Las monjas del Cottolengo, una medalla al servicio de los sufrientes en el corazón de las Hurdes
El Gobierno regional ha concedido una de las Medallas de Extremadura de este año al Cottolengo del Padre Alegre de las Hurdes, que cumple 60 años de servicio a los enfermos más pobres. Monseñor Cerro, obispo de Coria-Cáceres, les ha dedicado esta carta:
Siempre te impacta el entrar en contacto con el mundo del sufrimiento y también nos interrogan en el corazón estas mujeres, que dedican su vida a los sufrientes, a las personas que probablemente, como no las quieran ellas, poca gente las querrá, porque no tienen canon de la belleza del mundo.
Las conocí hace muchos años. En Barcelona, en Valencia, en Venezuela, donde están las monjitas del Cottolengo, son verdaderamente hermanas y madres para todos los dramas que viven los enfermos, los discapacitados, todos aquellos que están crucificados en el dolor y en la inmensa soledad del corazón humano. Su caridad no está en crisis y sin embargo, aceptan y aman a todas las personas que lo pasan mal, a los que no tienen casi ninguna esperanza, los que han vivido año tras año insertos en todas las crisis y en todas las dificultades de la vida.
La última vez que estuve en el Cottolengo, después de visitar el Cambrón, que había sufrido un aparatoso incendio, una vez más pude comprobar cómo en el corazón de la Hurdes, en nuestra querida Extremadura de gente inmensamente buena de corazón, estas religiosas que dedicaron la medalla a los Hurdanos con voluntariado sobre todo de jóvenes, se entregan al servicio de los más desfavorecidos. Aquellos que la Madre Teresa de Calcuta llamaba los más pobres de los pobres.
Es verdad que quizás la obra inmensa del Padre Alegre del Cottolengo, con más de sesenta años de presencia en la Fragosa, puede ser una gota en el océano de las necesidades de la gente, pero respondiendo con la Madre Teresa de Calcuta podíamos añadir: «¿A caso los océanos no están hechos de muchas gotas?».
Ante la concesión de la Medalla de Extremadura, a las que felicitamos como a los otros galardonados, uno se pregunta: ¿Todavía queda tanto por hacer? En este mundo de tanto sufrimiento acuciado por crisis tremendas, por hombres y mujeres que no tienen trabajo, por el listón de todas las pobrezas, todos tenemos que descubrir con las hermanas de Cottolengo que es la hora de compartir con los más necesitados, aunque no lo reconozcan entregándonos ninguna medalla. Es el momento de vivir lo que decía el premio nobel de la Paz, Luther King: «Prefiero los que encienden una luz, que los que maldicen la oscuridad».
Entre todos encendamos y ayudemos a crear una sociedad donde todos nos sintamos responsables de las necesidades de nuestros hermanos. La hermana Virginia lo subrayo al recibir la medalla, todo lo humano nos interesa, especialmente los que sufren a los discípulos de Jesús. Conozco prácticamente a todos los residentes del Cottolengo, también a Moisés y a otros muchos que como él comparten como una verdadera familia, entre todos podemos hacer un mundo mejor que lo encontramos.
Cuando nos preparamos para vivir el año de la Fe, convocado por Benedicto XVI, nuestra diócesis vive también el servicio a la caridad. Esta medalla es un buen inicio de curso para poner a prueba toda nuestra creatividad al servicio de los necesitados, como un imperativo de lo que queremos.