial de la Cuenca del Congo es un ejemplo paradigmático de una Iglesia fuertemente comprometida con «los derechos humanos, la democracia y la paz», asegura el jesuita congoleño; unos compromisos –apostilla– por los que «la Iglesia ha tenido que pagar un alto precio» en sangre.
Si el Amazonas es el pulmón de la tierra, «el Pacífico, un tercio de la superficie planetaria, es el elemento que más determina el clima mundial», apunta desde Filipinas Pedro Walpole, coordinador del grupo Reconciliación con la Creación de la Conferencia Jesuita de Asia-Pacífico y director de investigación del Instituto filipino de Ciencias Ambientales para el Cambio Social, que estudia la repercusión en las poblaciones más vulnerables de los desastres naturales. Es Walpole quien pone en solfa el término natural. El último informe de Cáritas Oceanía sobre el clima, publicado en octubre, vuelve a denunciar la creciente impredictibilidad de los fenómenos meteorológicos extremos originados por el calentamiento global, que provocan miles de víctimas mortales y afectan seriamente a las cosechas, obligando a poblaciones enteras a desplazarse. A ello –añade Walpole– se suma la amenaza de «los intereses corporativos». Especialmente vulnerables son las comunidades indígenas, expulsadas de sus tierras por las compañías mineras o la agroindustria. A pesar de que, en el conjunto de la región, apenas el 3 % de la población es católica, la Iglesia –asegura– es un actor de referencia en la defensa de los derechos humanos, y ese papel se potenciará cuando, en los próximos meses, se concrete en las conferencias episcopales de Asia y Oceanía el proyecto de una red similar a la REPAM. El enfoque de ecología integral se adapta bien al contexto, asegura Pedro Walpole. «En Asia-Pacífico –argumenta– viven 450 millones de personas alrededor de bosques y sabanas, y de ellas 84 millones sufren extrema pobreza. Alrededor de 210 millones se identifican como indígenas o tribales, y poseen una sabiduría ancestral que les vincula fuertemente a la tierra».