Las notas gregorianas de la Edad Media
La Biblioteca Nacional muestra sus Cantorales en una exposición donde podremos disfrutar de algunos de los mejores ejemplares de música litúrgica que existen en España, así como del trabajo de datación, catalogación, conservación y restauración realizado en estas joyas bibliográficas; hasta el 18 de enero, en la Biblioteca Nacional de España
Durante los tiempos agitados de la Edad Media, el scriptorium de los monasterios se convirtió en un centro neurálgico de difusión de la cultura. Entre la humedad de sus paredes, concienzudos monjes confeccionaron artesanalmente auténticos tesoros en forma de libros. Entre ellos, destacaban los destinados al canto colectivo de los propios frailes. En el siglo VI, el Papa san Gregorio Magno trató de unificar el ritual romano, y el canto gregoriano se extendió en sustitución de otros repertorios. Aunque en España comenzó a implantarse a partir del siglo XI, los grandes libros dedicados al canto colectivo surgieron en el siglo XV, y su técnica de elaboración se mantuvo hasta el XIX. La nueva liturgia que surge del Concilio de Trento, a mediados del siglo XVI, provocó una gran demanda de cantorales. Todavía impresiona asomarse a esos enormes volúmenes, testigos de tantos momentos únicos de nuestra historia, cuando el canto gregoriano marcaba el curso de los días en los monasterios y en las catedrales. Podía medirse la importancia de un templo por la riqueza y ornamentación de sus libros corales, aunque, como en aquella época se necesitaba mucho dinero para conseguirlos, la mayoría eran de uso cotidiano y apenas tenían adornos. Sólo en los principales monasterios y catedrales se podían contemplar decorados con bellas miniaturas e iluminaciones. De proporciones descomunales, sus hojas debían ser de pergamino, de tal forma que, para cada página de un cantoral, se empleaba la piel de un animal, y para un libro entero había que sacrificar un rebaño. Alguno de los cantorales de esta exposición alcanzan los 90 cm de altura y su peso supera los 30 kilos, por lo que no sorprende que, en determinados casos, necesitaran llevar ruedas y casi siempre debían ser transportados por dos frailes, a los que se les exigía tener las manos limpias, hasta colocarlos en su lugar para la liturgia, sobre los fascistoles, en medio del coro, para poder ser vistos desde la distancia.
La invención de la imprenta apenas afectó a la confección de los grandes cantorales, ya que, por sus especiales características, siguieron siendo manuscritos. El problema es que, cuando perdieron su utilidad, muchos fueron mutilados y transformados en tulipas de lámparas, o acabaron arrancados de sus soportes y metidos en carpetas.
Cantorales de la época de los Reyes Católicos
La BNE atesora una de las colecciones de Cantorales más importantes de España, cerca de un centenar de volúmenes, procedentes, la mayor parte, de monasterios y conventos desamortizados tanto por Álvarez de Mendizábal en 1836, o por Ruiz Zorrilla, en enero de 1869. Otras piezas vienen de donaciones particulares, o de conventos e iglesias desaparecidos durante la Guerra Civil española. Muchos han sufrido un complicado trabajo de restauración, porque estaban muy deteriorados. De todos ellos, destacan los dos más antiguos: fueron encargados por los Reyes Católicos para celebrar el nacimiento del malogrado Príncipe Juan, y su destino no fue otro que el monasterio de San Juan de los Reyes, de Toledo, un convento franciscano fundado en 1477 por los mismos Reyes Católicos. Su fecha puede datarse, casi con total seguridad, antes de la toma de Granada en 1492, ya que en los escudos no aparecen las características granadas posteriores.
Una de las novedades más importantes de esta exposición ha sido el descubrimiento de una nueva fuente castellana, de principios del siglo XVI, para el Canto de la Sibila, tradición cultural cristiana, que consistía en que, antes de la Misa del Gallo, un niño disfrazado de mujer (representación de la Sibila Eritrea, un personaje de la mitología clásica que vaticinaba el fin del mundo) entonaba en gregoriano una serie de estrofas sobre el Juicio Final. El manuscrito apareció como cuaderno suelto dentro de un cantoral, y no se trata de las versiones ya conocidas de la Sibila latina, mallorquina, catalana o valenciana, sino de otra hasta ahora desconocida, en castellano, con una notación musical de un canto muy similar al interpretado en la catedral de Toledo durante los siglos XV y XVI. La exposición, en la que ha colaborado la Universidad de Alcalá de Henares, muestra, además, un buen número de fuentes medievales de música eclesiástica, anteriores a los mismos cantorales, y se completa con los manuales que utilizaban los cantores para aprender. Una buena ocasión para recuperar parte de ese tiempo perdido, que tan bien supieron aprovechar tantos hombres y mujeres, que alababan a Dios con las notas de los cantos gregorianos.
En el contexto de esta exposición, la Biblioteca Nacional acoge otras actividades, como el concierto de canto gregoriano, esta tarde, a las 20 horas, a cargo de la Schola Antiqua. Las entradas comienzan a entregarse una hora antes hasta completar el aforo.