Las iglesias piden solidaridad interreligiosa para ofrecer sanación y esperanza en la pandemia - Alfa y Omega

Las iglesias piden solidaridad interreligiosa para ofrecer sanación y esperanza en la pandemia

La situación actual del mundo, azotado por el coronavirus, es «una llamada a nuevas formas de solidaridad que se extiendan más allá de todas las fronteras» y nos ayuden a «repensar el mundo post-COVID-19». Lo afirman el Consejo Mundial de las Iglesias y el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso en su documento Servir a un mundo herido en la solidaridad interreligiosa

María Martínez López
Una musulmana en un reparto de alimentos en la parroquia de Santa Anna, de Barcelona
Una musulmana en un reparto de alimentos en la parroquia de Santa Anna, de Barcelona. Foto: Reuters / Nacho Doce.

Las iglesias han pedido a los cristianos de todo el mundo que «abriendo nuestros corazones en el diálogo y nuestras manos en solidaridad, construyamos juntos un mundo marcado por la sanación y la esperanza» frente a la pandemia. Así concluye el documento Servir a un mundo herido en la solidaridad interreligiosa: Un llamado cristiano a la reflexión y a la acción durante el COVID-19, presentado este jueves por el Consejo Mundial de las Iglesias y el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso.

El documento es la respuesta desde el ámbito del diálogo ecuménico e interreligioso a la crisis causada por el coronavirus, que ha impactado de lleno en la comunidad global, afirma en sus primeras páginas. El último trabajo conjunto del Consejo Mundial de las Iglesias y del consejo pontificio, centrado en la educación para la paz, se publicó en mayo de 2019.

Desafíos y soluciones creativas

El cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, presidente de este dicasterio, ha explicado que el COVID-19 llegó en un momento en el que el Consejo Mundial de las Iglesias y el consejo pontificio que él dirige ya estaban reflexionando sobre el servicio cristiano y la solidaridad en un mundo herido. Así, había ya una base para ofrecer «una respuesta ecuménica e interreligiosa oportuna».

«El diálogo interreligioso no solo ayuda a aclarar los principios de nuestra propia fe y nuestra identidad como cristianos, sino que también abre nuestra comprensión a los desafíos —y las soluciones creativas— que pueden tener otros», ha añadido el secretario general interino del Consejo Mundial de las Iglesias, Ioan Sauca.

Vulnerabilidad compartida

La pandemia, reconoce el documento, «ha alterado dramáticamente la vida cotidiana de todos y expuesto fuertemente la vulnerabilidad que todos los humanos compartimos». Entre estos efectos, se cita el contagio de millones de personas. Pero hay además muchas más afectadas psicológica, económica, política y religiosamente; las que lloran a seres queridos de los que no se han podido despedir, los que sufren de forma agravada el hambre o la violencia doméstica, el aislamiento y la ansiedad.

Aunque son globales, las consecuencias de la pandemia «nos han recordado la escandalosa brecha entre ricos y pobres, entre los privilegiados y los que no». Los autores citan, por ejemplo, a los enfermos, ancianos y discapacitados, así como a los migrantes, los refugiados y los presos. «Esta crisis sanitaria también se puede ver como precursora de futuras crisis relacionadas con el cambio climático y el asalto a la biodiversidad», aseguran.

La toma de conciencia que ha supuesto la pandemia debe ser al mismo tiempo «una llamada a nuevas formas de solidaridad que se extiendan más allá de todas las fronteras» y nos ayuden a «repensar el mundo post-COVID-19». En esta búsqueda, son un ejemplo los profesionales sanitarios y los «cristianos, así como las personas de otros credos o de buena voluntad» que tratan en estos meses de «construir una cultura de la compasión».

Valores para inyectar nueva esperanza

«La esperanza es una característica esencial de todas las religiones», constata el documento. Esta virtud «ha inspirado a menudo a los creyentes a preocuparse en el amor y la compasión por aquellos que sufren». En un contexto de nuevos sufrimientos, «necesitamos valores éticos y espirituales universales y compartidos para inyectar una nueva esperanza en el mundo».

El Consejo Mundial de las Iglesias (entidad que integra a 348 iglesias y denominaciones cristianas y representa a 500 millones de creyentes) y el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso aseguran que la respuesta de las iglesias cristianas y las demás religiones debe basarse en el principio de «humildad», que nos lleva a reconocer nuestra «vulnerabilidad»; de «respeto» por la unicidad de cada persona, sin reducir sus derechos a factores como su salud, su nacionalidad, su renta, su sexo o su raza; y de «diálogo y aprendizaje mutuo».

Es necesario tomar conciencia de que formamos una comunidad y buscar el «bien común» desde la «compasión». También reconocer con «arrepentimiento» cómo nuestras comunidades «han herido a los más vulnerables». La gratitud por los muchos dones recibidos nos hará ser generosos, y «resistir a la tentación de aferrarnos a nuestras posesiones». Y, por último, «estamos llamados a vivir el amor de Cristo, mostrando al mundo Su rostro».

Recomendaciones

Estos principios cristalizan en una serie de recomendaciones:

  • Dar testimonio del sufrimiento de tantos, denunciando las «personas y estructuras» que lo causan y «desafiando a cualquier fuerza que pretenda silenciar o excluir la voz de los heridos y vulnerables».
  • Promover una cultura de la inclusión «que celebre la diferencia como un don de Dios» y combata cualquier tipo de exclusivismo. Una de las formas será «un uso responsable de las redes sociales para realzar una comunicación sana y constructiva» que transmita un «mensaje de paz y solidaridad».
  • «Alimentar la solidaridad por medio de la espiritualidad», trabajando para imbuir prácticas espirituales como la oración, el ayuno, la abnegación y la limosna de una conciencia más profunda de las necesidades del mundo.
  • Formar al clero, religiosos, laicos y agentes de pastoral en empatía, y dotarlos de «los mejores conocimientos y de las herramientas» para trabajar por los demás.
  • Implicar a los jóvenes en este esfuerzo, pues su «idealismo y energía pueden ser un antídoto contra la tentación del cinismo».
  • «Crear espacio para diálogos acogedores e inclusivos» que permitan aprender de miembros de otras religiones sobre «su motivación, sus principios y sus recomendaciones para trabajar en solidaridad interreligiosa», de forma que «nos acerquemos más, en comprensión» recíproca «y en cooperación». En estos encuentros, se debería también dejar espacio a los marginados, «ofreciéndoles lugares a los que pertenecer».
  • Examinar los proyectos y procesos de solidaridad interreligiosa ya existente para ver cómo «podrían enriquecerse de la cooperación con otras comunidades, organizaciones y agencias».