Las lágrimas de la prisión
El Jubileo de la Misericordia está dejando en las prisiones españolas muchas lágrimas: de arrepentimiento, de perdón, de gratitud. Y, sobre todo, de alegría
«Perdido estás entre rejas, sin rumbo, sediento. Es tu corazón que clama: “¡Padre, ten misericordia!” Ya no puedo conmigo, no puedo con este dolor, el que me mata día a día. ¡Señor toma mi corazón! Si Tú eres de verdad, ponme a caminar, porque ¡ya no puedo más!». Esta es la letra de un rap que ha escrito un recluso de Soto del Real, joven y con un hijo, víctima de las drogas, y que ha difundido la fundación Horizontes Abiertos para este Año de la Misericordia.
Esta es la realidad de muchos internos hoy en toda España. Por eso las delegaciones de Pastoral Penitenciaria de las diócesis, así como multitud de capellanes y voluntarios en las cárceles, se están esmerando para que este Año sea para muchos presos un hito en su estancia en prisión.
En Madrid, Confraternidad Carcelaria ha elaborado el programa La peregrinación del prisionero, que utiliza dinámicas y textos del Evangelio de san Marcos para llegar al corazón de los presos, algunos de ellos no creyentes –incluso hay dos musulmanes siguiendo este programa en Valdemoro–. Se basa en la contemplación de Jesús cuando estuvo preso, para que durante ocho semanas los internos puedan ir haciendo una peregrinación interior, en grupos de diez a 15 personas. Carmen Rubio, una de sus responsables, reconoce que «es la propia Palabra la que los va cautivando poco a poco y consigue que se vayan abriendo. Uno empezó diciendo: “Yo vengo pero no creo”, pero hace poco ya empezó a decir: “Bueno, ahora empiezo a dudar…”. Jesús cambia sus vidas. Se abren el corazón de arriba a abajo, y lloran al identificarse con Jesús cuando estuvo preso como ellos».
El abrazo de Jesús
«¡Qué abrazo te da Nuestro Señor Jesucristo!», escribió monseñor Carlos Osoro en la imagen del Lavatorio de los pies que repartió a los presos durante su visita a la cárcel de Soto del Real, el viernes pasado. En el dibujo, «el rostro de Cristo no se ve, solo se refleja en el agua con la que lava los pies a su discípulo. Porque Él no tiene inconveniente en mostrar su rostro en nuestra debilidad, en lo sucio de nuestra vida», dijo el arzobispo de Madrid, que recorrió todos los módulos saludando a los internos, y en cada módulo leyó el Evangelio del hijo pródigo. Monseñor Osoro exhortó a los presos a «encontrarse con Cristo como la fuente de la verdadera libertad. Todos podemos volver y encontrarnos de nuevo con el Padre, no importa lo que hayamos hecho o los errores que hayamos cometido. Dios es siempre un Padre entrañable dispuesto a abrazar a todo el que quiere volver a Él». En todo momento, el prelado se mostró disponible para hablar con los internos, y fueron muchos los que se confesaron con él. Monseñor Osoro los animó a «ponerse siempre en actitud de servicio», y les subrayó que «sois todos muy importantes para la Iglesia, quiero contar con cada uno de vosotros».
«Para los internos fue un encuentro muy emotivo –explica el vicario de Pastoral Social e Innovación, José Luis Segovia–. La Eucaristía fue impresionante y se vivió con mucha intensidad, fue un momento muy alegre para todos». Al final de la Misa, el arzobispo regaló a cada interno un Evangelio y los bendijo con el signo de la cruz.
Pan para quien tiene hambre
El capellán de la cárcel de jóvenes de Quatre Camins en Barcelona, el padre José María Carod, organizó en mayo y junio de 2015 el primer curso Alpha dentro de una prisión en España, una experiencia que ya se está extendiendo por más prisiones a lo largo del territorio nacional. Fue «una experiencia genial –afirma el mercedario–. Fue como dar pan a quien tiene hambre. Lo hicieron 30 jóvenes, de entre 18 y 23 años, y al final hubo tres Confirmaciones y dos Primeras Comuniones. La efusión del Espíritu fue un mar de lágrimas, y eso en la cárcel, en un centro férreo, aséptico, frío, donde los chicos están endurecidos, no es algo normal. De las 50 personas presentes, 40 lloraron aquel día», recuerda. Con motivo del Jubileo, el capellán ha organizado una vez al mes los Domingos de la misericordia, con tres cuartos de hora de adoración después de la Misa, y en los que va poco a poco hablándoles del amor de Dios, de la reconciliación… «Alpha cambió la forma de vivir la fe de los chicos. Es impresionante –señala– ver hoy a los chavales contentísimos, inmutables, de pie o de rodillas, con las manos juntitas como de Primera Comunión, unos mozarrones todos quietos delante del Señor. Es una maravilla. Reciben a Jesucristo como ovejas que no tiene pastor. Cualquier palabra que venga de Dios la acogen como nadie. Ninguno se avergüenza de ponerse de rodillas delante del Santísimo, que muestren sus sentimientos sin temor a nada».
Una Iglesia cercana y acogedora
Otra de las experiencias de misericordia que promueve la pastoral penitenciaria en España es organizar peregrinaciones de parroquias a las cárceles, de modo que se hace visible la obra de misericordia que pide visitar a los presos. Varios fieles de la parroquia de San Pedro de Carabanchel, en Madrid, peregrinaron hace escasamente un mes a Alcalá-Meco, al encuentro con algunos internos. Su párroco, José Luis Sáenz, explica que fue «un encuentro muy natural, cuando llegamos ya nos estaban esperando en la capilla. Teníamos un poco de emoción porque no sabíamos muy bien qué encontrar. Fue un rato de oración y leímos las palabras del Papa sobre la misericordia. Ellos nos hablaron de su situación, de cómo convivían allí. Y nos llamó mucho la atención que nos dieran tantas veces las gracias por haberles visitado. La sencillez y necesidad de aquellos hombres nos impresionó. A todos nos llegó la necesidad de la misericordia, de superar el juicio de: “Algo habrán hecho malo para estar allí”». Maribel, una de las parroquianas, recuerda que «aunque algunos nos contaron su historia, enseguida te olvidas de que hayan podido cometer un delito. Ves a una persona, a un hermano tuyo, a alguien como tú». Y reconoce que «debemos tener misericordia, porque hay circunstancias en la vida que nos llevan a hacer cosas que no queremos». Moncho, el capellán de Alcalá-Meco, relata que «los internos agradecieron de corazón la visita, la valoraron muchísimo. Fue posible gracias a la misericordia del Padre, derramada en todos».
La Delegación de Pastoral Penitenciaria de Jaén está organizando todos los meses dos convivencias de parroquias con internos. Su responsable, José Luis Cejudo, aclara que se trata de «conocer a personas, condenadas por un delito, pero siempre personas, es más, hijos de Dios». En alguna ocasión, han visitado con ellos alguna comunidad contemplativa, «un encuentro entre quienes viven encarcelados y quienes libremente viven entre rejas, algo muy impactante para ellos». Al término de uno de estos encuentros, uno de los internos reconocía que «yo pensaba que nos iban a tratar como presos, pero fue todo al contrario y quiero dar las gracias a todos por apostar por mí. Llevo once años preso pero tengo ahora mismo un nudo en el estómago y ganas de llorar porque hoy soy una persona». Y otro dice: «me he sentido bienvenido, respetado y valorado, cosa que me hizo sentir como un ciudadano normal, que es una de las cosas que deseo ser y que estoy luchando por ello».
Otro modo de fomentar la unión entre los de fuera y los de dentro son los Trabajos en Beneficio de la Comunidad (TBC), una pena impuesta por los jueces es posible realizar en parroquias. Así sucede en una comunidad de la diócesis de Zaragoza, donde un preso está dando clases de apoyo escolar a personas con bajos recursos económicos. Montserrat Rescalvo, de Pastoral Penitenciaria de Zaragoza, constata que «él nos ha dicho que está siendo una experiencia genial y que se siente muy acogido y querido en la parroquia. Dice que se siente útil y feliz dándose a los más pequeños. Así él tiene también la oportunidad de realizar una de las obras de misericordia: enseñar al que no sabe». El recluso afirma que «está conociendo una Iglesia diferente de aquella de la que él se había alejado: amigable, cercana y acogedora, que da oportunidad a todas las personas con sus circunstancias y sin discriminar a nadie a pesar de tener una historia personal turbia».
Signos de que Dios los quiere
Los jóvenes de La Calzada-Logroño han podido escuchar los testimonios de varios voluntarios de pastoral penitenciaria, y asomarse así a un mundo habitualmente desconocido para ellos. Han surgido iniciativas interesantes, como la de varias chicas que se están preparando para la Confirmación y que escriben a los presos para que puedan recibir una felicitación el día de su cumpleaños. Y Magda, la delegada de Pastoral Penitenciaria de Logroño, destaca otros gestos jubilares, como «condonar simbólicamente el préstamo que se les hace para comprar gafas para ellos o para sus hijos. “¿De verdad que no tengo que pagar más?”, nos decían sin creérselo».
En el centro penitenciario Castellón II han creado una bolsa de oraciones, gracias a la cual hay voluntarios que rezan por los internos. Y al inicio del Año de la Misericordia se celebró la Eucaristía, presidida por el obispo, monseñor Casimiro López Llorente, que dio un abrazo a cada preso, uno a uno, y muchos salieron llorando. Fue «un signo concreto de que Dios les quiere. La gente salió muy descolocada, fue todo muy emotivo y se vivió con mucha intensidad», dice Sonia Barreda, delegada de Pastoral Penitenciaria de Segorbe-Castellón, porque los internos «están muy necesitados de misericordia. Valorarles los renueva, rasca dentro de su corazón. Ellos lo notan y lo quieren».
Todas estas iniciativas constituyen pequeños signo de misericordia, de hacer ver a los presos que la gente de fuera no los olvida; y que la Iglesia les tiende una mano más allá de los barrotes de su celda.
«Disfruté mucho la tarde que pasamos allí con vosotras. Nos habéis dado ejemplo y nos habéis subido la autoestima. Ahora no me siento tan preso como me sentía antes de visitaros. Sin que nadie os obligue, estáis contentas de vuestra vida a pesar de que estáis también encerradas y nos dio alegría veros tan felices y con ese amor tan grande que le tenéis al Señor. También os quiero decir que desde ahora estoy cumpliendo con vuestra petición: ahora rezo todas las noches un padrenuestro para que cada día al levantaros le tengáis más amor al Señor, y otro padrenuestro para que haya más hermanas como vosotras, con esa fe y ese amor tan grande hacia el Señor. Os felicito a todas. Muchas gracias, sois geniales».
Un interno a las clarisas del monasterio de Santa Clara, de Jaén
El preso es rostro de la misericordia de Dios porque está necesitado de amor y de perdón. El preso es objetivo preferente de la misericordia de Dios, que quiere redimir especialmente a aquellos hijos suyos que están en situación de especial dificultad, aquellos que experimentan el abandono en sus vidas, aquellos que son rechazados por la sociedad, por sus familias… y que en ocasiones algunos miembros de la Iglesia no hemos sabido tratar.
El capellán de prisiones y los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria somos testigos de la misericordia de Dios para el hombre y mujer en prisión. Nuestro primer objetivo es decirles a los presos que Dios los quiere, los ama y los perdona, y que la vida les tiene reservada una nueva oportunidad.
En la cárcel vemos gente que literalmente es incapaz de amar y perdonar porque jamás fue querida. Nunca ha experimentado el amor sincero. Por el contrario, su vida siempre ha estado ligada a la represión, al castigo y a la privación. Hay muchos comportamientos antisociales, de inadaptación, porque nadie los ha querido.
Muchos de los internos tienen su primera experiencia de fe, seria, en la cárcel. Y otros se convierten en los hijos pródigos que vuelven a la casa del Padre y que cuando van a confesar sus horribles pecados la respuesta de Dios es un abrazo misericordioso. Esta experiencia de un Dios amor del cual muchos de los presos no se creen dignos se convierte en una verdadera experiencia refundante, casi mística, que les descoloca, pues, en muchos casos, ni ellos mismos hubiesen sido capaces de perdonarse.
Florencio Roselló Avellanas
Mercedario. Director del Departamento de Pastoral Penitenciaria de la CEE