Las Misas vuelven a las cárceles de Madrid - Alfa y Omega

Las Misas vuelven a las cárceles de Madrid

Los centros penitenciarios van abriéndose a las visitas del exterior, entre ellas las de los capellanes, que han celebrado las primeras Eucaristías pospandemia con unos presos deseosos de este encuentro no solo con Dios, sino también con el resto de internos

Begoña Aragoneses
Prisión de Soto del Real
Prisión de Soto del Real. Foto: Carlos Delgado.

El vía crucis que el Papa Francisco celebró este año en Semana Santa destapó ante el mundo una realidad, la de las cárceles, que en muchas ocasiones no se quiere mirar. Conforme las estaciones iban ligando los sufrimientos de Jesús a las vidas de presos, familiares y trabajadores, el padre Javier Sánchez, capellán de la cárcel de Navalcarnero, ponía rostros concretos a cada una de esas historias. «Lo que iban diciendo era muy real, no era de libro. Son cosas que pasan en la cárcel a diario».

Una plaza de San Pedro vacía, oscura y silenciosa, como aquella noche en el huerto de los olivos y como lo son, en ocasiones, las charlas que el capellán tiene con los internos. «Hay momentos con chavales que te encuentras así, con ese despojamiento, conversaciones duras, el sentimiento de vacío… el vacío de la cruz. Era un vía crucis de vida».

Después de tres meses de parón, el padre Javier retomó la semana pasada el ritmo normal de visitas a la cárcel. Reconoce que ha llevado muy mal el no poder ir durante todo este tiempo. «Hay personas con muchos problemas; la escucha y que vean que alguien se preocupa por ellos es muy importante». Por eso ahora los presos lo esperaban con ganas: «Si habitualmente quieren hablar, imagínate ahora».

Ya había estado quince días atrás, «pero tras el cristal; no es lo mismo que el tú a tú». Y el reencuentro ha sido «apasionante», con una única pega: la falta del abrazo. «En la cárcel, el lenguaje del abrazo es especial, es el momento de sentirte importante, de que no eres uno más». Así que ahora, «en vez del abrazo es el codazo», bromea.

«Teníamos hasta patio para andar»

Un abrazo que faltó también en el rito de la paz de las Misas, que volvieron a Navalcarnero el pasado sábado. «Celebramos dos, por módulos, en el salón de actos, que es más grande», explica el capellán. Fue la primera vez que muchos se vieron en meses; de hecho, en condiciones normales ya supone un encuentro ilusionante semanal: «Hay muchos internos que no se ven a diario, y tenemos algún caso de hermanos en distintos módulos que solo coinciden en la Eucaristía. En la cárcel estos momentos son muy importantes».

Aunque acudió menos gente de la habitual –unos 80 frente a los 120 semanales–, algo que el capellán atribuye a «que igual no se habían enterado», fue un momento muy bonito en el que además compartieron vivencias de este tiempo. Como la del un «chaval que se ha sentido inútil, «veo a todos ayudando en la calle y yo aquí, consumiendo días sin poder hacer nada», decía».

O la emoción de las videollamadas de WhatsApp, permitidas en este tiempo de confinamiento y que a presos extranjeros les había posibilitado ver a sus familiares después de, en algunos casos, diez años. «Muy tranquilos, incluso más que de ordinario», también comentaron que se habían sentido «privilegiados» durante el confinamiento porque no había habido contagios y «teníamos hasta patio para andar».

Hasta ahora, estos momentos de encuentro los habían vivido de manera diferente, pero también muy intensa: todos los sábados a las 11:00 horas, la de la Misa, se unían en oración en torno a un escrito que enviaba el capellán y que les repartían en fotocopias en la cárcel. El último, en el que rememoraba su paso por IFEMA como capellán y les contaba que «el Santísimo estaba en los enfermos y en los que al pie de la cama los asistían, sin escatimar ningún esfuerzo».

En Soto volvieron para el Corpus

Al igual que en Navalcarnero, en el resto de centros penitenciarios de Madrid se va recuperando el culto religioso. En la prisión de Valdemoro también tuvieron su primera Misa tras el confinamiento el pasado sábado, y en Soto del Real, la festividad del Corpus Christi se celebró por todo lo alto ya que fue ese día cuando se retomaron las Eucaristías. Hubo dos Misas «muy especiales», a las que asistieron en total 115 internos que «lo estaban deseando», tal y como señala el padre Paulino Alonso, el capellán (en la imagen inferior, en una Eucaristía esta Navidad en la cárcel). «Lo vivieron de una forma más intensa, incluso dentro de la frialdad» del distanciamiento social.

Cuando le preguntamos cómo ha encontrado a los presos después de este tiempo de pandemia, abunda en lo que ya había destacado el capellán de Navalcarnero, resumido en «la necesidad del abrazo». «Han estado solos tres meses, sometidos a un doble confinamiento, y algunos me piden al verme que los abrace».

En Soto todavía no pueden tener encuentros vis a vis y tampoco juntarse presos de distintos módulos, pero algunos están empezando a salir ya con permisos y, en general, han vivido este tiempo «mejor de lo que esperábamos». Quizá hayan tenido algo que ver en esto las cartas de ánimo que el capellán les ha estado enviando cada 15 días, y que se colgaban en los tablones.

Ahora, el padre Paulino vuelve a hacer lo que básicamente hace en la cárcel: estar, para cuando necesiten hablar, para cuando necesiten compañía, «estar a lo que surja». «Evidentemente sin olvidar la parte religiosa, que es fundamental para nosotros, pero primero es la parte humana. Si no los atendemos, ni los escuchamos, ni hablamos, difícilmente podremos presentar el mensaje de Jesús de Nazaret. Él se preocupaba de la persona».

Que no haya sido un tiempo perdido

«¿Habéis pensado alguna vez que, entre todas las víctimas de las acciones de mi padre, yo fui la primera? Hace 28 años que estoy cumpliendo la condena de crecer sin padre». Así describía sus sentimientos la hija de un preso condenado a cadena perpetua en la octava estación de ese vía crucis de San Pedro (imagen inferior) al que se refería el capellán de Navalcarnero.

Las familias, explica María Yela, delegada de Pastoral Penitenciaria de la diócesis de Madrid, «lo pasan a veces peor que el propio interno», porque no están con él y en la distancia, la sensación de descontrol es mayor. Y a su vez, los presos, tal y como se ha encontrado el padre Javier durante este tiempo, se han mostrado más inquietos por su familia que por ellos mismos: «Ahora están muy tranquilos y, como siempre, más preocupados por la gente de fuera, por los contagios, por los que enfermaban…».

Resuena de nuevo con estas palabras del sacerdote el vía crucis de San Pedro con el Papa. Tercera estación, un hombre que cumple condena por homicidio: «También conduje a mi familia al precipicio, por mi causa perdieron su apellido, el honor, se convirtieron solamente en la familia del asesino».

«En la cárcel hay seres humanos con una sensibilidad exquisita, y muy religiosos», resalta el capellán de Navalcarnero. No se les exculpa pero se les atiende en la máxima expresión de la obra de misericordia, y se les recuerda, como cuenta María Yela, que «aun estando en la cárcel, hay una libertad íntima que nadie puede quitar». Por eso, los anima, aplicándolo también al confinamiento: «Ya que están presos, que no sea este un tiempo tirado que les deje peor, sino que les sirva».

Una pastoral que sigue creciendo

La pastoral penitenciaria sigue creciendo. Lo hace en el número de fondos destinados por las diócesis y capellanías, y también en los distintos programas que se llevan a cabo tanto dentro como fuera de las cárceles.

En concreto, según detalla la Memoria de la Pastoral Penitenciaria publicada el lunes, el dinero invertido en 2019 superó los 1,7 millones de euros frente a los 1,3 millones del ejercicio anterior. También ha aumentado por segundo año consecutivo el número de internos que participan en las celebraciones eucarísticas, hasta las 7.163 personas frente a las 7.150 de 2018.

«Hay mucha vida en la Pastoral Penitenciaria, aunque no se conozca», afirma Florencio Roselló, director del Departamento de Pastoral Penitenciaria de la CEE.