En la migración nos hemos familiarizado con diversos rostros que manifiestan el drama humano de quien está en movimiento por diversas causas. Uno de ellos es el de las mujeres, presentes desde diferentes roles como el de madres, hijas, hermanas, abuelas, esposas… De estas mujeres rescato algunos rasgos que he tenido la oportunidad de conocer y acompañar a lo largo de la misión aquí, en el país de acogida. Uno de ellos, es el rol de la maternidad en familias monomarentales y la crianza aquí y a distancia, en el país de origen. Ellas viven una doble o múltiple presencia: están aquí ocupadas como trabajadoras internas y están virtualmente allá, manteniendo la estructura familiar, pendientes del colegio de los niños, de la manutención, de que obedezcan a la abuela o al familiar que los cuida y de que no causen problemas.
Son una autoridad a distancia y, al mismo tiempo, una presencia constante en la crianza de los hijos, que muchas veces cobra factura. Especialmente cuando los hijos enferman o entran en la etapa de la adolescencia, o cuando sucede que quien los cuida ya no tiene las condiciones para hacerlo. Estas realidades las sobrecargan. Vivir de manera tan espacial vulnera; con mucha facilidad soportan el sentido de culpabilidad por considerar que «abandonan» a sus hijos, aunque en realidad son ellos la razón de su migración. Hasta que logran finalmente la reunificación familiar.
Criar y vivir la maternidad aquí tiene también sus retos, especialmente cuando están solas. Cuán necesario es tener redes sororales, comunitarias, porque ser mujer, tener hijos pequeños y estar solas dificulta la inserción en el mundo laboral y proseguir el proyecto migratorio con más dignidad.
Qué importante es aproximarnos a estas realidades; son una luz para crear respuestas pastorales nuevas. Tal vez sea el momento de abrir las iglesias y los salones parroquiales para ejercitar la pastoral del encuentro, posibilitar redes comunitarias y ejercer la escucha, y no solo la del oído, sino también la del corazón, que es donde se entienden las cosas que no se hablan. Que este 8 de marzo contemplemos la vida y la enseñanza que nos dejan las mujeres y la crianza en la migración. Ellas son un signo de resistencia, resiliencia y esperanza, un signo de resurrección.